FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Abrí la ventana y entró un insecto volador. Tate, esto ha
cambiado. Era la primavera, claro. Las banderas de las torres de Quart
indicaban poniente y no había duda: la temperatura, el ambiente, invitaban a
dejar la ventana abierta y permitir que la casa se inundara de aire nuevo. En
el fondo, más allá de la pandemia y el confinamiento, lo que nos ha ocurrido
por añadidura es que hemos pasado mes y medio de clima otoñal, fresco y muy
lluvioso. El que tenga notas o mejor memoria que lo revise: de 45 días ha
habido sol “a la valenciana” no más de cuatro; ha llovido catorce días al menos
y ha estado cubierto como mínimo durante treinta plomizas fechas, algo que un
valenciano soporta mal.
El insecto no era una mosca, si un trabajador del polen
despistado, abejorro o lo que fuera. Le invito a salir y se va, yo creo que
hacia el jardín del Turia, donde a estas horas hay un hombre que fumiga y al
menos dos máquinas que ronronean mientras van cortando un césped que a los
niños del domingo les llegaba a la rodilla. El tráfico en la calle ha aumentado
mucho, llega aroma a pasto recién cortado y ya no se oyen las ambulancias que
ponían una nota lúgubre en las noches tremendas de primeros de abril.
Los que saben han empezado a hablar de “desescalada”, la
palabra nueva de moda, el término técnico para la vuelta a una normalidad,
mucho ojo, que califican de “nueva”. La normalidad “vieja”, o sea la de toda la
puñetera vida, ya no la contempla nadie por lo que se ve. Los que saben, por lo
que veo, han empezado a estudiar cómo la epidemia ha sido dueña y señora de la
situación, al menos en España, durante unas semanas de clima especialmente
fresco y lluvioso, con lo que eso pueda comportar. ¿Prolifera el bicho menos si
hay más insolación y temperatura? En eso están algunos, expertos en clima y en
virología, encajando datos que podrían dar algunas conclusiones. Hasta los más
tontos entendemos que un día frío y húmedo propio del enero valenciano no es
igual que un día de “ponentá” de julio; ningún ser vivo responde igual y es más
que probable que la respuesta del virus se vea alterada, a favor y en contra,
po r esos factores.
Igual los expertos
encuentran pautas. Igual eso sirve para prevenir un otoño que estará
lleno de cautelas ante una previsible segunda oleada. No hay nada cierto, y ahí
reside la perversión de esta epidemia en un mundo que se creía asentado sobre
certezas y tecnología. Curiosamente, lo del cambio de clima es un escenario del
lenguaje en el que nos movemos con la misma facilidad para hablar de lo
atmosférico que de lo moral. Hay mal clima cuando hay “mal rollo”, mejora el
clima cuando dos personas cambian su relación a mejor. La llegada del clima
primaveral, ahora, coincide con la mejora del clima depresivo de los malos días
de la epidemia.
Mientras tanto, a esperar las etapas de la burocrática fase
de salida. Y a ver cómo, dónde y cuándo puedo encajar, en que agujerito coloco
el sueño de mi pequeña libertad. Porque esa es otra: cada cual tiene su anhelo
y entiende la vida a su modo. Por ejemplo ¿cuándo podremos volver a pedir un
bocadillo gigante en El Pastoret o La Pascuala? ¿Cuándo podremos pedir el
manhattan de siempre en el Harry’s Bar?
Año 1885. La adquisición de productos para fumigar.
FRANCISCO SALA ANIORTE/CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Un lazareto es una instalación sanitaria, más o menos
aislada, donde a lo largo de la historia se han tratado enfermedades
infecciosas. Históricamente se han utilizado para enfermedades como la lepra,
la tuberculosis o la fiebre amarilla, y se solían instalar en los puertos de
las grandes ciudades costeras para tener en cuarentena a las embarcaciones o
personas procedentes de otros países contaminados o sospechosos de contagio.
Hoy, en plena pandemia de Corvid-19, se les ha rebautizado con el nombre de
“Arcas de Noé”, aunque siga teniendo la misma utilidad. En otras
épocas se han llamado salas de infecto-contagiosos o habitaciones de aislados.
Aquellas instalaciones contaban con un amplio equipo médico que debía cuidar de
los enfermos, aunque en muchas ocasiones, y debido al contacto directo, el
propio equipo médico también caía enfermo. Vemos actualmente no han cambiado
tanto.
Si atendemos a la palabra “confinado”, se dice de
la persona condenada a vivir en una residencia obligatoria. Obligada a residir
en una residencia y dentro de unos límites. Es una pena por la que se obliga al
condenado a vivir temporalmente en libertad, en un lugar determinado, bajo la
vigilancia de la autoridad. En 1971, los sentenciados a confinamiento serán
conducidos a un pueblo o distrito situado en la Península o en las islas
Baleares o Canarias, en el cual permanecerán en libertad, bajo la vigilancia de
la autoridad, incurriendo en la pena de confinamiento los que promovieren,
dirigieren o presidieren manifestaciones u otra clase de reuniones al aire
libre en los alrededores del Palacio de las Cortes cuando estén reunidas;
siendo considerados como promovedores o directores de dichas reuniones o
manifestaciones los que por los discursos que en las mismas pronunciaren,
impresos que publicaren o en ellas repartieren, por los lemas, banderas u otros
signos que ostentaren o por cualesquiera otros hechos, deban ser considerados
como inspiradores de los actos de aquéllas. Esta pena estuvo en el código penal
hasta entrada la era democrática.
Si atendemos al término “cuarentena” tiene su
origen porque consiste en el aislamiento de un enfermo durante un plazo de
cuarenta días. La razón, sin embargo, de este plazo de tiempo dista de tener
fundamento científico: se escogió simplemente porque fueron los días que Jesucristo
pasó de ayuno en el desierto y vivió el episodio en el que fue tentado por el
diablo, así como fueron también los días de diversos eventos de los libros
sagrados.
Pero, yendo más atrás, en la epidemia de cólera sufrida en
gran parte de España, Torrevieja quedó indemne, perteneciendo a la zona
abarcada por el Lazareto de Mahón, y por donde pasaban los marineros que
llegaban por el mar aquejados de algún tipo de infección.
La sanidad marítima trataba de evitar el contagio exterior
imponiendo férreas medidas de control. En los puertos aparece la figura del
Director de Sanidad, un médico, que tiene a su disposición una falúa con una
tripulación más o menos numerosa según la importancia del puerto. Su misión
consistía en el reconocimiento de los buques a su llegada a puerto antes de
conceder el permiso para atracar y descargar. También debía supervisar y
expedir las “patentes”, certificados del estado sanitario de la
embarcación. Eran de dos tipos “patente limpia”, cuando no había
enfermedad contagiosa ni en el barco ni en el puerto de origen; y “patente
sucia o sospechosa”, variando de la gravedad según que el barco portase la
enfermedad o hubiese transitado por puertos declarados focos infecciosos.
Cuando el barco llevaba “patente sucia”, el
Director de Sanidad lo despedía a los lazaretos correspondientes, donde se le
sometía a una cuarentena que en el caso del cólera era de diez días. Estos
lazaretos especiales para embarcaciones estaban en Cádiz, Algeciras y Mahón.
A la Junta de Sanidad de Torrevieja se le planteó un dilema
en septiembre de 1884: “habiendo salido de esta población el Laúd Carmen
el Dolores y otro con cargamento de sal y frutas, y no siendo admitidos en
Málaga y otros puntos, han tenido necesidad de regresar a este puerto y después
de una detenida discusión se acordó que dichos buques sean admitidos con
ciertas precauciones”. Los barcos habían salido de Torrevieja con patente
limpia al no haber enfermedad en la población pero, entretanto, al declararse
la epidemia en algunos puntos de la provincia, pasaron a ser considerados
patente sucia en los demás puertos. La aplicación estricta de la ley obligaba a
la Junta de Torrevieja a despedirlos a lazareto, lo que era un evidente
absurdo.
Cuando los barcos tenían “patente sospechosa”, por
proceder de puerto donde se había producido algún caso pero sin generalizarse,
se les sometía a cuarentena de tres días en lazareto de observación, para lo
cual se destinaba alguna zona del propio puerto.
La cuarentena suponía no sólo la incomunicación sino también
el sometimiento a fumigación y ventilación, de equipajes, mercancías,
tripulación y pasaje. Las mercancías consideradas “contumaces” se
desembarcaban para se expurgadas y oreadas: ropas, pieles, lana, seda, algodón,
lino, papeles, correspondencia, y donde se arrogan aguas sucias y en estado de
putrefacción y muchas más, dejándose a criterio de la autoridad. En Torrevieja
se deliberó si procedía el desembarco del cargamento de azúcar de un barco
italiano embarrancado, acordando finalmente el desembarque pero prohibiendo su
consumo. Juan Rebagliato, Director de sanidad del Puerto de Torrevieja; a
principios de septiembre de 1884 despidió al lazareto de Mahón a varios barcos
procedentes de Alicante que, sin embargo no se hacían a la vela, por lo que
pidió la colaboración de la autoridad militar, el Ayudante de Marina.
Sanidad interior controlaba la propagación de la epidemia
por vía terrestre mediante el establecimiento de lazaretos sucios y de
observación, aislamiento de focos infestados, creación de cordones sanitarios,
control de movimientos de personas y mercancías e incluso el corte de
comunicaciones. A la semejanza de la sanidad marítima se expedían patentes o
certificados de sanidad para las personas que tenían que desplazarse. Aquí
tenemos una muestra: “Don Miguel Rubio Giménez, Alcalde Constitucional de
esta Villa de San Fulgencio. Certifico: Que Antonio Ortuño vecino de Torrevieja
ha hecho en el cordón sanitario de esta Villa en el Molar siete días de
cuarentena por venir de Alicante con dos carros cargados de Tabaco. Y habiendo
cumplido el 6 en el día de hoy se le espide el presente para que así lo pueda
acreditar firmando en san Fulgencio a ocho de Setiembre de mil ochocientos
ochenta y cuatro. El Alcalde”.
Este vecino salió de Torrevieja con el certificado del
Alcalde, fue a Alicante, fue a Alicante a por una carga de tabaco y al salir se
le haría el certificado de “procedencia” de punto sucio, por lo que
al transitar por San Fulgencio se le detuvo en el correspondiente lazareto de
observación y allí sufrió la cuarentena prescrita. El alcalde de esta última
población le expidió a su vez el certificado de sanidad que le permitía entrar
sin problemas en Torrevieja.
Entre la labor de la policía urbana de la población de
Torrevieja se incluían medidas higiénicas que debía de cumplirse con rigor ente
la proximidad de enfermedad contagiosa, entre las que se encontraban: el
control de aguas sucias y estancadas, que representaban los vapores o
emanaciones “miasmáticas”; limpieza urbana, excrementos de animales,
prohibiendo el tránsito y estancia en la población de ganados, etc.
Una comisión de la Junta se encargaba de la vigilancia de
las mesas del mercado, especialmente de carnicerías y pescaderías,
controlándose también la entrada en la población de ciertos alimentos: se
prohibieron los pepinos, alficoces, pimientos, cohombros, tomates, brevas,
higos frescos y chumbos; permitiéndose la cebolla, melocotón, ciruela y
manzanas, siempre que estuvieran “bien sazonadas y limpias de manchado y
podrido”.
Respecto al cementerio, entonces situado junto al Acequión,
donde a día de hoy hay una industria cárnica, fue cerrado por orden del
gobernador, por motivo sanitarios. Una carta del jefe de la estación dirigida
alcalde exponía los problemas con toda claridad: “Ruego a v. que opte un
medio afín de cortar el mal olor que exhala el cementerio; pues ayer -21 de
julio de 1884- fue un día que era imposible estar en la estación por ser el
viento de lebeche. Según tengo entendido, esto obedece a un cuerpo que se
rezuma por uno de los extremos del nicho”.
En aquella época ya era conocido el peligro que representaba
el agua en la transmisión de la enfermedad colérica. En junio de 1885, el
gobernador pidió a las autoridades de los pueblos de la Vega Baja la
prohibición de beber agua del río sin hervir. En Torrevieja no hubo ninguna
medida especial en torno a las aguas de beber. Da la impresión que no temían
que el contagio siguiese esa vía. Torrevieja se surtía de aljibes que había en
los patios de muchas casas particulares y de aguas de pozos situados en las
cercanías que se traía en carros. Durante un breve periodo se cortó la
comunicación con la pedanía de La Mata ya que “acuden de los pueblos
infestados del río Segura a servirse de los próximos al caserío”.
Sí que se hicieron en Torrevieja numerosas fumigaciones, de
escasa o nula efectividad, aunque estas operaciones debían tener un alto valor
psicológico. Una de las primeras medidas era la de hacer acopio del material
preciso y nombrar una comisión especial, que en Torrevieja la compusieron un
farmacéutico y tres estudiantes de medicina. Se fumigaba a las personas que
ingresaban en los lazaretos, pero también los equipajes, mercancías, incluso el
correo. Una circular del ministro sobre higiene privada, expone los materiales
recomendados por el Real Consejo de Sanidad: “acido sulfuroso, producido
por la combustión de azufre; vapores hiponitrosos, obtenidos por la acción del
agua fuerte sobre moneda de cobre; gas cloro, obtenido con cloruro de cal y
agua; ácido fénico y disoluciones en agua de sulfatos de hierro (vitriolo
verde), cinc y cobre”.
Unos murcianos que llegaron a Torrevieja a tomar baños de
mar fueron conducidos desde la estación al lazareto instalado en la plaza de
toros -en lo que hoy es el campico San Mamés- “donde se les sometió a una
horrorosa fumigación de ácido sulfúrico y ácido hiponítrico. Esto tuvo lugar en
una casita de madera muy pequeña, por lo que corrieron gran riesgo de morir
asfixiados”. De hecho, una zona de Torrevieja se denomina “Partida de
los Gases” por hallarse allí un establecimiento dedicado a esta finalidad.
La postura numantina adoptada en Torrevieja es perfectamente
justificable dado que las autoridades no lograron controlar la situación en los
lugares epidemiados y eran muchas las personas que, habiendo estado en contacto
con enfermos, huían buscando algún lugar limpio como Torrevieja. La estancia en
los lazaretos permitía descubrir a las personas que pudieran estar incubando la
enfermedad, y todo ello llevaba al establecimiento de cordones sanitarios para
un filtrado efectivo.
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