MIGUEL APARICI NAVARRO, CRONISTA OFICIAL DE CORTES DE PALLÁS
Existen poblaciones muy ‘significativas’ en nuestra Comunidad. En el sentido de su peso histórico, su patrimonio y, particularmente, la influencia sobre los pueblos de su propia comarca.
Pero a mí me ha llamado la atención, siempre, Chelva.
Ese ‘centro’ de La Serranía, atrancado tras la puerta natural del viejo Domeño. De pueblos dispersados en el espacio y alejándose hacia el Bajo Aragón.
Con un picacho de mil metros, que vislumbra el mar. Un conglomerado de tres religiones, en su triple casco viejo cristiano, judío y musulmán. Guindado de iglesia monumental, al barroco recubrimiento de Pérez Castiel; con reloj semanal y mensual.
Hurtado, casi, al rumor del Guadalaviar; que taja cabizbajo y retranqueado, bien que creando espectaculares parajes como el de Puente Alta en Calles o de El Alto Turia en Tuéjar, Titaguas y Aras. Ya donde el hormigón armado da un único salto de gigante sobre sus encorsetadas aguas.
Vigilando, desde la fonda de Esteban, la ruta del bus de La Chelvana; otrora castigado de ejes en las viejas ‘emes’ que nos traspasaban al enclave ademucero. Y remontador del alto de la Montalbana, en tantas ocasiones paso nevado (cuando aún no había crisis climática), previo al dejarse caer en la hoya vinícola afrutada titaguera. Rondando por la vieja comarcal C-234, antaño verde de pilones, y hermana pobre de la ‘paralela’ N-234, que la gana en tiempos por el valle del Palancia.
Con modernista viejo asilo, de nuevo rico dadivoso. Con calvario franciscano, al que podías llegar y donde quedarte unos días sólo «con lo que trajeras para compartir». Junto a Hermanos que gozaron de convento e iglesia a la otra orilla del riachuelo medianero y afluyente, que se disputan por el nombre chelvanos y tuejanos; allí donde el paraje fresco y arbóreo de ‘Molino Puerto’, de puente pintoresco en piedra tosca y que encamina al recóndito del Turia, en el impracticable tránsito del otro de ‘Barrequena’.
De buenos embutidos y ollas, a donde escaparse con la familia; hambrienta de salidas al campo. Dando la oportunidad al riesgo de equilibrarse sobre la acequia, ya sin pretiles, del invicto acueducto romano que sigue por una Peña Cortada y tunelada, después. También, con disputa con Calles por el acceso. No sin antes haber dejado a los chicos corretear por las gradas de su provinciana y meritoria plaza de toros o acercarse al pie altozano de La Torrecilla mora. O, previo aún, haber hecho acopio en las cantimploras de las serranillas aguas en la Fuente de la Gitana. ¡Menuda excursión dominical, chavales!
Tierra de madereros, como en Ruzafa o en Cofrentes (allí, por el Cabriel y el Júcar). Tierra de paso trashumante: díganlo en Cuenca o en Teruel. Tierra de secano y huertecillas primorosas moriscas; pregúntenle, sino, a la memoria del Señor del señorío de Chelva, lato cabe Sinarcas. Chelva… con las líneas imprimidas en la ‘Fénix Troyana’, de un cura (quizás ‘mareado’, por su apellido Marés) que ennobleció la ‘selva’ de los chelvanos hasta llamarla «lugar donde estuvo el Paraíso Terrenal». En todo caso seguido, el amor propio a esta tierra, por la centenaria revista que mantiene el nombre del libro en la memoria.
Con sus Cuatro Esquinas de Benacacira, que nos marcan el camino de nuestros posibles rumbos.
Hacia el Levante, de regreso, entrando en las callejas de Calles para rodar un tramo por la inacabada provincial franquista (¡cámara a los pilotes y alambradas quitamiedos de los años 60!, que ya no quedan como memoria histórica constructiva), que nos dejará caer -desde una vertiginosa Puente Alta femenina- sobre el corredor aventurero del Turia; siguiendo viejas zonas de acampada (de cuando el Icona y su ingeniero zonal Ricardo Aparisi). Apareciendo a la amplitud por donde el Canal del Generalísimo afloja aguas sobre un borrado Domeño; al que «se sabía» que nunca alcanzaría -sino sus huertas- la cola del Loriguilla, con villar también abatido.
Por el Sur, atrevidos a machacar pies, piernas y espalda siguiendo el sendero de Gran (Largo) Recorrido GR-7; sobre el que los griegos deberían venir, desde Delfos, hasta las puertas de África, en Gibraltar.
Por el Poniente, Tuéjar primero; con otra cucada de iglesia recargada de bultos castielanos. Titaguas, bodeguera fresca para marisco caro. Aras, astronómica futurista; vecina del pasado en las centenarias sabinas, protegidas, de la ermita-mirador de Santa Catalina y en el entorno de los casares de La Losilla.
Y por el Norte. Peñas arriba, ¡quien pudiera subir sin el coche! A refrescar en la fuente de la ladera alta, a rezar a la Virgen por un Remedio, a completar la ascensión hasta el avistador del pico; nido de radioaficionados y atalaya que conecta el litoral con la trastienda de La Yesa y Alpuente.
Rincón, en fin, carlista; con una Yesa que hizo una cruz con dos ametralladoras, un Alpuente cuyo asedio al collado pintó el famoso historicista Cusachs y una misma Chelva que fue cuartel adelantado de Morella.
Fuente: https://www.lasprovincias.e