FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
En aquellos tiempos, o te detenían por espía o te montaban un proceso por andar jugando con cráneos y tibias observadas a través de un cristal. Aunque hay muy pocos detalles, los sinsabores de Crisóstomo Martínez debieron ser notables: tuvo que dejar sus investigaciones en París y huir Flandes. No podía encontrar, en la Francia de Luis XVI, el amparo académico de una España decadente en la que el rey Carlos se veía a todas luces que no estaba facultado para procrear hijos ni casi para entender lo que le explicaban ministros, validos y oscuros frailes confesores. España era un imperio con signos de agotamiento sobre el que empezaban a revolotear los buitres europeos.
De Crisóstomo y sus trabajos sabemos que quedaron interrumpidos, dislocados por la imposibilidad de seguir en Francia. Superó las acusaciones pero no regresó a Valencia; se refugió en Flandes, que le era más propicia… y allí se sabe que murió. No se sabe exactamente cuándo, aunque se da la fecha probable de 1694. Y desde luego, no se sabe dónde está anónimamente enterrado.
Pero nos quedan sus experiencias. El aviso a los navegantes de los cristales de aumento de los engaños que puede producir un acercamiento que no sea gradual y una iluminación que no sea correcta. Porque no se trataba de ver, sino de dibujar con perfección para que otros puedan estudiar en las aulas de Medicina.
Las lentes aumento eran un conocimiento ya antiguo, aunque no hay pistas seguras y hay quien aventura que fue un descubrimiento casual. Se les llama lentes por la forma de los cristales de aumento, abombadas en el centro, que les hacen parecer a las lentejas comestibles. Los muy pudientes usaban gafas con lentes ya en el siglo XIV, hay quien asegura que antes. Sabemos cómo era el microscopio de Martínez. Él mismo quiso decírnoslo y lo dibujó en un rincón de su lámina XI, teóricamente hecha en Valencia. Consistía en un pie elegantemente torneado que sujetaba una lente cóncava; mediante dos soportes móviles y regulables, uno horizontal y otro vertical, se podía subir y bajar, acercar y alejar a la lente el objeto, trozo o partícula que se quería estudiar. Desde luego con paciencia y buen pulso, con mucha calma, porque las articulaciones de madera eran por demás rudimentarias, según la reconstrucción que se ha hecho posteriormente a partir de su dibujo.
“Se ofrecen muchos engaños y así es menester mucho examen, mucha cautela y tiempo para no engañarse”, escribió el olvidado maestro valenciano. Pero él fue el primero en dibujar los movimientos del omóplato y de presentar una serie de esqueletos en todas las posiciones imaginables. Las vértebras y la pelvis, el fémur y los músculos de la pierna, las delicadas articulaciones de la rodilla… los cambios del cráneo desde la niñez a la edad adulta, dejaron de ser secretos para la Medicina del porvenir.
Pero sobre todo, él fue el primero en describir y descubrir las hasta entonces misteriosas comunicaciones entre la médula de los huesos y el funcionamiento del cuerpo humano. La presencia de lo que se llamó entonces “los vasos adiposos” cambió el concepto de la Medicina y causó perplejidad entre los anticuados galenistas. Porque había mucho más de lo que se suponía, laberintos por estudiar, circuitos por analizar… y a fin de cuentas, química, algo bastante incómodo para el conformismo. Él mismo, como sin darle importancia, relató todo lo que habían avanzado sus colegas europeos en las últimas décadas; y con una inédita frase de la huerta valenciana se puso a la cola de todos ellos con su modesta aportación. “Y yo –dice– em folgaría de ser el oli sobre les cols avent trobat los conduits de la graça”.
Una col bien cosechada y hervida, que se riega con un sencillo chorro de aceite, puede llegar a ser el mejor manjar. Crisóstomo Martínez lo sabía. Y desde esa sencillez pasó la vida tras un microscopio. No sabemos dónde está enterrado ni tiene un monumento levantado en Valencia. Pero una calle de Benimàmet lleva su nombre; se propuso en el año 1899 y se aprobó… en 1940.
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