FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Cuando paso junto a una de las 12.532 terrazas de mi barrio, observo que en las mesas hay unos papelitos de reserva con el código QR. La modernidad va llegando a la hostelería, a caballo de las nuevas tecnologías: sin duda se va notando la influencia que ejerce la presencia en el distrito de Bombas Gens y el restaurante de Ricard Camarena.
La novedad me alegra el día. Si han implantado un sistema tan avanzado de reservas quiere decir que tendrán los lavabos como los chorros del oro, que le han dado un buen repaso a las sillas que compraron en las rebajas de Leroy Merlin de 1986 y que ya no habrá chicles pegados bajo el tablero de las mesas. Yo voy a seguir sin ser cliente de la casa, pero será por mi torpeza tecnológica: renuncio en favor de los más diestros, como hicieron mis parientes los cromañones. Igual me ocurre con la playa, donde no me baño desde la Caída del Muro de Berlín. Después de esa fecha he ido a la costa muchas veces, a cosechar conchas y piedras, a localizar maderas pulidas por el mar, a pasear a fin de cuentas por la arena… Pero justamente eso que me gusta, caminar pisando olas desde Pinedo al Saler, es lo que dicen que no va a estar permitido en unas playas donde se va a imponer el orden y la regularidad, el turno y la reserva, en atención a la salud pública.
Se me acaban de cruzar dos terribles nombres de playa: Omaha y Argelès-sur-Mer. Me vienen a la cabeza imágenes áreas de Dunquerque. Aunque espero que Benidorm, que ha pedido tiempo para organizar las cosas mejor que nadie, encuentre la solución perfecta, como manda su antiguo liderazgo en el sector. Mientras tanto, la portada de LAS PROVINCIAS del martes avisa de algo que se esperaba: «El Ayuntamiento de Valencia renuncia a controlar el acceso de bañistas a la playa». Y hace bien Giuseppe Grezzi: si no es posible controlar la circulación de vehículos en la ciudad ¿cómo hacer frente a un desembarco como el de Normandía pero del revés? Los 120 empleados que hay previstos para un frente de mar de veinte kilómetros no dan ni para empezar.
¿Se inventará un pasaporte de playa? ¿Cobrarán los ayuntamientos por expedir salvoconductos de ola? ¿Se venderán billetes de tren con reserva de playa en Cullera o en Gandía? Tiempo al tiempo: los cambios que el futuro nos tiene guardados son imprevisibles. Las piscinas de vecindad van a ser, este verano, el gran foco de conflicto social; pero de momento, de vuelta a casa, veo a cuatro mocetones que se bañan en los surtidores de los bajos del puente de las Glorias Valencianas. Sin reserva QR y sin prejuicio alguno. Y de momento con bañador…
Fuente: https://www.lasprovincias.es