LA BATALLA DE EL PUIG, LA CONQUISTA DE VALENCIA Y EL 9 D’OCTUBRE

JULIO BADENES, CRONISTA OFICIAL DE EL PUIG

Una vez fundado el nuevo reino de Valencia, Jaime I y los valencianos necesitaban preguntarse, y justificar, cuáles eran las causas, los poderes, los sucesos que lo habían hecho posible. No era otra cosa sino un ejercicio de filosofía de la historia que planteaba: ¿quién dirigía la Historia?, ¿hacia dónde?, ¿quiénes eran los protagonistas lícitos y moralmente adecuados para liderarla?, ¿a quién le daba tal beneplácito la divinidad como directora de la Historia?

Por supuesto, se trataba de una filosofía de la historia que tenía como eje principal a Dios, al teocentrismo que forma parte, de manera esencial de la interpretación de los hechos, que se llevaba a cabo en la Edad Media.

La batalla de El Puig o de Enesa

La conquista de Valencia y otros grandes hechos, que Jaime I hizo realidad a lo largo de su vida, fueron realizados según él gracias a Dios y, por ello, eran dignos de ser recordados, “per tal que els homes coneguen i sàpien, després de la nostra vida mortal, tot allò que nós hem fet del Senyor poderós, en qui és vera Trinitat, deixem per memoria aquest llibre a aquells que vulguen oir les gràcies que nostre Senyor ens ha fet, per haver posat la nostra fe en aquest Senyor, que és tan poderós” (Fets, cap. 2). Y, en tanto que en esta autobiografía el rey narra todos los acontecimientos más importantes referentes a la conquista y fundación del nuevo reino de Valencia, podríamos afirmar que esta obra constituye la raíz más profunda de la memoria colectiva del Pueblo Valenciano.

Y una de las gestas más relevantes en la conquista fue la batalla de El Puig. A ella y a sus consecuencias dedica el rey varios capítulos de su Crónica, del 217 al 221. De hecho, al enterarse de la victoria, por la minuciosa descripción que le trasladó el caballero Guillem de Sales, natural de Huesca, en donde se encontraba el monarca en aquel momento, es tal su gozosa sorpresa que inmediatamente dio a conocer la buena nueva a las órdenes religiosas, y se dirigió a la catedral, “davant Jesús Natzaré i, amb els canonges, férem cantar Te Deum laudamus” (Fets, cap. 219).

Para Jaime I la victoria en la batalla de El Puig fue crucial porque mostraba la superioridad de su ejército frente al del rey Zayyan. Las amenazas de choque campal del rey musulmán de Valencia (Fets, cap. 210) se habían cumplido, pero el ejército jaimino, comandado por Bernat Guillem de Entença, había vencido y, ahora, la toma final de Valencia estaba servida en bandeja.

Este triunfo era el penúltimo escalón de la conquista. Por ello, unos meses más tarde, en enero de 1238, cuando Jaime I se entera de que más de sesenta caballeros y hombres honrados lo querían traicionar, abandonando el castillo de El Puig de Santa María, el rey se sorprende porque “ells han vençut la batalla, i nos els em refet dels cavalls que hi havien perdut i els hem assegurat les seues necessitats, ¿com no ens poden esperar un poc fins a Pasqua, ara que no falten sinó dos mesos, i nós vindrem ací amb la nostra host i anirem a assetjar València?” (Fets, cap. 236). A la mañana siguiente Jaime I dio el impulso final a la conquista, al reunir en consejo a los caballeros y jurar delante de la imagen de la Virgen de El Puig que no iría más allá de Teruel ni del río Ulldecona hasta que tomase Valencia (Fets, cap. 237), consiguiendo, de ese modo, que todo lo logrado gracias a la batalla de Enesa sirviese para llevar a término el último paso: el asedio y toma final de la ciudad.

Hasta tal punto fue crucial este choque campal que Abulfamet, al pactar con Jaime I, en representación de Zayyan, confirma que “la ciutat de València havia rebut gran mal a causa dels homes que havien caigut, davant el nostre poder, després que la batalla del Puig fou feta” (Fets, cap. 276).

Por todo lo dicho, este acontecimiento bélico-milagroso se convirtió en una gesta fundacional para todos los monarcas de la Corona de Aragón y para los valencianos, y tenía que ser rememorado cada año en los actos conmemorativo-fundacionales que se realizasen y, por tanto, era necesario erigir algún elemento arquitectónico que recordase el lugar en el que sucedió y al santo que prestó su milagrosa ayuda. Para ello el Ayuntamiento de Valencia decidió llevar a cabo en el siglo XVI la construcción de una ermita dedicada a san Jorge. Y es Francisco Boyl, mercedario que vivió varios años en El Puig de Santa María, el que recuerda, en la página 46 v de su obra sobre el monasterio de El Puig, que se hacían “procesiones fundadas assi en Valencia, como en la villa del Puche, el día del santo, y el día de san Dionis”, es decir, el 9 de octubre.

¡Fomentemos la memoria histórica y visitemos la ermita de san Jorge de El Puig de Santa María!

Fuente: https://www.levante-emv.com