FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Los que hasta el 10 de marzo fueron alumnos presenciales de los cursos para mayores de las dos grandes universidades valencianas, esperan noticias. Pero, cuando escribo, las clases presenciales siguen pospuestas hasta el año venidero y para el otoño lo que se está ofreciendo es un abanico de opciones online voluntarioso pero escaso.
Los padres se preguntan unos a otros: las matrículas se han formalizado pero nadie responde si, a la hora de la verdad, las clases serán presenciales o informáticas, o si habrá una mezcla de estilos y los bachilleres tendrán que pasar en casa dos días por semana y acudir al instituto en días alternos. Más complejo es el problema del alumnado universitario: ¿me quedaré en el pueblo a pie de ordenador, tendré que bajar a Valencia algunos días, cancelo o suscribo el alquiler en la ciudad? La extravagante respuesta de Trump, que quiere quitar la residencia de todo estudiante extranjero que no vaya a clases presenciales, lo emborrona todo mucho más.
Se nota, y no es crítica, que hay una enorme desorientación en el mundo educativo. Se nota que hay incertidumbres, que todos reúnen opiniones y análisis sobre una experiencia telemática de la que dudan; y que, a la hora de la verdad, el mundo educativo que conocimos, desde las guarderías a los másters, son un terreno pantanoso donde nadie sabe por dónde tirar: nada será igual en el futuro, dicen los más sabios, pero nadie describe al detalle ese futuro y mucho menos aplica las recetas necesarias.
Me temo que, con tanto análisis, se esté olvidando, en lo que a los mayores se refiere, que si se matriculaban en un curso de arte barroco alemán, era más por terapia que por aprendizaje; se trata de vencer el muermo y obligarse a salir de casa un par de días a la semana. En cuanto a los jóvenes y los niños, me inquieta que la moda haga olvidar que la relación social con los compañeros, y el contacto con el maestro, son fundamentales.
Si les digo la verdad, creo que hay, sin duda con justificación, un poco de mieditis. Lo del teletrabajo está haciendo mella en buena parte de funcionarios, oficinistas y profesores y creo que no es para bien. Será legítima toda prevención, pero yo la veo usada como excusa cobardona, como moda acomodaticia. Así es que echo en falta rectores que decidan invertir, transformen aulas, adiestren docentes a nuevos modelos de educación y tomen luego la palabra para que la sociedad pierda miedos y acuda de nuevo a las aulas. Por dos razones: porque la mitad de los clientes universitarios están ahora sin temor alguno en playas y botellones, y porque la formación online es bastante dudosa; mostrar no es lo mismo que enseñar. Y que demostrar.
Fuente: https://www.lasprovincias.es