La Plaza de la Virgen está atiborrada de gente. Alrededor de la fuente monumental, frente a la puerta de los Apóstoles, sentados en la bancada de piedra que hay justo delante… Y al calor del gentío, los pedigüeños. Junto a la fuente está VICENT BAYDAL (CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA), que, muy probablemente, sea , de todos los que están allí, el que más sabe de este centro histórico de València. Un hombre que, en un rato pegando la oreja, escuchando lo que dicen los guías turísticos, es capaz de detectar mentiras sonrojantes.
VICENT BAYDAL torpedea el cachivache que me transcribe automáticamente las entrevistas porque quiere hablar en valenciano. Y está en su derecho, faltaría más, pero luego la máquina se vuelve loca con esas palabras que no reconoce y transcribe lo que transcribe. Pero el valencià es innegociable para un abanderado de la lengua que tantas pasiones y odios despierta. BAYDAL es editor, historiador, divulgador y CRONISTA OFICIAL DE LA CIUTAT DE VALÈNCIA. Él y Francisco Pérez Puche, un veterano periodista, afín a Rita Barberá, que fue director de Las Provincias, son los dos cronistas oficiales.
“No está remunerado, no”, se ríe BAYDAL, que habla mucho y muy deprisa. Antes nos ha dado a elegir varios lugares próximos a la plaza donde encontrar algo de tranquilidad para hablar con calma y hemos optado por ese pequeño jardín que hay pegado al Palau de la Generalitat. Vicent, que se las sabe todas, cuenta que ahí, construida sobre ese mismo suelo, estaba la Casa de la Ciudad, el antiguo Ayuntamiento, pero que hace un par de siglos, en 1850, al ver que estaba hecho una ruina, decidieron derribarlo.
Como lo de cronista no está remunerado, tiene que vivir de algo y, después de un tiempo trabajando en la Universitat Jaume I, últimamente se ha centrado en Llibres de la Drassana, la editorial de libros en valenciano que ha cogido impulso gracias a la exitosa Noruega, de Rafa Lahuerta, Premio Lletraferit de novel.la 2020. Cuando se vio en la encrucijada, sin apenas tiempo para estar con su hija, Bruna, tomó el camino de los libros porque siempre tuvo claro que no quería dedicarse a la docencia. “No me gusta dar clase. Daba clases de Historia del Derecho y también daba paleografía, enseñaba a los alumnos a leer los documentos medievales. Era muy gratificante porque en octubre les ponías un documento del siglo XIII y no tenían ni idea y en enero ya se defendían. Pero llegaba a casa y pensaba que no quería dedicarme a esto. A raíz del boom de Noruega, Drassana, pese a ser una micro editorial, se convirtió en un negocio viable”.
El valenciano, marginado
BAYDAl nació en València, pero su familia viene de Benissa. En 1977, sus padres decidieron coger al que entonces era su único hijo, el hermano mayor de Baydal, y a los abuelos y dejar la Marina Alta para instalarse en la gran ciudad. Él ya nació en València. Su padre intentó prosperar con un taller y un concesionario en Blasco Ibáñez, muy cerca del colegio El Pilar, donde las familias de poderío llevaban a sus hijos. Y así, en ese entorno, los pocos que hablaban en valenciano, la lengua que habían aprendido en su casa, eran mirados como paletos de pueblo. “Ahí, casualidades de la vida, coincidí con Lahuerta, que sus padres tenían el horno al lado, y creo que iba a clase con Vicente Barrera. En El Pilar se escondía el valenciano, y había burlas de los alumnos, la mayoría de la clase alta valenciana, hacia el que lo usaba, que solía venir del pueblo. A mí me criaron en castellano, pero con 16 o 17 años, gracias al profesor de Valencià y a un compañero que era de Benimaclet, nos abrieron los ojos a unos cuantos. A partir de ahí lo recuperé y, de hecho, se convirtió en uno de los leitmotivs de mi vida. Ahora mis padres están muy contentos de que su nieta, mi hija, hable en valenciano pese a que ellos interrumpieron la transmisión”.
La familia de Baydal no fue la única que orilló el valenciano por complejos absurdos. Fue algo muy común en los 70 y los 80. “En el siglo XX el castellano se convirtió en la lengua de prestigio y, por tanto, la que tenía que aprenderse. Lo otro son dialectos que no sirven para nada y los padres pensaban que le iban a facilitar la vida a los hijos si sólo le enseñaban el castellano. Y eso es algo que aún está ahí”.
Por suerte, a veces hay maestros que te marcan para siempre, que te enseñan que hay otros caminos, que recuerdan lo que puede ser importante. “A mí lo que me gustaba era la historia gracias a un par de profesores que tuve en el colegio: Teresa y Antoni Casaña. Ahí entendí que la historia servía para explicar lo que yo no entendía del mundo”.
No se puede culpar a unos padres que dejan su pueblo para irse a la ciudad para intentar darle la mejor educación a los hijos. Y ahí está la razón por la que los educaron sólo en castellano y por la que casi obligaron a Vicent, al pequeño, a estudiar Derecho pese a que le apasionaba la Historia. Desde fuera puede parecer un error, pero no debió ser fácil cambiar Benissa por València en los años 70, llegar a un lugar donde no conoces a nadie y donde llegas a sentirte como un inmigrante, empezar en un taller de coches y cambiarse después a una administración de lotería, la numero 7, Lotería La Herradura, como marcaba la tradición familiar. “Somos de familia lotera. Mi madre también se dedicó a esto, como mi tío, un hermano de mi abuelo… Y ahora que mis padres se han jubilado, también mi hermano”.
Este historiador ve con pesimismo el futuro de la lengua. “Por una cuestión de estructura sociopolítica y, sobre todo, demográfica, el valenciano está condenado. Aquí hablamos valenciano porque en tiempos de Jaume I, cuando expulsó a los musulmanes, vinieron un 60% de catalanes y un 30% de aragoneses y castellanos. Por esa mayoría demográfica, los aragoneses acabaron hablando la misma lengua que los catalanes y se formó ese valenciano. Pues ahora, desde hace veinte años, estamos en la situación inversa. Un 60-65% de los valencianos habla castellano y un 30-35%, valenciano. Creo que estamos en un punto de no retorno”.
Su hija y Tosca
Baydal intentó cambiar el rumbo de su historia familiar con Bruna, que, según cuenta, quiere decir morena en valenciano. Vicent y su mujer no tenían muy claro qué nombre ponerle, pero un día, durante una estancia en Inglaterra, fueron a la ópera a ver Tosca y durante el aria Recondita armonia escucharon en voz del tenor aquello de È bruna Floria, l’ardente amante mia (Es morena Floria, mi ardiente amante) y entonces se miraron y comprendieron que Bruna era el nombre”.
Aquel joven aguantó un año en Derecho. Después, harto, se plantó. Eso sí, se matriculó en Historia con la idea clara de acabar lejos de las aulas. “Yo quería ser historiador y, durante la carrera, averigüé que era posible. Yo sacaba muy buenas notas, aunque el primer año fue un desastre porque estaba un poco disperso, pero en el segundo me puse las pilas y, entre tercero y cuarto, un profesor me dijo que estaban buscando a un becario para el Museo de Historia de València, que está en Mislata. Me incorporé como becario, pero luego me contrataron y estuve un año y medio trabajando con ellos. Esa fue la gran base, con 21 años, de mi conocimiento de València. Me empapé de toda la bibliografía. Fue un master antes de acabar la carrera. Y después, cuando se inauguró en 2003, volví a la carrera, pedí una beca Séneca y solicité ir a Barcelona porque quería trabajar en el área medieval y en València no era posible hacer esta especialización”.
Tanto le gustó Barcelona que su pareja de entonces se mudó allí con él y, después de acabar el quinto año académico, entró en el CSIC gracias a una beca predoctoral. Ahí se hizo experto en fiscalidad medieval y estudió cómo se construyó el sistema fiscal valenciano entre los siglos XIII y XIV. “Fue una tesis de 1.500 páginas que me llevó siete años, hasta 2011. En ese intervalo trabajé en el Museo de Historia de Barcelona para estudiar la correspondencia municipal de Barcelona, algo que apliqué después a València. Ahí veías que tenían muchas más competencias que ahora y hablaban con el papa, el emperador o con quien fuera. También me hice experto en paleografía (ciencia de la escritura y de los signos y documentos antiguos)”.
En 2011 acabó (y leyó) con la tesis y el amor. Había llegado el momento de dejar su casa frente al mar de la Barceloneta. Pero apareció una nueva amante, quién sabe si morena y ardiente, y se marchó con ella, una chica brasileña, a vivir a Sevilla, donde aquella medievalista preparaba su tesis doctoral sobre Alfonso X el Sabio. Un año y medio, entre 2011 y 2012, en el centro de la ciudad de la Giralda y la Torre del Oro. Se iba posponiendo su regreso a casa, que aún tardaría porque entonces recibió una beca para ir a Oxford para hacer hacer una investigación sobre la creación de las distintas instituciones en Europa. Aunque antes de volar por encima de los acantilados blancos de Dover, el enamoradizo Vicent Baydal conoció a la que sería la madre de su hija.
Algunos turistas se cuelan por el jardín y aprovechan los bancos de hierro forjado para tomarse un descanso. La belleza de este rincón, casi un remanso de paz en medio de la vorágine del turismo, la afean las enormes bolsas de basura que sobresalen de las papeleras de hierro que hay repartidas por el jardín. Por fuera, al principio de la calle Caballeros, pasan los rebaños de visitantes en free tours que desembocan irremediablemente en la plaza de la Virgen. De fondo se escucha la melodía de los músicos callejeros que persiguen la caridad del viajero.
Su vida en Oxford
Antes de todas esas mudanzas, en 2007, en el tiempo de los blogs temáticos, Vicent Baydal desplegó todo su conocimiento y sus ideas acerca de la lengua y otros asuntos en Vent de Cabylia, un portal que le dio algo de popularidad al historiador valenciano. “Los blogs fueron una forma de conectarnos a los que estábamos interesados en el valencianismo y la cultura valenciana. Ahí conocí a mis socios de la Revista Lletraferit y Llibres de la Drassana. Y vi que interesaba la divulgación histórica. Yo quería divulgar la historia de València y que llegara a la gente”. Hoy esa divulgación circula sobre todo por las redes sociales, donde los ‘haters’ machacan a Baydal por sus ideas y opiniones sobre el valenciano.
El divulgador, después de pasar por ese manantial de conocimiento y aburrimiento que es Oxford, donde vivía en la casa de una mujer mayor, regresó a València en 2015. Era el momento de resignarse a la universidad a cambio de una nómina, pero también el de lanzar la revista y la editorial junto a Felip Bens, y de profundizar en su labor como divulgador.
Un músico toca su guitarra española con los acordes, algo más pausados, de Bohemian Rhapsody, de Queen, Le hago un gesto a Baydal para señalarle la muchedumbre que se mueve por fuera. El historiador sube los hombros, como resignado por la avalancha de turismo que está barriendo la ciudad a la velocidad de un glaciar. “Yo quiero hacer un libro que se titule Visca València, avall el turisme. Pero ninguno se atreve a hacerlo. Todos lo vemos como una cosa inevitable. Mucha gente vive de esto, pero esto nos aboca al desastre. (El periodista) Vicent Molins a menudo explica casos como los de Lisboa o Barcelona en que el turismo destruye las ciudades. Es un desgaste de la ciudad muy intenso y muy rápido que es perjudicial. Se ha de tomar un decisión política cuanto antes”.
Él vive en Ciutat Vella y lo sufre especialmente, pero no quiere huir. Vicent piensa que el Carme, Velluters o Seu-Xerea son barrios que aún tienen vida propia. Por eso resiste y baja cuando puede al Mercado Central. También le encanta hacer de cicerone con los amigos que visitan la ciudad. Para ellos tiene historias fascinantes que muchos valencianos, la mayoría, desconocen. Por algo es cronista oficial de València desde 2021.
Su tarea principal, explica, es hacer una memoria de la historia de la ciudad en el último año. Su modelo es Manuel Sanchis Guarner. “Su libro La ciutat de València sigue estando vigente y sigue siendo el básico de la ciudad. A Sanchis Guarner todo el mundo lo considera como cronista de València, pero no lo nombraron por la batalla de València, donde lo colocaron, pese a que era más valencianista que ninguno, en el bando catalanista. Para mí ha sido el gran historiador de València en el siglo XX”.
A su hija, a Bruna, también le cuenta historias mientras van de paseo por Ciutat Vella o el Ensanche. La niña escucha aburrida y cuando ya está harta le dice que es un pesado. Su padre se resigna y sigue caminando a su lado mientras hablan de cosas más mundanas. A cambio, cada día, su Instagram y su Twitter (ahora X) recibe numerosas consultas de ciudadanos curiosos. “No me da la vida para responder a todos, lo siento. Pero me alegra su interés porque somos grandes desconocedores de nuestra historia. Por eso yo valoro mucho a la familia Roig, uno de los pocos mecenas de la edad contemporánea que ha girado sus ojos hacia València. Lo normal era irse a Madrid e invertirlo todo allí. Aquí han invertido mucho en recuperar edificios históricos. Es un cambio de paradigma entre las élites valencianas”.
Vicent Baydal se levanta del banco y se sorprende de que los árboles que le rodean, de un tamaño considerable, sean naranjos. No lo sabe todo… Luego enfila la calle Caballeros y camina entre los turistas con sus zapatillas verde menta de Morrison. Está cerca de casa. Ese es el lugar que ha elegido para vivir después de pasar por Sevilla, Oxford, Cambridge o la Barceloneta. Dice que ya no se mueve de València, su ciudad. Para algo es su cronista.
Fuente: https://valenciaplaza.com