ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Sabemos que las fiestas religiosas se celebran también durante los siete días siguientes a la misma, o sea en su octava. En este año se nos quedó en el olvido la festividad de San Juan Bautista y su octava. Pero, como «no hay mal que por bien no venga», a los treinta días vamos a rememorar, aquel tránsito del 23 al 24 de junio en que se vive la noche más corta del año. Sin embargo, generalmente durante el mismo se dan otras noches más largas, tal vez haciéndose eco de aquel refrán español que nos dice: «de grandes cenas están las sepulturas llenas», en clara alusión a los excesos alimenticios nocturnos. Si tienes suerte, probablemente, no se llegue al abrazo con la parca y todo quede en una mala digestión que te impida dormir.
Pero, reflexionemos sobre aquella noche corta que nos acerca a la festividad en la que se conmemora el nacimiento del Bautista. Es curioso si recorremos el santoral, que localicemos una nómina de veintisiete santos que tienen por nombre Juan, desde el que nos ocupa y del Evangelista, el Apóstol Amado, hasta llegar al más reciente que ha subido a los altares, el Papa Juan XXIII, pasando, entre otros por Nepomuceno, Capistrano, Clímaco, Crisóstomo, Damasceno y el chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin, al que se le apareció la Virgen de Guadalupe. Mas, sigamos con el Bautista, que en la iconografía aparece algunas veces junto al Niño Jesús denominándolo como «San Juanito», y que en la víspera de su fiesta en muchos lugares de España se produce un sincretismo con otras tradiciones y ritos ancestrales que van acompañados de hogueras.
En Orihuela, no tengo constancia que antaño estas se llevaran a cabo, ya que se montaban por San José el 19 de marzo. Sin embargo, en Alicante desde los años veinte del pasado siglo se comenzó a construir monumentos efímeros con el nombre de hogueras. Aquí, cuando se ha pretendido algo parecido se les ha llamó «fallas» a la usanza de Valencia y aquellos que las organizaban se les denominaba como «fallistas», plantándolas en principio por el día del Santo Carpintero. Tenemos constancia en los años 1906 y primer cuarto de la década de los años veinte.
Luego, durante la Segunda República, de 1933 a 1936, coincidiendo con la Fiesta de la Reconquista fue el momento de más esplendor, siendo el punto más álgido, en 1935. Después será en 1947, en que se denominó como hoguera, por San José con los Amigos del Arte y al año siguiente, de nuevo falla en el Rabaloche, en el 17 de julio. Pasarán, treinta años, cuando gracias a los «fallistas», Aníbal Bueno Esquer y Francisco Lozano Payá (Paco el Especia), bajo el amparo de la Comparsa Moros Al-Mohábenos se retomó esta tradición que duró bastantes años.
Así que quedaba claro que todo el ritual que se vive en otros lugares en la noche de San Juan en el que se acrisola el fuego, la pólvora y la música; en Orihuela tuvo protagonismo en las hogueras por San José, o en las fallas en sus distintas épocas.
En la búsqueda de datos intentando localizar algún antecedente sobre la noche de San Juan, compruebo que a finales del siglo XIX, no se hacía ninguna celebración por tal festividad, salvo la serenata que se le ofrecía la víspera por parte del Ayuntamiento al obispo Juan Maura y Gelabert por su onomástica, con la intervención de la Banda de Música Municipal.
En 1895, había pasado el Corpus Christi que cayó el 13 de junio, y las celebraciones en la Catedral y en la octava, en las parroquias de las Santas Justa y Rufina, mientras que se acercaba el día de San Juan. En ese año se conmemoraba el séptimo centenario del nacimiento en Lisboa de Antonio de Padua, en el siglo Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo. Para ello, desde el día 19 hasta el 30 de junio, los Capuchinos de Orihuela con la colaboración de la Sociedad de San Antonio organizaron un novenario y los tres últimos días del mes un triduo en el que participaron el obispo de Tortosa, Pedro Rocamora García y el de Murcia, Tomás Bryan Livermore. Se invitó a los vecinos del Arrabal Roig a que los días del triduo adornasen e iluminasen los balcones y ventanas de sus casas, de tal forma que todo el barrio «presentaba un aspecto encantador». Todas las mañanas, los rabalocheros eran despertados con la diana a cargo de la Banda de Música, que por las tardes ofrecía una serenata en la puerta del convento.
El domingo 30 de junio, se celebró la tradicional procesión que partiendo del convento recorrió las calles de San Francisco, Hospital, Plaza de la Fruta, calle de la Feria, Santa Lucía Puerta Nueva, Hostales, Mayor, del Ángel, Santiago y Capuchinos. La conmemoración del séptimo centenario del natalicio de San Antonio concluyó con una serenata a cargo de la citada Banda de Música Municipal y un árbol de fuegos artificiales preparado por el pirotécnico Sr. Cánovas, en la explanada del Cuartel.
Así, en 1895, pasaban esos días entre los que se encontraba la festividad de San Juan o San Juanito, en los que no faltó la pólvora y la música. Sin embargo, nos queda la duda si hubo fuego de hogueras en esa noche que es considerada como la más corta del año. Tras algún tiempo hubo películas como «El sueño de una noche de San Juan» premiada con un Goya en 2006, y años antes, en 1962, «Noche de verano» cuyo argumento se desarrolla en esos momentos, a la que la censura de la época le recortó quince minutos.
Pólvora, música y fuego, en la noche de San Juan que recordamos después de un mes, cuando el calor hizo estragos el «Día del Pájaro», y que aún sigue haciéndolo.
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