Arxiu diari: 30 de juny de 2020

EN BUSCA DE NUESTRO MÍSTICO MÁS OLVIDADO


El historiador franciscano Benjamín Agulló, autor del perfil del beato valenciano.

Este 29 de junio de 2020 se cumplen 500 años del nacimiento en Valencia del beato Nicolás Factor, apenas conocido hoy en su tierra, aunque la huella de milagros atribuidos a su intercesión se mantiene viva en algunos pueblos. A muchos les sonará por el nombre de su calle en la ciudad del Turia. Sin embargo, este franciscano que vivió en el siglo de oro de la mística española y fue contemporáneo y amigo de grandes santos, gozó él también de extraordinaria fama de santidad ya en vida por su espiritualidad, su sabiduría y sus éxtasis. Aparte tuvo dotes artísticas. Hoy en PARAULA lo rescatamos del olvido.

FR. J. BENJAMÍN AGULLÓ PASCUAL, O.F.M., CRONISTA HONORARIO

Hace algún tiempo un buen amigo mío me preguntó: “¿Sobre qué columnas apoyaría la vida del Beato Nicolás Factor?” Sorprendido y admirado, a la vez, creo que no tarde un minuto en contestarle. Sencillo, le dije: La de ser VALENCIANO; la de ser FRANCISCANO; la de ser SANTO Y SABIO; y la de ser MÍSTICO. Estas son mis cuatro columnas.

“¡¡¡Magnífico!!!, me dijo, ¿me lo podría explicar?”. Sí, magnífico de enunciar, pero delicado de explicar. No obstante, por usted, lo voy a intentar.

De entrada, y sin esfuerzos, quiero afirmar que es una gloria de Valencia y de la Orden Franciscana, si bien, no suficientemente conocida.

SER VALENCIANO

En Valencia nace, en la feligresía de San Martín, el 29 de junio de 1520, siendo bautizado en la ‘pila de san Vicente’ en la parroquia de San Esteban, por la singular devoción que profesan sus padres, Vicente y Úrsula, al también valenciano san Vicente Ferrer; devoción que fomentará y acrecentará Nicolás Factor. Muy pronto, apenas alcanzada la adolescencia, responderá a la llamada de Dios, consagrándose en la profesión de la vida religiosa, el día 3 de diciembre de 1538, en el convento franciscano Observante de Santa María de Jesús, extramuros de Valencia, donde vistiera el hábito el día 30 de noviembre del año anterior. Cursa los estudios eclesiásticos en el convento de Nuestra Señora del Pino, de Oliva, también de la Observancia, siendo ordenado sacerdote el año 1544, a sus 24 años de edad.

El desempeño de sus ministerios religioso-sacerdotales, se desarrolla principalmente en la región valenciana: Santo Espíritu del Monte (Gilet) -1548-1551-, Chelva -1557-1559-, Val de Jesús, hoy Monte Picayo, (1568), de los que fue Superior. Fundador del convento de Recolección de Bocairente. Fue confesor de varios monasterios de Clarisas: Gandía (1561-1565), La Trinidad, de Valencia (1565) y muchos años más. Incluso de las Descalzas Reales, de Madrid (1571-1575).

A los 63 años de edad, 46 de vida religiosa y 39 de sacerdocio, el día 23 de diciembre de 1583 exhalaba, con postrer suspiro, el ‘sursum corda’, con el que entregaba alma y corazón, al Creador, en el convento de Santa María de Jesús de Valencia, que le viera nacer a la seráfica religión.

SER FRANCISCANO

Ya hemos dicho que el día 3 de diciembre de 1538, en el convento franciscano Observante de Santa María de Jesús, extramuros de Valencia, hizo los votos de su consagración religiosa al estilo de san Francisco de Asís: es decir, en los Franciscanos Observantes.

Los Conventuales diríamos que era el tronco de la Orden y los Observantes un movimiento, de más observancia de la Regla y vida franciscana, como una vuelta a los orígenes y a las fuentes de la Orden. En Valencia tenían los Conventuales su convento, desde los tiempos mismos de la Conquista, en lo que hoy es la Plaza del Ayuntamiento, ocupando todo su perímetro actual. Mientras que Santa María de Jesús está sentado, en plena huerta, a varios kilómetros de la Ciudad. El joven Nicolás Factor, habiendo nacido cerca del convento de San Francisco, va a la huerta en busca de los Franciscanos Observantes, ya que su mismo nombre invita ya a una mayor observancia religiosa. Este ambiente de estrecha observancia, de vueltas a las fuentes diríamos hoy, es el que escoge Nicolás Factor para su vivencia del carisma franciscano.

Dadas sus cualidades, en el desempeño de sus ministerios religioso-sacerdotales, los superiores le encomendarán misiones delicadas y de gran responsabilidad. Definidor Provincial, a la vez que Maestro de Novicios, Guardián de varios conventos. Su humildad le hizo renunciar al cargo de Secretario General de la Orden. Hemos dicho que fue fundador del convento de Recolección de Bocairente. Los Recoletos es otro movimiento de mayor rigor en la profesión de la Regla Franciscana, dentro de la misma Observancia. Diríamos que vivió entre los mejores franciscanos de su época, reputándose “caña vacía”.

SER SANTO Y SABIO

Formado bajo los cánones de la reforma de Trento, es contemporáneo de Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Pedro de Alcántara, Juan de Ávila, Francisco de Borja, Juan de los Ángeles, Pascual Bailón, Andrés Hibernón, Gaspar Bono, Luis Bertrán, Juan de Ribera, y un largo etcétera, uniéndole una estrechísima y santa amistad a muchos de ellos, especialmente a su conciudadano San Luis Bertrán.

El marco de sus amistades, nos señala el grado de su formación, y la profundidad de su vida espiritual, dentro del ambiente de las escuelas y corrientes teológicas de su época, muy controvertidas, en tantos aspectos. Su acendrada piedad y su saber teológico se vieron favorecidos por su cuidada formación humanística y por su temperamento artístico, por valenciano y por franciscano. Pintor, músico y escritor. Buen poeta, en latín y en castellano. Gran aritmético.

La Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia se gloría de tenerlo entre sus profesores beneméritos, y acuñó una medalla conmemorativa, con ocasión de su beatificación. Su obra literaria, no muy extensa, fue recopilada, en gran parte, por el P. José Melió, en los Opúsculos del Beato Nicolás Factor, que publica el año 1797. Es una “sabrosa muestra de la galanura clásica de su pluma, que revestía con imágenes maravillosas sublimes enseñanzas místicas”, en decir del P. Jacinto Fernández.

SER MÍSTICO

Pero pese a las divergencias y desviaciones ideológicas de la época, Nicolás Factor busca, ante todo, servir a Dios y cumplir su santa voluntad, alcanzando, por gracia, ser uno de los varones más extáticos de su tiempo. Eran constantes sus raptos.

La iconografía nos ha legado su imagen, mostrándonos su corazón, casi siempre, con la leyenda “sursum corda”, que simboliza su elevación de miras y cuya expresión le llevaba al arrobo místico, de lo que dan testimonio sus biógrafos contemporáneos. A los 63 años de edad, 46 de vida religiosa y 39 de sacerdocio, el día 23 de diciembre de 1583 exhalaba, con postrer suspiro, el “sursum corda”, con el que entregaba alma y corazón, al Creador, en el convento de Santa María de Jesús de Valencia, que le viera nacer a la seráfica religión. Allí queda la Capilla, donde se veneraban sus restos, con bóveda decorada por López.

Pío VI le declara Beato, con su breve de 18 de agosto de 1786, y Valencia celebra la Beatificación de su preclaro hijo, el año siguiente, con fiestas de iglesia y de calle; con luces y músicas. El entonces arzobispo de Valencia, su hermano de hábito, Fr. Joaquín Company, ordena que se abra una avenida directa, entre campos y caminos, desde la fachada de la Iglesia de Santa María de Jesús hasta las murallas de la Ciudad, convertida hoy en la espaciosa calle de Jesús, para el traslado de los restos mortales del santo fraile franciscano a la santa Iglesia Catedral Metropolitana. Allí será expuesto a la veneración y devoción de los fieles, durante los días de celebraciones festivas, volviendo al reposo de su sepulcro de la iglesia de Jesús, hasta que manos despiadadas lo hicieran desaparecer el año 1936.

Fuente: https://paraula.org

UN FRAILE VALENCIANO

Francisco Perez Puche. Foto de Juan J. Monzó

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

En manos de un buen guionista, el diálogo de despedida que sostuvieron el fraile y su madre en el convento franciscano de la Corona, haría llorar a la mitad de los espectadores y enseñaría a la otra mitad lo que era entonces, en la España del siglo XVII, una vocación religiosa que llevaba a ser misionero en la Nueva España. Antonio Margil de Jesús, nacido en 1657 en Valencia, fue ordenado sacerdote a los 25 años y en 1683 lió el petate y se alistó para viajar en la flota que salía de Cádiz. A su madre, viuda y sola en el mundo, le dijo que estuviera tranquila, que la Providencia velaría por ella.

Cuando un fraile -un boticario, un herrero, una moza de servir o un agricultor- se embarcaban rumbo a Veracruz era como si en este siglo formaran parte de una expedición a Marte. Era muy seguro que no se les vería nunca de vuelta; viajar allá era emprender una aventura de muy alto riesgo con un contrato vital firmado para siempre. Pocas bromas, pues. Poca frivolidad con la historia de aquellos hombres y mujeres que viajaban bajo las reglas, riesgos, compromisos, moral y valentía de su tiempo; unos para plantar maíz, otros para hacer carros, otros, en fin, para vivir con los aborígenes y enseñarles a leer. En nueve de cada diez casos, sus historias y vivencias están muy lejos de la explotación y el sojuzgamiento con que hoy vemos las cosas.

Cuando llegaron, el fraile Margil se encontró con el puerto de Veracruz recién asaltado por el pirata holandés Laurence de Graaf, alias Lorencillo, y se puso a curar heridas con pus sin tiempo de preguntar nada. El resto de su vida fue eso mismo: echar una mano, auxiliar en la desgracia y enseñar la cruz vistiendo el hábito andrajoso de San Francisco. Los que no hace mucho lo han calculado, suman, en sus vivencias de misión, unos 30.000 kilómetros hechos a golpe de sandalia, desde Panamá hasta San Antonio de Texas, ciudad que ayudó a fundar casi un siglo antes de que Junípero Serra llegara a la famosa colina del cartel de Hollywood.

Mientras derriban estatuas de frailes aquí y allá, mientras Cervantes y Colón pagan los platos rotos de los abusos de algunos policías de gatillo flojo, fray Antonio Margil de Jesús, bautizado en Sant Joan del Mercat, tiene en Guadalupe una estatua de cuatro metros protegida por el buen gusto de los mejicanos. Y el escritor César Salvo, cronista oficial de Villar del Arzobispo, está empeñado en hacer en Valencia un humilde congreso que dé a conocer aquella figura a los valencianos de hoy. Lo que ocurre es que el coronavirus dichoso ha aplazado al año próximo un proyecto que ahora, cuando la estupidez avanza como pandemia, parece particularmente justo y necesario.

Fuente: https://www.lasprovincias.es

A MI NIETA ADRIANA

ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ

Mi nieta Adriana es preciosa. Tiene seis seductores años y una sandunguegría que roba los corazones y no es pasión de abuelo (o tal vez lo sea, no lo sé). Dentro de poco empezará a perder los dientes de leche y a sustituirlos por los que la acompañarán (ojalá que sí) toda su vida. Ese día le colocaremos, debajo de la almohada, la pieza perdida, con el propósito de que la sustituya por algún obsequio, el Ratoncito Pérez. Lo que tal vez no sea tan conocido es que este simpático personaje nació en el Palacio Real.

Cuando se le cayó el primer diente al rey Alfonso XIII, (que pasó de la cuna al trono) su madre, la reina María Cristina de Habsburgo encargó al padre Luis Coloma, autor de las entonces celebradas novelas Jeromín o Pequeñeces, que escribiera un cuento para el monarca sobre este sucedido. El jesuita echó mano de un texto francés del siglo XVIII de la baronesa d’Aulnoy, cuajando un relatillo sobre el rey Buby I (apodo con el que la regente llamaba al niño) a quien practicaron esta ya popular costumbre. Estaba medio adormilado el pequeño soberano, cuando le despertó un ruido y vio a un divertido ratón, con lentes de oro, sombrero de paja, zapatos de lienzo crudo y vestido con levitón quien, tras dejarle un preciado obsequio, le llevó a la entonces popular pastelería Prast, del número 8 de la calle Arenal. Allí le presentó a su familia que vivía en una caja de galletas Huntley, las preferidas del monarca. Seguidamente acompañó al ratón a llevarle un regalo a Gilito, un niño muy pobre que vivía en la calle de Jacometrezo. Buby I quedó muy sonrojado por la miseria de aquella casa. Al regresar al palacio, pensó en Gilito y en todos los niños pobres y resolvió que, a partir de ese momento, reinaría teniendo presente, siempre, a los más necesitados. Y colorín colorado…

Fuente: https://www.elperiodicomediterraneo.com