EL HORNO DE XIXONA CON 500 AÑOS DE VIDA

RAMÓN PÉREZ

La revolución comunera, la Armada Invencible, Miguel de Cervantes, la Santa Inquisición. Los «trending topic» del siglo XVI suenan hoy, a lo que son, a algo rancio, de otro siglo. En Xixona apenas queda vestigio alguno de aquella época; una de los pocas huellas es el horno del Raval, toda una reliquia que, pese a su condición, sigue funcionando en la actualidad, unos 500 años después de su instalación.

Escondido entre la laberíntica calle del Raval, en las faldas del casco antiguo del municipio y bajo el baluarte de los restos del castillo almohade construido en el siglo XIII, aparece el forn del Raval de la Peñita, donde atiende María Teresa, absorta en su preparación de dulces típicos (tonyetes, iguales, rotllets d’ou) en plena contrarreloj para llegar a tiempo a la Fira de Nadal que arranca en un par de semanas.

La entrada del negocio, con su inconfundible arco, traslada a su origen, documentado en el archivo de Xixona como de 1568. «Desde entonces está registrado un horno en el número 10 de la calle del Raval», cuenta María Teresa de la Peñita Galiana, propietaria de un local en el que ya despachaba su abuelo, Enrique de la Peñita Jerez, hace casi un siglo. Los papeles revelan que en 1495 ya había un horno en la misma calle, pero no especifica nada más. «Seguramente sería éste, pero bueno, yo digo que como mínimo este horno es del siglo XVI», matiza María Teresa.

Del horno, de origen árabe y que tiene una profundidad de 4,5 metros más otros 3,75 de ancho, se dice que es el más antiguo de toda la Comunitat Valenciana. Está intacto, tal y como se construyó, aunque el establecimiento sí que ha sufrido alguna remodelación obligada. «Hubo unos problemas con Sanidad y se tuvo que reformar algo, había un banco donde la gente se sentaba a cocer y unos techos muy altos, todo eso se perdió», explica con nostalgia María Teresa.

Tiempo después aquella remodelación fue objeto de debate. Cuando Patrimonio se puso al corriente de lo que había pasado, denunció al Ayuntamiento por la pérdida de todos esos detalles medievales, una pérdida irreparable. Su singularidad apenas tiene réplica, quizás sólo haya algo parecido en la provincia de Castellón. Así lo explica BERNARDO GARRIGÓS, CRONISTA OFICIAL DE XIXONA: «Su forma semiesférica, la hilera de piedra de su fisonomía y su sistema de cocción lo hacen prácticamente único. Hay que tener en cuenta que es un horno de leña y construido dentro de un edificio».

Sobre la particularidad del forn del Raval publicó a finales del siglo XX el historiador José Hilarión Verdú Candela. Sus investigaciones concluyeron que el horno del que hay referencia en 1495 es el actual, principalmente por la dificultad que suponía construir un horno. «No parece que ése se demoliera en pocos años y luego se levantara otro, el actual, justo en la misma calle», señala Garrigós, que sin embargo, aclara que todo son conjeturas, conclusiones sin documentación. «Es difícil que fueran dos distintos».

El horno es un de los tesoros medievales con los que cuenta Xixona, aunque el Ayuntamiento todavía no dispone de un catálogo aprobado de todos los bienes patrimoniales con los que cuenta el municipio.

Un noble de propietario

En 1789 el dueño del forn del Raval era el noble Pascual García, miembro de una de las familias más importantes de Xixona de la época. «Esto era habitual, los hornos pertenecían a gente relevante porque para regentarlo era necesaria una concesión real», EXPICA EL CRONISTA BERNARDO GARRIGÓS.

Hay constancia de que durante el mes de noviembre de aquel año revolucionario, Pascual García hubo de dar su consentimiento a la construcción de otro horno en la misma zona, por si aquello le suponía un conflicto de intereses. «El juez dictaminó que se debía notificar la intención de Antonio Colomer de construir un nuevo establecimiento a los dueños de los hornos más inmediatos, Pascual Soler y Pascual García, por si tenían la intención de alegar alguna cosa», recuerda GARRIGÓS.

Tanto García como Soler se opusieron a la construcción del nuevo horno en la calle del Portal de Tibi, en base a un posible perjuicio futuro para sus negocios. Y lo alegaron de esta manera: «Los posibles usuarios de este nuevo establecimiento o son pobres mendigos o jornaleros que rarísimas veces amasan pan en sus casas por comer en las de los dueños, que les alquilan o compran el pan de la taberna o panadería, por lo que poco beneficio obtendría el propietario del nuevo horno».

Sin embargo, aquella rabieta del noble no prosperaría y el litigio, «largo y farragoso», según las noas de GARRIGÓS, acabó con la autorización para el establecimiento del nuevo horno.

La importancia del horno durante siglos fue capital en las localidades, cuyos vecinos llevaban a estos establecimientos alimentos de todo tipo para cocer. La tradición se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, cuando comenzaron a proliferan en las casas los electrodomésticos. «La gente antes de irse a trabajar dejaba el pan que había amasado en casa y luego lo recogía», recuerda María Teresa de la Peñita. Sus abuelos, que regentaron el horno desde principios del siglo XX, marcaban el pan con sellos para diferenciar unos de otros y los vecinos pasaban después de la faena a recogerlo.

No sólo se cocía pan, sino también pimientos, arroz u otros platos diarios. «Recuerdo que mi abuela estaba pendiente del arroz, añadía el agua, era todo un trabajo…», cuenta María Teresa. Todo aquello se multiplicaba en época de fiestas, cuando la gente se volcaba con platos más elaborados como la rostidora o los tantos dulces tradicionales de la zona. «A mí, de niño, me enviaba mi abuela con los rollitos que hacía para cocerlos allí. Los llevaba en la «tabaila» que me ponía en la cabeza», cuenta el periodista Bernat Sirvent, autor de la página web www.madeinjijona.com, un portal referencia que recoge multitud de información actual, histórica y turística sobre Xixona.

Aquellas colas para entrar al negocio fueron una de las estampas icónicas de la Xixona que no volverá y que tan bien recuerda Xixona Antigua, una página de Facebook con más de 3.000 seguidores donde se comparten fotos y recuerdos. Esa tradición de cocer alimentos comenzó a reducirse en la década de los ochenta. «En aquella época mi madre dijo que ya sólo dedicaría dos días a cocer», recuerda María Teresa, que trabaja en el horno del Raval desde que tenía 11 años. Entonces era propiedad de su padre, Antonio de la Peñita Albert. Desde 1994 es ella quien lo regenta. Aparcada la faceta de cocer al vecindario sus productos, continúa la tradición que comenzó su madre: la elaboración de dulces de Xixona con productos naturales, tal y como se hacían cuando el horno vio la luz. «Yo ya no tengo tiempo de darle la vuelta a un pimiento, es que no compensa», se justifica. Sin embargo, mantiene por deferencia varios pedidos en fechas señaladas. Una rostidora, una calabaza, algún corderet… «Es que se nota mucho la diferencia», confiesa.

Leña de almendro

Uno de sus secretos más confesados radica en la calidad de su leña, de almendro y también de limonero. «Aquel olor a comida y a almendra se percibía desde varias calles», recuerda Bernat Sirvent. Al horno, intacto desde su fundación, solamente se le ha añadido un flexo potente para iluminar el interior. «Antes se utilizaba una llama de azufre, recuerdo lanzarlo de pequeña y de pronto la llamarada iluminaba todo el producto», cuenta María Teresa, entre risas. «Luego yo me di cuenta de que eso podría haber sido peligroso, pero nunca pasó nada».

Lo que no ha cambiado ni un ápice son las picardías de un trabajo que se enfrenta al olvido. «Yo tengo 66 años y no sé cuándo me jubilaré, pero no va a haber cuarta generación en la familia que asuma el horno», cuenta María Teresa, mientras apoya la gran pala que saca del horno. Ningún invento, por muchos siglos que hayan pasado, ha suplido a una silla de madera ubicada en medio del paso sobre la que descansa la pala. Las cosas bien hechas no entienden de tecnologías.

El horno del Raval, que si no hay novedad cerrará cuando María Teresa de la Peñita decida parar, tuvo un papel social y humanitario muy relevante durante la Guerra Civil: fue el único que tenía abierto Xixona. Así lo confiesa su actual propietaria y también Bernat Sirvent: «No es una leyenda, muchos de los vecinos lo cuentan».

Fuente: https://www.informacion.es