FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
A finales de septiembre de 1918, cuando la epidemia de gripe
estaba empezando a dar sus peores resultados en Valencia, seis ilustres médicos
valencianos desarrollaron una vacuna contra aquel virus, nuevo y desconocido
como el que ahora azota al mundo. Y se
lo aplicaron a sí mismos para mostrar sus efectos. Su intento fue aceptado por
las más altas autoridades sanitarias españolas, pero no se desarrolló. En pocos
meses, la epidemia, hecho el daño, remitió; y nadie quiso hacer el esfuerzo de
continuar su labor.
“Las Provincias” dio la primicia el 29 de septiembre de
1918. En su portada, junto a una reseña del artículo que “L’Echo”, de París,
había publicado sobre las últimas investigaciones científicas sobre la pandemia
de gripe, dio cuenta del informe científico preparado por los doctores Peset,
Ferrán y Rincón, entre otros, con destino a la Junta provincial de Sanidad,
presidida por el doctor Torres Babí.
Era el resultado de largos trabajos de laboratorio, de horas
de estudio con diferentes cultivos y preparados. De los cuales se llegó a
distinguir la “enfermedad reinante” de la fiebre tifoidea, en primer lugar, y
después, a describir que “el diplococo aislado es el Micrococus Pateuri de
Sternberg, más frecuentemente conocido con el nombre de pneumococo de
Talamon-Fraenkel”.
En Valencia, por esos días, se acababa de decidir el retraso
del inicio de curso en la Universidad, pero las autoridades no se atrevían a
suspender la educación y a cerrar cines y teatros. Para estos últimos se había
cursado orden de parar las funciones cada dos horas, para ventilar las salas y
fumigarlas. En la Justicia se habían llegado a suspender los juicios con
jurado, pero no todos los demás. Valencia, y sobre todo la prensa, tomó
conciencia de que había un problema muy grave cuando el día 30 de septiembre
murió el director de “Diario de Valencia”, Juan Luis Martín Mengod, de 48 años,
solo un día después de que su hermano Antonio muriera también, en Alicante,
víctima del mismo mal.
El doctor Peset que andaba quemándose las pestañas en el
laboratorio de su familia, era Tomás Peset Aleixandre, hermano de Juan Bautista
Peset, el profesor que llegó a ser rector de la Universidad y fue fusilado en
1941, y de Mariano Peset, famoso arquitecto. Los tres eran hijos de Vicente
Peset Cervera y nietos de Juan Bautista Peset Vidal; todos fueron grandes
médicos, profesores universitarios, analistas de gran cualificación y dueño del
que probablemente era el mejor laboratorio de la ciudad.
El doctor Rincón de Arellano de estos episodios, era médico
militar y estudiaba, sobre todo, las condiciones de vida de los soldados como
foco de rápida propagación de la epidemia: hacinamiento, ropa, higiene… Este
ilustre doctor, activo en los hospitales de campaña durante la guerra civil,
fue padre del que también fue médico y además alcalde de Valencia, Adolfo
Rincón de Arellano.
Los seis voluntarios
Pero Peset y Rincón no estaban solos. Con ellos, en las 31
autopsias realizadas y en los análisis de toda clase de muestras, tejidos y
fluidos; en la paciente espera de los cultivos y el estudio al microscopio,
había bastante héroes de bata blanca auxiliados por enfermeras y monjas. Y
todos trabajaron en el hospital de San Pablo, el instituto Luis Vives actual,
adaptado como lazareto en la pandemia de 1918. “Para demostrar la inocuidad de
la vacuna preparada, hemos empezado por inyectárnosla en el primer momento los
doctores Ferrán, Torres, Rincón, Colvée, Corella y Peset”. Después de otras
pruebas con animales de laboratorio, se prestaron voluntariamente a la
inoculación. Cada uno se inyectó 1 centímetro cúbico de “cultivo en caldo
maltosado que ha estado cuatro días en la estufa a 37º. La reacción local fue
ligera y la general mínima, hasta nula en casi todos los casos”.
Gracias a la biblioteca digital de la Universidad de
Valencia podemos leer ahora el resultado de aquellos esfuerzos, reseñados en la
“Revista de Higiene y Tuberculosis” de 30 de noviembre de 1918. Diversos
trabajos y tesis doctorales han estudiado el enorme esfuerzo que desplegaron, a
caballo entre dos siglos, estos héroes de bata blanca de los tiempos clásicos
de la medicina. Entre ellos está también Jaume Ferrán, que propulsó una vacuna
cuando la epidemia de cólera de 1885, y el doctor Colvée, introductor de los
Rayos X en Valencia y gran clínico.
No estaban solos: muchos médicos de pueblo trabajaron hasta
enfermar e incluso murieron. Y fueron sustituidos por otros, que se presentaron
voluntarios. El doctor Serrano que tiene una calle en Ruzafa fue Mariano
Serrano Sáez, médico de la Beneficencia Municipal en Ruzafa, el barrio quizá
más castigado por la pandemia en 1918: murió “con las botas puestas”, junto a
sus enfermos y ese mismo año se le dedicó una calle. También el doctor
Gómez-Ferrer aparecerá en este y en cuantos episodios médicos de la ciudad sean reseñables, aunque generalmente lo hará
en la vertiente pediátrica, batallando contra la difteria.
La vacuna fue aprobada por la superioridad pero no llegó a
desarrollarse. Cuando la epidemia decayó, al llegar el invierno, el mundo
volvió a las preocupaciones “normales”, que eran, precisamente, la escasez y la
carestía de alimentos, como secuela de la guerra. Tampoco hubo potencial
industrial para que la vacuna, y el suero equino que los médicos valencianos
desarrollaron, tuviera aplicación real.
No es “gripe española”
La reseña científica de la “Revista de Higiene y
Tuberculosis” tuvo un apartado final dedicado al pundonor: “Hemos de protestar
–dice– de la ligereza con que se le da el nombre de “gripe española” a la
enfermedad que estudiamos. Tal cualificativo revela desconocimiento de la
historia epidemiológica y del comienzo de esa epidemia, pues antes que en
España se sufrió en los Estados Unidos, en el invierno de 1915-1916…” La
refutación académica, aquí no estaba exenta de una vena patriótica: “!Un poco
más de seriedad en el bautizo –dicen– para no caer otra vez en la ridiculez con
que hace un siglo los alemanes tuvieron el capricho de adoptar semejante
arbitraria etiqueta!”
Higiene, que no guerra
La “Revista de Medicina e Higiene” a la que nos referimos
lleva fecha de 30 de noviembre de 1918. La Guerra Europea había terminado. Y el
editor, el doctor Chabás, escribió un editorial para celebrarlo. Se tituló “La
Medicina, que es vida, ante la guerra, que es muerte. Por la Paz y por la
Ciencia”. Y terminaba así: “!Maldito sea quien desencadenó las iras homicidas!!
Bendita sea la Paz que se inicia!!Que la diosa Higieia la conserve eternamente”
Fuente: https://fppuche.wordpress.com/