FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Y ahora, por si teníamos pocos líos, el «pin parental». ¡Cuántas complicaciones para un viejo! Cuántas controversias, cuántos dilemas morales, cuántos retos de la modernidad para una generación que aprendió con tebeos del Capitán Trueno, estimulada por la zapatilla de la madre y los coscorrones del maestro…
¿Qué será eso del «pin parental»? ¿De dónde viene el nombre? Me lo explican y todavía me parece más complicado. Una cuestión de conciencia, nada menos. A mi edad, y con estos pelos, me invitan a discurrir sobre cómo deben ser educados en materia afectiva y sexual unos nietos que no tengo y unos niños que veo siempre absortos delante de un teléfono; unos niños que con siete años no saben comer aún solos y miran dibujos animados mientras les dan los macarrones a cucharadas.
Antes que enseñarles lo que es la homosexualidad, antes de explicarles por qué dos mujeres se besan de ese modo en la parada del metro, yo lo que probaría es a quitarles el teléfono hasta que tuvieran uso de razón. Pero esa deducción me lleva a pensar que yo tampoco debo de andar en uso de razón, que mi tiempo es otro. Y que esas agudas controversias morales son de un siglo que no es mío y las plantea gente que está perdiendo la aguja de marear barcos.
Me acuerdo de la cigüeña aquella. De un enternecedor mundo de trolas, con bolsas que venían de Paris. Aquello era una memez. ¿Pero cómo llamaremos a este exceso de escrúpulo que lleva al pin? ¿Habrá niños que irán a la escuela segregados, marcados de entrada por la modalidad de educación que van a recibir? Me falta lo que escasea: voces de maestros que serenen a los alarmados; el razonamiento de pedagogos que garanticen la calidad de lo que razonablemente se tiene que explicar. Pero las televisiones, ya es mala suerte, no los encuentran. Mal asunto, cuando la gente deja de confiar en sus maestros. ¿Qué les queda como agarradero?
Pero entonces es cuando llega la ministra y, para serenar los ánimos, va y dice que «no podemos pensar de ninguna de las maneras que los niños pertenecen a los padres». Lo que faltaba para un duro. Por lo que se ve, los niños, empezando por los de Pablo e Irene, son ahora del soviet de Galapagar. El Estado los tutelará desde pequeños, los hará pioneros del partido y les entregará un teléfono móvil después del juramente de lealtad.
Es probable que la ministra quisiera decir que la responsabilidad de la educación es de los padres, que comparten la tarea con el Estado; y que este, a su vez, reconoce la libertad constitucional que los padres tienen de elegir dónde llevan a los hijos a estudiar. Pero el caso es que si quería decirlo, no lo dijo. De modo que yo saco toalla blanca al balcón y me rindo. Ni unos ni otros… Cómo le cuesta, cómo sufre esta España, que no encuentra el justo término medio.
Fuente: https://www.lasprovincias.es