VIERNES, 10 DE ABRIL. VIGÉSIMO SÉPTIMO DÍA. LA CIUDAD DORMIDA

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

Envidio a los fotógrafos. Porque estos días de asombro tienen “papeles”, licencia para moverse de aquí para allá en la ciudad vacía de gente, en una Valencia insólita habitada por personas refugiadas detrás de los cristales. Desde mi ventana tengo a la vista apenas un retal de la Valencia vaciada. Si el resto es como lo que veo, y sin duda aún tiene que ser mucho más, me muero de las ganas de salir a la calle, a captar ese paisaje de semáforos que cambian de color para nada, de banderas a media asta,  túneles sin sentido y pasos de cebra que nadie necesita…

Los fotógrafos tienen un sexto sentido, el de la oportunidad. Su oficio reside en saber captar, en momentos como este, el significado de un gesto solidario, la paradoja de un escaparate inútil, la insensatez de un monumento que ahora nadie admira. La torre de Santa Catalina fue construida para la mirada, la Lonja no tiene interés si nadie la contempla, la Ciudad de las Ciencias es una cáscara solemne que pierde identidad sin pequeños seres humanos al pie. ¿Para qué se pusieron estatuas en los puentes y grandes luminarias en las rotondas? ¿Qué sentido tiene el generoso balcón del Ayuntamiento si nadie se está asomando esta mañana?

Las grandes metáforas ya no funcionan. Puertas abiertas. Por el momento, no hay quien se asome al balcón-emblema de aquella ciudad abierta. Los botellones, los excesos, los disparates que toda ciudad tiene que cultivar, no están ahora tolerados. Las reformas de las plazas, la ampliación del puerto, la reparación del Palau de la Música, el delirio de dar solución al nuevo Mestalla… todo ha quedado congelado. No hay ya debates enconados. No hay permiso para que la gente se agolpe en los entierros y no se puede  fotografiar el Puente de las Flores. El abad que apareció en esqueleto en el claustro de la Roqueta se ha quedado sin cubrir y hemos olvidado hasta las angustias del carril-bici y los patinetes.

La ciudad dormida necesita fotógrafos y periodistas que tomen buena nota. Esto hay que contarlo a los que vengan detrás, que lo verán y no querrán creerlo. Se vació el teatro Principal y multaron a unos que se habían ido un rato a la playa del Saler; dieron salvoconducto a los que tenían que vigilar el nivel de la Albufera y las palomas llegaron a creerse dueñas del asfalto; no hubo sesiones del Tribunal de las Aguas y la casa más estrecha del mundo se quedó sin mirones.

Desde la ventana, cada hora, sigo escuchando la campana del Miguelete. Alguien debe estar al tanto, supongo. Es el latido viejo de la ciudad dormida.

Publicado en “Las Provincias” el pasado 5 de abril.

Fuente: https://fppuche.wordpress.com/