FRANCISCO SALA ANIORTE/CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
El naufragio del «Sirio» cumple ciento catorce años y que mejor forma de recordarlo que leyendo la novela «Un cadáver en la playa», de mi buen amigo José Bañuls. El verano de 1906 se recordaría durante muchos años en Torrevieja por una terrible tragedia ocurrida frente a Cabo Palos. Naufragaba el vapor trasatlántico italiano «Sirio». Su pasaje estaba compuesto oficialmente por 892 personas, aunque la compañía aseguradora Lloyd´s consideró que, dada la gran cantidad de emigrantes ilegales que transportaba, la cifra real de viajeros estaría próxima a los mil cien, en su mayor parte emigrantes de condición muy humilde, algunos de cuyos cuerpos aparecieron en la costa torrevejense, como fue en el caso de la tiple Lola Millanes. Con más trescientos fallecidos, continua calificada como la mayor tragedia en la historia de la navegación civil en la costa Mediterránea española.
El jueves 9 de agosto de 1906, unos pescadores de que habían salido de madrugada con sus lanchas, regresaron por la tarde a tierra portadores de una noticia que emocionó a todos: el hallazgo de cadáveres cerca de la costa torrevejense. Fueron a hablar con el alcalde, Rafael Sala, a quien le refirieron que estando dedicados la pesca divisaron flotando sobre las aguas dos cadáveres. Procuraron sujetarlos con unos cabos a uno de sus barcos, que dejaron anclado en alta mar, mientras, vinieron en el otro para poner al corriente a las autoridades. El alcalde, después de oírlos, manifestó que no competía a sus atribuciones el asunto, enviándolos al Ayudante de Marina quien se apresuró a dar órdenes para que los cadáveres fuesen traídos a tierra.
Ya aquí, fueron reconocidos por los médicos que, después de apreciar algunas señales que presentaban, dedujeron que no habían perecido ahogados sino a causa de grandes quemaduras. Por las ropas que vestían se presumió que eran fogoneros o maquinistas del vapor «Sirio». Se le halló a uno de ellos dos billetes del Banco Italiano y a otro unas monedas de cobre. Acudió al muelle mucha gente ansiosa por presenciar el desembarco de los dos cadáveres a tierra.
Los pescadores informaron que además habían flotando por aquellas cercanías unos cuarenta o cincuenta cadáveres y que no pudieron acercarse por la fetidez que despedían.
El mismo día, el remolcador del Arsenal de Cartagena realizó una excursión a los restos del «Sirio» llevando a los representantes de la casa armadora, al médico de Sanidad Marítima y a una comisión de pasajeros y parientes de las víctimas de la catástrofe, entre los que se encontraba el cuñado de Lola Millanes, que acompañado de un teniente de la guardia civil, visitó detenidamente los camarotes de segunda clase del vapor, en donde viajaba la artista, descubriendo los baúles que formaban el equipaje de su cuñada casi vacíos, faltando de ellos ropas, alhajas y cuatro mantones de Manila; solo quedaban algunas prendas, fotografías, cartas, documentos, recortes, dos sombreros y alguna otra prenda de vestir.
Se ha especulado sobre el rico equipaje que Lola Millanes llevaba a bordo del «Sirio». Varias personas habían afirmado, de manera privada, que tenían alguna ropa de la artista, llegando a decir que del equipaje de la tiple sólo quedaba un sombrero, unas tenacillas de rizarse el cabello, una polvera y dos peinecillos. Las alhajas, los mantones de Manila, los ricos encajes, todo cuanto consiguió reunir con el producto de su trabajo en su larga vida artística se lo llevaron manos criminales. Del equipaje de la infortunada tiple se le entregó a la familia un cofre ocupado en casi su totalidad por ropa de teatro, además de dos mantones de Manila -uno negro bordado en colores y otro color tabaco bordado en blanco-, cinco sombrillas de lujo, varias faldas de seda y de terciopelo; zapatos, algunos vestidos de caprichos y muchas cintas y lazos; también se halló la correspondencia íntima de la genial artista y un gran número de fotografías, así mismo se informó falsamente que todo fue de nuevo arrojado al mar, por el mal olor que despedía, siendo incierto pues muchas de estas fotos, cartas y objetos personales de la artista los conserva en la actualidad su tataranieto René Ibáñez en su casa de México, con quien he tenido continua correspondencia. Incierto que todo el equipaje de Lola Millanes, se lo habían llevado las gentes que asaltaron el buque antes de su total hundimiento dejando como prueba innegable los baúles abiertos, las maletas rotas a hachazos y los cofres fracturados. Mientras, su cadáver continuaba sin aparecer.
A mediados de agosto, los pescadores y pescaderos se encontraban muy disgustados por la presencia en las playas de Torrevieja de gran número de cadáveres, espectáculo que perjudicó mucho a toda la gente del mar, que encontraron en el público cierto retraimiento a su mercancía. Todo el mundo se resistía a comprar pescado a pesar de ofrecerlo casi de baldes, corriéndose entre las gentes el rumor del hallazgo un botón de calzoncillo en el vientre de un atún al proceder a su limpieza.
Pocos días después se halló en la orilla de la playa del Acequión el cuerpo de una mujer que vestía una blusa oscura de seda con líneas blancas y moradas y encajes, cubrecorsé de punto blanco y camisa blanca con encajes y las iniciales bordadas «D. M.» entrelazadas. Pronto se confirmó que se trataba de Lola Millanes siendo depositadas las ropas Juzgado por si algún familiar quisiera reconocerlas.
Enterados de la aparición de un cuerpo que podía corresponder a Dolores, su cuñado y su hermana, que se encontraban en Cartagena, se desplazaron a Torrevieja para identificar y hacerse cargo del cadáver. Más tarde enviaron al juez de Torrevieja 8.000 pesetas, para la construcción de un mausoleo en el que descansaran sus restos, y que llevaría una escultura suya, aunque nunca se llegó a esculpir.
Murió ahogada cuando regresaba a Buenos Aires hacer una gira en América por cuestión de trabajo y familia, -también iba a conocer a su única nieta, Dolores. Su voz y talento cómico que la llevaron al éxito se vio truncado en nuestro mar.