
HENRI BOUCHÉ, CRONISTA OFICIAL DE BORRIOL
Esta semana calles y plazas de los pueblos de nuestra provincia se verán inundadas de luz y fuego en honor de un santo, Sant Antoni, de especial devoción y arraigo en el mundo agrario, sobre todo, y que cuenta con la inexcusable participación de los animales, especialmente de los de labor. Su expansión parece haber renacido con el tiempo y cada día se celebra en número creciente.
En ella, dejando aparte su carácter religioso, hay muchos elementos de la cultura popular, entre ellos, el fuego como elemento primigenio que da calor y vida a la fiesta. Hogueras, pirotecnia que se suman a la celebración y verdaderos caminos ígneos que recorren caminos y calles.
Y la cosa viene de lejos: en el siglo XIV nacen las cofradías en nuestra diócesis dertosense y luego en la actual de Segorbe-Castellón. La vida del santo es conocida popularmente y llega a constituir un modelo de ascetismo en general con la expectación que representa al anacoreta como protagonista: un joven de buena posición que a los 20 años deja su profesión y dinero para retirarse en la soledad de su cueva; una decisión insólita que ha dado paso a los festejos actuales llenos de sabor popular y de fervor religioso.
Delicia
Recorrer los caminos de esta provincia en estas fechas en torno al 17 de enero es una delicia sorprendente. El fuego señala el camino, los animales de labor contribuyen al colorido de la fiesta y el calor del fuego vence el frío invernal. Es una fiesta-muestra de los numerosos medios para divertir y hacer reflexionar al visitante. Desde la aparente sencillez de la matxà hasta la monumentalidad de las hogueras, el transporte de la leña, los bailes típicos, los personajes míticos que intervienen, la gastronomía festiva (rotllos, rotlletes, figues albardades, etc), junto a las competiciones y juegos hacen de esta fiesta una de las más populares y ancestrales de la península.