Arxiu diari: 16 de juny de 2020

FUERA DE LA CIUDAD

Francisco Perez Puche. Foto de Juan J. Monzó

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

Le copio el titular al ‘Frankfurter’ del domingo: fuera, huyamos, vámonos de la ciudad… Por eso en la foto de portada vemos a dos generaciones, padre e hijo, sin mascarillas, pedaleando a todo meter, libres, por un camino bordeado de girasoles.

Las pobres ciudades cotizan muy mal en esta bolsa de las aprensiones que nos está dejando el virus. Dos o tres mil millones de personas han pasado tres meses en confinamiento y lo peor ha sido que al otro lado de la ventana tenían una fachada, un patio de luces o un tipo con la misma cara agria que ellos mismos. Tres meses sin ver un árbol, sin una perspectiva amplia, sin poder extender la mirada sobre el horizonte del mar, han generado rencor contra las pobres ciudades, culpables ahora de los males del hacinamiento, de los pecados nefandos de la multitud.

Ayer empezó el relajamiento de las más estrictas normas y la posibilidad de convivencia se hizo mayor. Pero al mismo tiempo -y quizá por ello- se están vendiendo más autocaravanas que nunca y se están poniendo a punto las piscinas de todas las urbanizaciones, comunidades, aldeas y pueblos. El turismo rural está sonriente y el de las ciudades grandes frunce el ceño. La gente quiere agua y espacio, chapoteo y distancia. Poder ponerse la mano extendida sobre la frente, como una visera, para dirigir la mirada veinte kilómetros más allá.

Un alemán de ciudad quizá tiene que hacer 150 kilómetros para empezar a ver realmente el campo. Prefiere tomar un billete de 60 euros y viajar a Alicante. Por eso la Alemania del ‘Frankfurter’ está que se sale. Pedro Sánchez quería que fuera más tarde, pero las fronteras internas de Europa se abren finalmente el día 21 -salvo la de España y Portugal, que no debería existir- a causa de la presión de caldera de un país que desborda de ganas de ver el mar a través de una jarra de sangría. En abril, miles de propietarios alemanes en Mallorca ya le enviaron al Gobierno balear una carta que ha forzado un adelanto espectacular: por eso ayer se abrió un «pasillo aéreo» para que los primeros seis mil alemanas puedan ir a su casa de Mallorca -o de Alicante, donde viven unos 20.000- a ver los geranios como están.

Campo y ciudad, monte y playa, cerrar o abrir la mano… Este es un año de prueba para todo y para todos. Para evitar la ruina, necesitamos el dinero del turismo tanto como respirar; pero los bichos siguen sueltos y atacan a todo el que respira. Este es un juego perverso, inventado por el diablo; y me siguen dando mucha lástima los que tienen que decidir.

Fuente: https://www.lasprovincias.es

SANGRE AZUL

ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ

Y, en vez de cetro real, sostiene apenas/ con desmayo galán un guante de ante/ la blanca mano de azuladas venas». Así concluye el postrer terceto encadenado, del cortesano poema que Manuel Machado dedicó al rey Felipe IV. No, no voy a referirme en esta gacetilla al maleza del penúltimo rey de la dinastía de los Austrias españoles, que, para mí, creo que tan solo tuvo la gran fortuna de ser retratado por el impar Velázquez. La cita de los versos del hermano del también impar Antonio Machado, viene a cuento por el último endecasílabo y por lo que se refiere a la sangre azul. Esta es una frase hecha que ya se maneja desde el siglo XVII y que, según la justificación tradicional, se refería al color de la sangre de los reyes y la aristocracia. La causa, según este razonamiento, se basaba en el hecho sabido de que las clases nobles nunca se exponían al sol. En consecuencia, sus venas resaltaban, en sobremanera, sobre la palidez albina de su piel.

Pues bien, va y resulta que no es así. Veremos por qué. El historiador romano Tácito escribió, refiriéndose a los emperadores, que habían nacido «caelesti sanguine» (de sangre celeste), haciendo referencia a su procedencia divina, habida cuenta que, desde Octavio Augusto, todos se dieron la prosapia de considerarse dioses. Pues bien el quid de la cuestión lo supone la traducción de «caelesti» por azul, el color del cielo. Es decir, una sinécdoque muy en uso por los poetas culteranos del barroco. Una figura literaria que designa una cosa con el nombre de otra que tienen relación. «El azul no hay que tocar» escribe Rubén Darío refiriéndose al cielo en su poema A Margarita. Desde luego, no pienso adornarme con plumas ajenas, pues el autor del descubrimiento fue el avispado lingüista Eugenio Coseriu, a quien recuperó el profesor García Sánchez en un artículo publicado hace nueve años titulado Sangre azul, calco semántico y etimológico. A cada uno lo suyo.

Fuente: https://www.elperiodicomediterraneo.com