FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Aquel día de junio de 1909, el profesor Ignacio Tarazona estaba emocionado como nunca en su vida. Seguro que fue temprano al puerto. Y seguro que estuvo supervisando la descarga de aquel barco para que todo se hiciera con calma, ordenadamente, con el mimo que requerían las cajas de embalaje en las que había viajado, desde Irlanda hasta Valencia, algo tan delicado como un telescopio. Nada menos que un refractor de 6 pulgadas, con montaje ecuatorial, fabricado por la prestigiosa firma Grubb, de Dublín.
Ignacio Tarazona Blanch (1859-1924), nacido en Sedaví, procedía de una familia de nueve hermanos en la que varios habían mostrado especial interés por las matemáticas y la astronomía. Su hermano Antonio trabajaba en el Observatorio de Madrid y llegó a ser una autoridad en la materia; otro, era militar y notable matemático. Él mismo, que se doctoró en Ciencias en 1888 después de unos estudios brillantes, dio clases en la propia Universidad sin dejar las aulas. Unos años después, en 1893, Tarazona recibió el encargo de ocuparse la estación Meteorológica de la Universidad, tarea que desempeñó hasta 1898, en que alcanzó la cátedra de Cosmografía y Física del Globo de la Facultad de Ciencias de Barcelona.
Tarazona trabajó en Barcelona hasta el año 1906 y desplegó allí una actividad científica y práctica que permitió a la institución dotarse de buenas herramientas de observación en un clima en el que era creciente el interés por el progreso de la astronomía. En efecto, dos grandes eclipses, los de 1900 y 1905, movilizaron a los astrónomos del mundo en torno al estudio y análisis del comportamiento del Sol. Mientras tanto, los fabricantes de equipo, como Grubb, aplicaban nuevas tecnologías que hicieron posible el seguimiento de estrellas y planetas con refinados sistemas de relojería y, en consecuencia, las fotografías de muy larga exposición. Pero ese interés de los astrónomos aún se hizo mayor cuando en el mundo comenzó a hablarse con expectación del paso del comete Halley, previsto para el año 1910.
Pero Tarazona regresó a Valencia en cuanto vio la oportunidad de una permuta de plaza. Volvió a sus clases en el viejo edificio de la Nau y empezó a hacer gestiones ante un ministerio donde esperaba que tuvieran eco sus proyectos, especialmente si el valenciano Amalio Gimeno se consolidaba en el gabinete en medio de tan frecuentes crisis; rector, decano y claustro le apoyaron constantemente en sus demandas. Mientras tanto, no olvidó la meteorología: a él se debe, precisamente, la reunión en un estudio de los datos climáticos de Valencia entre 1863 y 1893, así como la edición de un boletín que difundía las observaciones diarias, documentos ahora imprescindibles para poder hablar de la evolución del clima en Valencia. Aunque hubo un profesor encargado entre un personaje y otro, puede decirse que Tarazona, en lo meteorológico, enlazó con lo vocación científica del doctor Monserrat.
Pero un día de junio de 1909, cuando la Exposición Regional Valenciana estaba en su mejor momento, “Las Provincias” publicó esta noticia: “Se habla entre los amantes de la ciencia de que muy en breve podrán realizarse en nuestra universidad algunos trabajos en el campo de la Astronomía, pues la Facultad de Ciencias ha recibido una magnifica Ecuatorial que cuesta, colocada en la torreta, unos cuatro mil duros, y es el primer instrumento de una serie que se espera conseguir para montar aquí un Observatorio. La Facultad de Ciencias trabaja en ese sentido, ayudada por el rector y si continúa alcanzando éxitos como este de la compra de la Ecuatorial, no pasarán muchos años sin que se vean satisfechos los vivos deseos del catedrático de Cosmografía don Ignacio Tarazona, del decano y profesores de la Facultad y del rector. Cuando quede colocada la Ecuatorial, la Universidad dará la hora oficial a los relojes de la ciudad”.
La noticia causó sensación en los medios universitarios valencianos.
Fuente: https://fppuche.wordpress.com/