SORPRESA

«Una anciana cocinando huevos», de Diego de Velázquez. A.L. Galiano

ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

En estas fechas del calendario cuando la canícula aprieta y el cerebro se aletarga, hay veces que, entre sueños, te vienen a la memoria momentos vividos fuera de nuestras fronteras. Precisamente, allá por 1975, en un épico viaje en autobús a Suiza programado por la Organización Sindical, en la ciudad de Lausane, en una de sus noches paseando por sus calles cuando todos los establecimientos estaban cerrados y las gentes en sus casas excepto el grupo de turistas españoles que quería agotar el tiempo «viendo más», oímos una guitarra.

A la llamada de la misma, nos encontramos con tres o cuatro jóvenes que resultaron ser compatriotas nuestros que se encontraban exiliados. Fue un momento de alegría para todos. Entablamos conversación con ellos y, lógicamente les preguntamos cómo se las apañaban en un país tan caro. Y aquí surgió la picaresca hispana al explicarnos que si queríamos contactar con nuestras familias por teléfono era bien sencillo, sólo había que utilizar en las cabinas monedas de una peseta, «una rubia», ya que el peso y tamaño de la misma equivalía al de la moneda suiza que servía para ello.

Así que, después de la sorpresa de conocer a estos sacrificados españoles continuamos manteniendo relación con España por menos de «un duro» o sea «cinco pesetas». Pero el tema no terminó ahí, ya que por el precio del viaje los hoteles no eran de lujo, y en dicha ciudad para ducharse debíamos hacerlo en cabinas que funcionaban con monedas, con lo cual, para llevar a cabo una buena higiene corporal costaba «un pastón». Pero, de nuevo los españoles y la picaresca. Sorpresa: una de las camareras era compatriota y lo primero que nos dijo, fue que pagase el primero, que se colocase algo que impidiera que se pudiera cerrar la puerta y que fuéramos pasando uno detrás de otro, por menos de un franco suizo.

Son anécdotas que quedan impresas en la memoria después de tantos años y que nos hacen recordar esos buenos momentos. Años después, visitando en Holanda el gran dique de Amsterdam, al descender del autobús vimos acercarse un taxi y de él descendió el pasajero, el cual al verme, me saludó efusivamente. Era un conocido de Bigastro que de niños jugábamos en los veranos de Torrevieja. Sorpresa y alegría, pues hacía casi veinte años que no nos veíamos.

En los primeros años de este siglo, en Cuzco, recorriendo las calles cercanas a la Plaza de Armas, localicé en la fachada del Palacio Arzobispal una placa datada en 1969, haciendo referencia al Museo que allí se alberga con las obras pertenecientes a la Fundación José Orihuela Yábar. La sorpresa fue el ver este apellido coincidente con nuestro topónimo y del que tenía constancia de su existencia en nuestra ciudad en los siglos XVII y XVIII. Infructuosamente, después de ponerme en contacto con dicha Fundación, no logré saber si podría tener relación con Orihuela. Con lo cual, la sorpresa sólo quedó en eso y en descubrir la exposición de varios cuadros representativos de carros triunfales en la procesión del Corpus cuzqueña en el último de estos siglos.

Algunos años antes, en Roma, en compañía de mi buen amigo Emilio Griñó, situados en la Plaza del Pópolo y con el mutuo acuerdo de ir caminando desde allí hasta la Plaza de Navona, deteniéndonos en cada una de las iglesias que nos encontráramos, nos introducimos en primer lugar en la Basílica de Nuestra Señora del Pópolo a la búsqueda de dos obras de Caravaggio («La Crucifixión de San Pedro» y «La Conversión de San Pablo») entronizadas en la capilla Casari. Pero, antes de ello, la sorpresa se nos presentó al entrar, ante un monumento sepulcral en el que un esqueleto de medio cuerpo en con los brazos cruzados en actitud de eterno reposo tallado en mármol, aparecía tras una reja. Hasta aquí, la anécdota. Después fue una nueva sorpresa el verlo aparecer en una de las imágenes de la película «Ángeles y demonios», basada en la novela de Dan Browm.

De momento, la última sorpresa la tuve hace días al localizar en Edimburgo, con una obra de Diego de Velázquez, datada en 1618, que representa a una vieja friendo huevos. Pero de ello ya trataré más adelante, antes de que deje de apretar el calor.

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