VICENTE VÁZQUEZ, CRONISTA OFICIAL DE SAX
Dentro de los actos del quinto congreso de los Moros Viejos y Fundadores celebrados en Sax, con la organización de la Comparsa de Moros, en el escenario del Teatro Municipal Cervantes, tenía lugar la ponencia dedicada a la Pólvora, donde el CRONISTA OFICIAL DE LA VILLA, VICENTE VÁZQUEZ HERNÁNDEZ, dedicó a todos los presentes, el sábado 9 de julio.
Reproducimos un interesante resumen de la primera parte de la ponencia.
El uso tradicional de la pólvora como elemento festivo una de las características de los territorios de los antiguos reinos de Valencia y Murcia, que ha desembocado en muchos lugares, con el paso de los siglos, en las Fiestas de Moros y Cristianos, donde la pólvora sirve para festejar esta guerra incruenta y puramente conmemorativa.
Esta tradición festera, transmitida de padres a hijos durante generaciones, ha sido objeto en los últimos años de estudios e investigaciones que han traspasado el ámbito local para llegar a los estudios universitarios.
En el año 2016, la UNDEF organizó el IV Congreso Nacional y I Internacional sobre “Moros y Cristianos: un patrimonio mundial”, con una gran participación de festeros e investigadores, donde se habló de los antecedentes de la fiesta y de la problemática de la pólvora.
Y estos historiadores coinciden en señalar la relación entre el uso de la pólvora y las fiestas desde la Baja Edad Media. En los fueros municipales del siglo XV, aparece la obligación expresa de realizar prácticas de pólvora y arcabuz, debido al constante peligro representado por las incursiones y razzias en las zonas fronterizas. Esas prácticas militares con uso de pólvora se denominan “alarde”, “muestra”, “mostra”, etc. Todavía en la actualidad perdura en la Fiesta de Moros y Cristianos la denominación de “alardo”.
En el siglo XVI se oficializa el “alarde de armas” que celebraban las milicias, donde el capitán pasaba revista a los soldados para que tuvieran el armamento en buen estado, se celebraban ejercicios militares en los que se ensayaban las tácticas, se adiestraba a los soldados y también se celebraba un desfile delante del capitán en el que la compañía de arcabuceros marchaba al son de la música de pífanos y tambores.
Durante los alardes, generalmente los domingos, también se realizaban concursos de tiro, con sus correspondientes premios (“joyas”), documentados en Alcoy y Sax, donde en las cuentas de propios de 1575 tenemos el siguiente apunte:
… pagó por libramiento, 20 reales al mejor tirador con arcabuz de joya, como Su Majestad y el señor gobernador lo mandan.
Los alardes debieron ser un espectáculo muy atractivo para la población por su propia vistosidad y al celebrarse en días festivos debieron contar con público que también quería verlos participar en los acontecimientos y fiestas de la población, tales como la llegada de personalidades o celebraciones religiosas.
De esta forma, la obligación de ejercitarse en el manejo de las armas de los hombres entre 18 y 50 años, que componían la milicia, era recompensada con su participación en fiestas, tanto las profanas como las religiosas.
En el caso de Sax, este uso militar-festivo de la pólvora está documentado en el Archivo Municipal desde 1543, a través de las cuentas de propios del concejo, donde aparece reflejada la compra de pólvora y arcabuces para el alarde que realizaban los soldados, posteriormente encuadrados en las Milicias Provinciales o Concejiles, y que continuaron durante el siglo XVII.
Así, en las cuentas de 1559 aparece la siguiente anotación:
“Se pagó a las trompas y dolçainas y atabales y en pólvora que se dio a los arcabuceros, porque es costumbre que el día de resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, se hace antes de día una prosisión con la lumbraria de Nuestra Señora, pidiéndole albricias y sale aquel día la bandera desta villa…”.
Otro claro ejemplo de las salvas de arcabucería en las fiestas religiosas lo proporcionan las cuentas de propios de 1567:
“Pagó por mandado de los oficiales 13 reales y medio a Martín de Ganga, maeso de hacer pólvora, de 6 libras y doze honças de pólvora que dio a los arcabuceros que acompañaron la prosesión del día de Nuestra Señora de Agosto porque es costumbre antigua en esta villa que salen arcabuceros acompañando la prosisión…”.
En el siglo XVII también abundan los ejemplos de alardes con motivo de los recibimientos a diferentes personalidades.
Las cuentas de propios de 1635 dan testimonio de la fiesta que se hizo al Conde de Elda, cuando vino a Sax:
“… pagó ciento y veinte y siete reales a Gaspar Esteban, vecino desta villa, que se le pagaron por la pólvora que se gastó en la fiesta que se hicço quando pasó el señor Conde de Elda por esta villa”.
En mayo de 1699, con motivo de la visita del obispo de Cartagena, el cabildo de Sax acordó que “…se le festexe a Su Ilma. con artillería para su entrada y tiros de pólvora y que dichos Comisarios asistan a dicho Sr. Obispo…”.
También durante el siglo XVII, los arcabuceros de las milicias siguen participando en las procesiones, como vemos en las cuentas de propios de 1662:
“Recibésele en data treçientos reales que pagó a Francisco Alonso, vecino desta villa, y Gaspar Nabarro, polvorista de Elda, por el preçio de quatro arrobas de pólbora y cuerda para alcabuses que se gastó en la fiesta de la Puríssima Conzepción de la virgen nuestra Señora”.
Estos ejemplos, extraídos del Archivo Histórico de Sax, sirven para todas las poblaciones de la comarca, pues tal era la costumbre tradicional.
El siglo XVII es el siglo de oro de la cultura española, tanto en literatura como en arte, pero es también el siglo de oro del uso de la pólvora en las fiestas de pueblos y ciudades.
Para nuestra comarca lo fue, sin duda, por tener varios molinos de pólvora al alcance de la mano. Hemos visto citado en 1662 a “Gaspar Nabarro, polvorista de Elda”, pero no es el único del que tenemos referencias, pues desde 1668, el polvorista eldense Luis Juan se ganó el apreció de la ciudad de Alicante al proveerla de la pólvora producida en los tres molinos de pólvora que tenía en la villa de Sax.
Autores como Pérez Medina nos explican la existencia de molinos hidráulicos de fabricar pólvora durante el siglo XVII en Monóvar, Elda, Petrer, Sax y Villena.
Pero durante el Barroco, esta costumbre, esta moda, de solemnizar los actos con salvas de arcabucería, tanto como homenaje a las personalidades, como en las procesiones religiosas, no se limita a España, pues es también una práctica que se extiende a Europa. Si levantamos el foco de nuestras comarcas, y lo ampliamos a otros países, podemos comprobar que las salvas de arcabucería como elementos festivos eran habituales en la Europa occidental.
Lo podemos comprobar en esta pintura, “La Procesión de la Liga de 5 de junio de 1590”, con los propios frailes disparando los arcabuces por las calles de París.
Otro ejemplo es este gran cuadro, titulado “El Ommenganck en Bruselas. 31 de mayo de 1615. Los altos gremios”, donde podemos observar a las milicias de la ciudad desfilando y disparando los arcabuces.
En el museo de Dunquerque (Francia) hay cuadro de la escuela flamenca, del año 1633, donde vemos el desfile, con el estandarte desplegado, de los miembros de la cofradía o guilda de Santa Bárbara, patrona de los artilleros y arcabuceros. Podemos apreciar a los capitanes, con la banda en el pecho, acompañados por su familia (mujer e hijas), de una forma que nos recuerda a nuestras comparsas, con sus capitanes, capitanas y pajes.
Una de las obras más famosas de Rembrandt, el gran pintor holandés, es “La Ronda de Noche”. El título correcto es el de “La Compañía del capitán Frans Banning Cocq y el teniente Willem van Ruytenburch”. Representa la compañía de arcabuceros en el momento de salir para recibir el cortejo de María de Médicis, reina de Francia, en el instante en el que el capitán indica a su lugarteniente que dé la orden a la milicia de iniciar la marcha desde las puertas del cuartel, a orillas de uno de los canales.
Rembrandt pintó el cuadro en 1642, cuando las sociedades de tiro de Amsterdam deciden encargar cuadros que las representen en las ceremonias que organizaron para recibir en la ciudad a la reina de Francia, en 1638.
La genialidad del artista es pintar a la compañía en el momento previo a su formación. Podemos observar el mismo ambiente de euforia, alegría y confusión que en nuestras comparsas en los instantes previos al inicio del desfile, la bandera por un lado, los músicos por otro, los arcabuceros preparándose y el paje correteando por en medio del tropel, hasta que el sonido del bombo pone orden y la disciplina festera se impone.
Y es que mi hipótesis considera que la niña del cuadro es el paje del capitán, representado por una niña, con mucha probabilidad hija o nieta suya, que en desfiles o recibimientos daba mayor categoría y vistosidad al rango del burgués que imita a la nobleza y realeza. Todavía en la actualidad es costumbre que una niña entregue un ramo de flores a las personalidades que visitan una ciudad.
Las milicias urbanas, burgueses en su mayoría, copian e imitan a la nobleza y realeza en diversos aspectos, como las fiestas reales. Por eso, los pajes de rodela, ayudantes del capitán, que vemos en las Compañías de los tercios o de las milicias provinciales, se transforman en niñas de corta edad, que imitan a las meninas de la Corte.
El siglo XVIII trajo a España una nueva dinastía, los Borbones, y tras la Guerra de Sucesión, Felipe V y sus sucesores inauguran una política de reorganización administrativa y propician la modernización de España.
La nueva dinastía toma una serie de medidas que inciden en la fabricación de la pólvora y en su uso festivo. La corona tenía el monopolio de la venta de pólvora y fijaba su precio. Y los corregidores debían velar que los vecinos no cometiesen fraude al fabricar pequeñas cantidades de pólvora.
De estos primeros años del siglo XVIII hay referencias a alardes, y en 1714, para festejar el paso por Sax de la Reina Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V, en su viaje de Alicante a Madrid, se acuerda “prevenir dos arrobas de pólvora, y lo demás que convenga…”.
Esta fiesta evolucionó a lo largo del siglo XVIII y se transformó en “soldadesca”, donde los vecinos, vestidos de soldados, disparaban salvas de arcabucería en rogativas públicas y fiestas locales, como las patronales, imitando compañías de arcabuceros, utilizando los cargos militares de capitán y alférez.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, siguiendo la política del Despotismo Ilustrado de modernizar la sociedad, Carlos III prohibió por Real Cédula de 15 de octubre de 1771, el uso de armas de fuego, aún con pólvora sola, atribuyendo al Consejo de Castilla la autorización individualizada de las distintas fiestas de arcabucería a partir de 1785. Banyeres de Mariola lo consiguió en 1786.
Tal vez pudo pesar en el cambio de política, autorizando el uso de la pólvora, el consejo de Gaspar Melchor de Jovellanos, quien en su “Memoria sobre Espectáculos y diversiones públicas” elevada al Consejo de Castilla en 1791, proponía que “… las soldadescas y comparsas de moros y cristianos y otras diversiones generales son tanto más dignas de protección cuanto más fáciles y menos exclusivas, y por lo mismo merecen ser arregladas y multiplicadas”.
En el siglo XIX sigue la utilización de la pólvora mediante salvas de arcabucería para festejar y homenajear la llegada de visitas ilustres, documentadas en Sax durante los viajes de Carlos IV en 1802 e Isabel II en 1858, o con motivo de celebraciones cívicas, como la proclamación de la Constitución de Cádiz en 1812, o el nacimiento del heredero de Isabel II en 1851.
También Mesonero Romanos, al relatar la entrada triunfal de Fernando VII en Madrid el 24 de marzo de 1808, nos habla del disparo de cohetes y salvas de arcabuz.
En los primeros años del siglo XIX, el alardo o soldadesca evoluciona a las Fiestas de Moros y Cristianos, y se van extendiendo por nuestras comarcas como una mancha de aceite, coincidiendo con la etapa liberal que se inicia en España a partir de la Constitución de Cádiz de 1812.
Bernardo Herrero, en su Historia de Sax, nos deja constancia de la importancia de la pólvora en las Fiestas de Sax, y del recuerdo de las del año 1838 en la fértil memoria de Emilio Castelar, que las había vivido de niño:
“Pero el estruendo del combate y el humo de la pólvora no enardece sólo al fiero campeón, que empuña las armas y toma parte principal en la refriega que cual barrunto de la realidad llega al alma de las muchedumbres, que se entristecen cuando el sarraceno vence, y jóvenes y viejos, niños y mujeres, ven desaparecer mortal pesadumbre al retornar la alegría con la victoria de los nuestros. D. Emilio Castelar, que tantas veces durante su niñez había visto en Sax las fiestas de moros y cristianos, y que no nos visitaba una sola vez sin enterarse de las novedades de la fiesta, pintó como él sólo sabía hacerlo, hasta qué punto llega la ilusión de las masas populares, en estas comedias representadas al aire libre”.
De las fiestas de Elda, además de las referencias de Emilio Castelar, disponemos de la descripción de Lamberto Amat en 1877, del que señalamos este párrafo sobre los disparos:
“Sabido es que, en tres días, particularmente los dos primeros, el lujo, el lucimiento, la grandeza de los festeros consiste en quien de aquellos ha hecho más fuertes disparos de arcabuz…”.
También aparece documentado el uso de la pólvora con arcabuces en las Fiestas de San Blas, incluso en momentos tan difíciles y revueltos, como la sublevación de Boné en 1844, cuando Sax consiguió permiso para celebrar fiestas con disparo de arcabuces, el 3 de febrero, aunque suprimiéndolos cuando sea anochecido: “Enterado del oficio de V. en que solicita la autorización para los fuegos de las fiestas de San Blas, le contesto que, aunque está prohibido en el estado de guerra hacer disparos en las poblaciones, teniendo presente, sin embargo, la lealtad de sus vecinos, les autorizo para que por todo el día de hoy continúen las fiestas, aunque suprimiendo los disparos en cuanto sea anochecido, para evitar las alarmas que pudieran producirse”. La batalla, en los campos entre Elda y Petrer, tuvo lugar el 5 de febrero.
A mediados del siglo XIX, el desarrollo económico propiciado por la industria textil en Alcoy, y la exportación de vino en las comarcas del Vinalopó, propiciaron la expansión de las fiestas de moros y cristianos, creando nuevas comparsas, lo que hizo posible una mayor participación en las fiestas.
Y en esos años, como ocurrió en otras poblaciones, Agost intentó introducir en sus tradicionales Fiestas de San Pedro a los Moros y Cristianos. Unas cartas escritas desde Agost y dirigidas al alcalde de Sax, aportan luz sobre un primer intento por introducir la Fiesta de Moros y Cristianos en Agost en fecha tan temprana como mayo de 1852.
En la primera de ellas, fechada el 18 de mayo, Rafael Castelló le dice al alcalde de Sax:“Amigo Pascual: los vecinos de ésta tratan de hacer la función de Moros y Cristianos a las Fiestas del Patrón San Pedro, y como se les quiere complacer, espero tenga la bondad de facilitarme la embajada, por 5 o 6 días, intentaré que un escribiente las copie, que se devolverán al momento.
Mis dos hijos mayores quieren ser otros de los que contribuyan a la función, y últimamente les proporcioné dos alcabuces buenos, un vestido de Moro para el mayor y otro vestido de Cristiano para el 2º…”.
Aquí vemos los elementos imprescindibles para unas Fiestas de Moros y Cristianos: los trajes, las embajadas y los actos de arcabucería.
En la segunda mitad del siglo XIX disponemos de más documentación sobre las Fiestas de Moros y Cristianos. En el Archivo Municipal de Sax se conservan varios oficios de la Delegación de Hacienda dando instrucciones en 1861 y años siguientes para evitar el fraude de la pólvora:“Próxima la función de alardo que según costumbre se efectuará en esa villa en los primeros días del próximo venidero mes de febrero, y siendo en tales casos en las que circula el fraude en el artículo de pólvora…”.
Para entender estas repetidas referencias al fraude de la pólvora, debemos conocer que en el siglo XIX la pólvora continuaba siendo un monopolio del Estado, de carácter estratégico, pero también recaudatorio.
El único requisito para la celebración de las Fiestas era la autorización del Gobierno Civil. Y de fecha 30 de enero de 1869 es el oficio del Gobierno Civil, recordándole al alcalde de Sax que, de acuerdo con la nueva ley municipal, el Ayuntamiento puede autorizar las fiestas bajo su responsabilidad.
Pero con la nueva Constitución de 1876, base de la larga etapa de la Restauración borbónica, hay que volver a solicitar la autorización al Gobierno Civil. De estos años disponemos también de los programas de fiestas, donde están reglamentadas las procesiones de arcabucería y los simulacros de combate, que debemos entender por alardos y guerrillas.
En el caso de Sax se conservan varios arcabuces de la época. Por ejemplo, del año 1875 es el arcabuz con la siguiente inscripción: “Soy de D. Diego Torreblanca, Defensor de San Blas de Sax, Año 1875”. Y de 1877 es el arcabuz infantil de Joaquín Valdés Alpañés. Los dos festeros de la Comparsa de Moros.
O la fotografía de la Comparsa de Moros realizada el 2 de febrero de 1899, donde los festeros posan con sus arcabuces en la mano.
Desde comienzos del siglo XX, las autorizaciones del Gobierno Civil de Alicante incluyen la adopción de las medidas necesarias en el control de la pólvora y los fuegos artificiales, como podemos comprobar en el oficio de 1925, de fecha 30 de enero al Ayuntamiento de Sax: “a condición de que por esa Alcaldía se dicten las disposiciones oportunas a las diferentes comparsas que integren la fiesta de moros y cristianos, para que al hacer las salvas de costumbre adopten las precauciones necesarias que tiendan a evitar accidentes y desgracias a las personas que presencian los festejos”.
La pólvora y la música continúan siendo el eje de la fiesta a lo largo del siglo XX, como recoge el artículo del periodista José Alfonso, publicado en la revista madrileña Mundo Gráfico el 17 de junio de 1931: “Las fiestas de Sax podrían denominarse las fiestas de la pólvora… Son innumerables los disparos de las comparsas …
… En uno de estos desfiles litúrgicos, las comparsas van “sin disparar”, y en otros “disparando”, pero no pueden hacer disparos contra objetos y personas, que puedan causar daño, ni apuntar a las paredes. Los capitanes de las comparsas, seguidos por tres “cargadores” que municionan sus arcabuces, van disparando sin cesar. En una procesión, un capitán efectúa más de 1.400 disparos”.
Fuente: https://saxdigital.com