Colección A. L.Galiano
ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
En estas fechas en que ya vislumbramos el final del penúltimo trimestre del año y nos planteamos cómo pasa el tiempo, da la impresión de que el calor que nos ha abrumado en los meses de julio y agosto se hubiera disipado. Sin embargo, siempre queda el peligro de lo que por estas tierras toda la vida hemos llamado como ‘el veranico de los membrillos’ que pudiera verse representado por temperaturas altas, aunque, ahora, con eso del cambio climático puede ocurrir cualquier cosa.
Septiembre para Orihuela y los oriolanos, antes suponía el regreso desde las playas a la vida cotidiana y al trabajo. Ahora, para muchos no es así, y la estancia en la costa se prolonga un poco más, hasta que los centros de enseñanza abren sus puertas para acoger a los niños que se enfrentan a un nuevo curso.
Sin embargo, para otros, la llegada de este mes supone aproximarse al Santuario de la Patrona de Orihuela, copatrona con las Santas Justa y Rufina, y también con la Inmaculada. Se acerca esa noche en que, en romería se traslada a Nuestra Señora de Monserrate hasta la primera iglesia de la Diócesis, la Catedral, para la tradicional novena y procesión general en el día de su festividad.
A esta imagen, además de los prodigios vividos ante las inundaciones con el lanzamiento de su ramo a las aguas para que descendiera el nivel, de la colocación de su manto en la torre de la Catedral para aplacar epidemias, le son atribuidos otros muchos prodigios, o hechos milagrosos a los que la piedad popular se ha aferrado como a un clavo ardiente en busca de consuelo.
Hace ya algunos años, casi diez, con motivo del séptimo centenario de la invención como sinónimo de hallazgo de la primitiva imagen, presté atención a lo que el historiador Josef Montesinos Pérez Martínez de Orumbella calificó allá a finales del siglo XVIII, como «milagros y prodigios» atribuidos a Nuestra Señora de Monserrate. Ya de por sí, prodigioso fue su hallazgo «como tesoro escondido debajo de una campana». El autor del ‘Compendio Oriolano’ reseñaba un total de 32 milagros. Cifra ésta que podría verse incrementada hasta 43, al incluir varios en un mismo caso que se dieron entre 1637 y 1808. En aquella ocasión, tratamos sólo 22 desde el primero de estos años hasta 1756, entre los que se dieron resurrecciones de difuntos, redención de cautivos y presos, sanación de enfermos y accidentados, riadas, incendios tempestades y plagas. Ahora, vamos a referirnos a los restantes, en los que la intervención de la Patrona en la mayor parte de las veces fue de manera colectiva ante epidemias coléricas en los años 1804 y 1805, y que, cuando remitían iban seguidas de funciones de acción de gracias con misa solemne con sermón y Te Deum final. Así, en los días de Pascua de Pentecostés de 1805, la catedral, donde se encontraba depositada la imagen, fue testigo de varias de estas funciones, al igual que la parroquia de Santiago Apóstol vivió una de estas el 30 de diciembre de dicho año a cargo del canónigo Matías Pérez Cordoner, que era secretario de Cámara del obispo Francisco Antonio Cebrián y Valda.
El autor del ‘Compendio Histórico Oriolano’ no quedó al margen de la intercesión de Nuestra Señora de Monserrate, al verse contagiado estando en Cartagena, a la cual se había desplazado para establecer una cátedra de Latinidad, el 4 de agosto de 1804, después de haberse jubilado de la que regentaba en la Universidad de Orihuela con una pensión de 175 libras. En Cartagena, el día 8 de septiembre ante el avance de la epidemia, se dieron por terminadas las representaciones de comedias y se prohibieron las diversiones públicas. Y tal como era costumbre en estos casos, cuando las medidas humanas eran incapaces de solucionar el problema, se echó mano de la intercesión divina acudiendo a rogativas, tal como la que se efectuó el día 17 de agosto con las imágenes de Nuestra Señora del Roser y de los cuatro Santos cartageneros (Florentina, Leandro, Fulgencio e Isidoro) que fueron entronizados en una de las iglesias, al igual que en otra se hizo lo propio con San Roque. Josef Montesinos se vio contagiado el 24 de septiembre y allí, se encontró «solo, afligido y desamparado» de su familia, encontrando como solución acudir a la intercesión de la Virgen de Monserrate. Casi sin fuerzas se echó a la calle y fue a casa de un amigo, quedando en el trayecto en su retina grabada la imagen de difuntos y personas moribundas. Fue atendido, y se le suministró «un poco de caldo y un bizcochito», y cuando recuperó energías, se desplazó a su tierra, en la que tras cumplir con la cuarentena, ofreció una novena a la Virgen de Monserrate, a la que acudió junto con su familia con los pies descalzos.
En los años que nos ocupan, los prodigios atribuidos a la Virgen, dieron sus frutos en otras poblaciones, como en la ya citada Cartagena, así como en Rojales, Almoradí y Dolores. Al margen de las epidemias, el martes 26 de enero de 1808, desde las cuatro de la tarde hasta el día siguiente, un fuerte viento de poniente hizo estragos en Orihuela y su huerta, derribando más de cien barracas, tejados y veletas de las torres, y tronchando más de mil árboles. Todo ello estuvo acompañado por un terremoto y una réplica. Ante esta situación, se abrió la Catedral donde estaba depositada la imagen de la Patrona, a la que se le cantó la salve y los gozos, se rezó el Rosario con la Letanías Lauretanas, y al instante todo quedó serenado, haciendo válidas aquellas estrofas en que se le dice: «socorred a los desvalidos, pues que sois tan poderosa».
Fuente: http://www.laverdad.es