A CANTALAZO LIMPIO

ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓ

La lucha contra Pedro el Cruel le suponía numerosos gastos a Enrique de Trastámara para pagar a sus mesnadas francesas y castellanas.

Precisamente para conseguir dinero, el conde, haciendo uso de sus privilegios feudales, vendió a Castellón en 1365, la propiedad de los dos frondosos pinares con que contaba la villa: el que aún se conserva a la salida del Grau de la ciudad de la Plana, y el llamado Vero, ubicado en lo que hoy es el inicio de la avenida de Valencia, talado a mediados del siglo XIX y que contaba con 1.088 hanegadas y 18.449 pinos, es decir casi el doble de lo que medía el de la vecindad del mar.

También vendió a la ciudad los derechos del peso de la carnicería por la cantidad de 60.000 sueldos, según documenta en su estudio sobre este personaje, el destacado investigador de nuestra historia medieval, el cronista Sánchez Adell.

Juramento

Los castellonenses que recordaban el juramento del rey de no enajenar la villa de su corona y la absolución del delito de infidelidad en el caso de la defensa de sus derechos, se rebelaron ante la nueva infeudación y se prepararon a la guerra.

Cuando el infante Juan, duque de Gerona, llegó ante las murallas se encontró cerrados todos los portales y una actitud muy hostil de sus habitantes que le recibieron a cantalazo limpio.

No tuvo suerte Pedro IV en sus propósitos de feudalizar la villa, creando para su hijo el infante Martín, un amplio condado de la Plana que agrupase, junto a la ciudad de Castellón, las villas de Nules, Moncofa, Betxí, Artana, Onda, la Vall d’Uixó y Vila-real.

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