ESPARDENYADES

ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ

Castellón en los inicios del siglo XX era una ciudad agraria y su hábitat, perteneciente en una amplia mayoría al sector primario, hablaba en valenciano. El funcionariado, los militares, la iglesia… utilizaban como idioma vehicular el castellano, que gozaba de un prestigio, entre los naturales del terreno, mucho mayor que el de la lengua propia. De hecho muchos castellonenses, con el fin de alcanzar cierta prosapia, trataban de expresarse en ambas, pero la falta de práctica y su poco nivel cultural (casi el 50 % de la población era iletrada) les llevaba a decir auténticos desbarros ( espardenyades ) al expresarse en el lenguaje estatal.

La empleada de hogar de la casa de mis abuelos, la tía María la Rioja , vernácula de pies a cabeza, era uno de esos prototipos. Oí decir a mis mayores que, en cierta ocasión, fue «a la catastro» por una cuestión de su vivienda y volvió muy preocupada, refiriéndole el asunto a mi abuela Consuelo . Contó que los oficinistas la hicieron pasar, de mesa en mesa, preguntándole todos lo mismo: donde vivía. Al escuchar el nombre de la vía pública, indefectiblemente, arrancaban en sonoras carcajadas. Sin inmutarse, la buena mujer contestaba que «al carrer mascle i femella». Su preocupación era el no entender el porqué de las risas. Y la razón era que su domicilio estaba en la calle Vázquez de Mella. Ítem más.

Cuando iba a la iglesia, al cantar el Tantum ergo , en las exposiciones del Santísimo, sustituía el « genitori genitóque, laus et jubilátio » latino, por «que li toque, que li toque, la jubiiiiiilació». Y esta última es todavía peor: en la Salve a la Virgen del Lledó suplantaba la estrofa «Con viva fe y efusión» por «Con vida y fue defunsión (sic)» en una mezcla de castellano y valenciano, bastardeando las dos lenguas. H

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