FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
A aquel embajador inglés novato me tocó explicarle -eran los años setenta- que cuando viera un Manhattan enorme junto al mar es que estaba llegando a Benidorm. Se reía cuando le dije que miles de ingleses se jubilaban con los sueños puestos en La Marina. Pero luego me dijo que eso explicaba el número razonablemente alto de repatriaciones de cadáveres que había firmado en su primera semana en Madrid. Casi medio siglo después, el turismo británico en nuestra región se ha hecho triste actualidad y las normas estrictas del gobierno de Boris Johnson no consiguen ocultar la realidad estratégica de quien hace todo lo posible, venga o no a cuento, para que veranee en las islas el mayor número posible de súbditos de su Majestad. Desde Felipe II, la Pérfida Albión -qué nombre tan elegante- no para de tender telarañas, estratagemas que convienen a sus intereses.
Ocurre sin embargo que Keith y Norman tienen una casita alquilada a una inmobiliaria británica que construyó de golpe quinientas y les puso el precio del montante del plus de jubilación que en los ochenta daban a los militares de las Malvinas o los policías del Ulster. Como ocurre que Norman y Keith van a tomar sus seis cervezas, o la jarra de sangría diaria, a un bar propiedad de otro inglés donde no han entrado españoles desde hace años. Tampoco es español el dueño de la empresa que se ocupa del mantenimiento de las piscinas o la que procura que la prensa británica no falte en los chalés, apartamentos y casitas que, por millares, se desparramas desde Denia a San Juan.
De modo que en general, tanto aquí como allá, se ignora que la batalla que ha dado Ximo Puig por evitar daños al turismo británico en la Costa Blanca procuraba salvar el empleo de veinte o treinta mil trabajadores españoles, pero estaba salvaguardando los intereses de cinco o seis mil empresarios, inversores, fondos de pensiones y planes de ahorro que a la hora de la verdad son los que exportan a Gran Bretaña la mayor parte de los beneficios que los ingleses producen en la costa durante el verano.
Keith y Norman tenían la casa alquilada por un mes y, al volver, es posible que tengan que hacer cuarentena. A él le da igual porque está jubilado y el campo de golf se lo han cerrado a cal y canto; a ella le afecta poco porque el bingo semanal de la parroquia evangelista no abre hasta octubre. Así es que, del disgusto que tienen, han buscado, y encontrado, una mistela de Xalò de precio muy razonable y una marca de sangría embotellada que les ha garantizado el envío a Birmingham sin portes.
Fuente: https://www.lasprovincias.es