FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Antes de que se la pusieran al Manneken Pis, antes de que la llevara el primer surfista o la niña con coletas de la acera de Wall Street, el genio valenciano colocó una gran protección en el rostro de la Meditadora, la muñeca construida para la falla municipal de 2020. Fue el 11 de marzo, y es fácil ver que docenas de personas sin mascarilla la fotografiaron enseguida, con una sonrisa que no escondía preocupación. ¿Acabaremos así todos?, se preguntaban algunos. Acabaremos así todos, auguraban los pesimistas. Mientras, los críticos ante las manifestaciones del 8 de marzo lanzaban los primeros dardos.
La composición de Martín, Espuig y Scif se convirtió en un símbolo temprano de la pandemia; fue un memorial sobre la desgracia colectiva pero también un alegato en favor de la resistencia. No sabemos sobre qué cosas meditaba aquella mujer, pero tenemos claro que enmascararla fue la forma más valenciana de resistir. Con moraleja añadida; el diseñador, siempre osado en sus creaciones, usó la idea para transmitir virtudes clásicas: «paciencia, calma y esperanza», dijo.
Quemaron el resto de la falla pero decidieron guardarla. Se la llevaron en una góndola nocturna no sé a dónde. Pero miles nos hemos quedado con su fotografía, asociada de todo corazón a unos meses duros y tristes, a un tiempo que va a ser inolvidable por más que lo queramos dejar atrás. En el imaginario español, y no solo en los archivos de periódicos y televisiones, esa figura temprana, que puesta de mascarilla multiplicó por diez mil su fuerza de símbolo, ha quedado asociada a valores de resistencia. Desde entonces, docenas de monumentos callejeros del mundo han recibido una mascarilla simbólica. El Quijote de Alcalá de Henares y el Cervantes de Toledo, el Picasso de Málaga y la musa de los hermanos Argensola en Zaragoza. La mayor parte de esas esculturas de bronce situadas como mobiliario urbano en el mundo, desde Bruce Lee a Freddy Mercury, han sido protegidas con un guiño.
Y es ahora, justamente, cuando todos nos han imitado, cuando el concejal de Ferias y Fiestas, movido por no sé qué inquietud, ha insinuado que esa muñeca escondida habrá que quemarla alguna vez. Protesto, señor Galiana, y lo hago en serio. Digo muy seriamente que sería un gravísimo error perder ese símbolo. La Meditadora, con su mascarilla, debe ser tratada con materiales resistentes y colocada en algún punto de la ciudad como referente de un momento de nuestra historia. Ya tarda la Ciudad de las Ciencias en comprarla. Ya tarda el Ayuntamiento en conservarla para siempre como símbolo de una recuperación y aliciente turístico. Salvem la Meditadora, en serio.
Fuente: https://www.lasprovincias.es