El historiador y político luchó para integrarlas en los techos del Consulado de la Lonja, donde hoy se pueden admirar.
Entre 1860 y 1923, las vigas ricamente labradas del salón de sesiones del antiguo Ayuntamiento estuvieron almacenadas.
F. P. PUCHE (Cronista oficial de Valencia)
Aunque nos cueste creerlo, los ‘Salvem’ no son fruto de nuestro tiempo. En todas las épocas, en una Valencia insensible, ha habido personas con sensibilidad cultural que han elevado la voz para que la sociedad valenciana, y sobre todo sus autoridades, movieran decisiones y recursos para salvar piezas relevantes de nuestro patrimonio cultural. José Martínez Aloy, durante décadas, trabajó para salvar los artesonados de la antigua Casa de la Ciudad, instalados hoy, gracias a su tarea, en la Sala del Consulado de la Lonja. La colección de LAS PROVINCIAS, donde siempre escribió, es la mejor guía para seguir sus pasos.
En 1854, la Casa de la Ciudad, el ‘viejo Ayuntamiento’, estaba en ruina parcial. De modo que se iniciaron unos derribos que muy pronto desbordaron al ayuntamiento de turno. La corporación, desbordada e incompetente, decidió trasladar su sede a la Casa de Enseñanza, en la calle de la Sangre, constituyendo así el núcleo inicial del Ayuntamiento de hoy. Entre 1859 y 1860, se completó el derribo del edificio -del queda el solar en el jardín de la plaza de la Virgen- y se inició una penosa dispersión de los preciosos materiales que contenía.
Teodoro Llorente Olivares, desde este periódico, desde la Academia de San Carlos y desde el Museo de Bellas Artes, movió cuanto estuvo en su mano para evitar que las vigas y casetones de los techos de la Casa de la Ciudad, primorosamente labrados y dorados, fueran vendidos para leña, como los concejales pretendían. Desde 1860, el artesonado quedó depositado en los almacenes del Palacio Episcopal.
José Martínez Aloy (1855-1924) un investigador e historiador que se confesaba seguidor ferviente de Llorente, nunca olvidó el esplendor pedido con el derribo de la Casa Municipal, perpetrado cuando él era un niño. Culto y estudioso, en 1896 consiguió poner en marcha un sueño, un ‘Salvem’ que le ocuparía durante décadas: recuperar el artesonado y adaptarlo a los techos de la Sala del Consulado de la Lonja.
En LAS PROVINCIAS del 21 de junio de ese año podemos empezar a seguir sus pasos, al frente de una comisión que visitó las antiguas maderas en el almacén del palacio del arzobispo. El archivero municipal, Vives Liern, levantó acta: los visitantes, entre ellos comisionados de la Academia de San Carlos, comprobaron no solo la «magnífica» calidad artística de las maderas labradas y doradas, sino el «buen estado» de conservación casi 40 años después del derribo.
A José Martínez Aloy, que fue cronista provincial y director del Museo de Bellas Artes, además de alcalde de la ciudad (1907) y presidente de la Diputación (1914) le llevó otros 27 años hacer posible su idea. Porque si en 1899 ya había logrado que le hiciera un proyecto el escultor Aixa, restaurador de la Lonja y las Torres de Serranos, la crisis de 1909, y la de la guerra mundial, le fueron retrasando una y otra vez una idea de la que escribió de manera incansable en nuestras páginas. En febrero de 1917, LAS PROVINCIAS usaba el verbo «incautar» para describir lo que el erudito historiador, ahora teniente de alcalde, había hecho con un bien que a fin de cuentas era patrimonio municipal.
El 1 de julio de 1923, la Lonja fue el escenario elegido para inaugurar el I Congreso de Historia de la Corona de Aragón. Todos los ponentes, valencianos, catalanes y aragoneses, pudieron asistir a la inauguración del artesonado repuesto en el Salón del Consulado. En este caso, don José, ya con barba blanca a sus 68 años, se rindió al coraje y la determinación de un concejal de la mayoría republicana, Agustín Trigo Miranda, que fue el que puso presupuesto para acabar el sueño demorado durante décadas.
Martínez Aloy falleció en 1924. Ese año se editaba su obra más reconocida, la ‘Geografía del Reino de Valencia’. Allí se lamentaba de «la piqueta arrasadora» que ni siquiera guardó «memoria gráfica ni escrita» de la Casa de la Ciudad. En sus páginas hay detalles sobre la dispersión de los materiales del Viejo Ayuntamiento, una de cuyas puertas fue integrada por un anticuario en su casa de la plaza del Picadero.
Fuente: http://www.lasprovincias.es