UNAS ROGATIVAS EN 1834

ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Aún está reciente todo lo que sufrimos a nivel mundial con la dichosa pandemia de la Covid-19. Ha pasado poco tiempo y, de vez en cuando, se produce alguna nueva alerta teniendo que rescatar las mascarillas que tanto han dado y siguen dando de qué hablar debido a sus adquisiciones.

La Historia es testigo de estas epidemias que, se han llevado consigo a miles o millones de vidas humanas. Me viene a la memoria aquella película sueca de 1957, estrenada en Madrid cuatro años después, que lleva por título El Séptimo Sello, dirigida por Ingman Bergman e interpretada por Max von Sydow. En ella, se nos introduce en la Europa del siglo XIV, en que entre los años 1347 y 1352, se vio atacada por la «peste negra» que dejó tras de sí, millones de pérdidas de vidas humanas. Una de las escenas que más me impactó en su momento y, aún sigo recordándola es aquella en que se muestra una rogativa con tullidos, flagelantes, cruces portadas por frailes entonando el «Dies irae» y un primer plano de un Crucificado patético que no puede olvidarse.

Tal vez este concepto de rogativa no esté en consonancia con la definición que sobre la misma se nos daba en el siglo XVIII, al considerarla como «el primer refugio del hombre», puesto que el ser humano ha recurrido a ella cuando ya no tenía posibilidad en sus manos de resolver el problema que le acuciaba, encontrando su último amparo en lo empíreo. Así que puede estar más acertada la segunda definición que se nos ofrecía como una oración pública hecha a Dios para que se remediase una grave necesidad.

Pero, adentrémonos hace treinta y ocho lustros, es decir en 1834 siendo guiados por el que era canónigo magistral de la Catedral de Orihuela, Juan Alfonso de Alburquerque y Werión, a través de sus «Memorias de Orihuela». Eclesiástico éste que, en 1854, era nombrado como obispo de Ávila y años después, en 1857 promocionado para la Diócesis de Córdoba, donde falleció en 1874, siendo su cuerpo inhumado en la Catedral-Mezquita de la ciudad cordobesa.

El canónico Alburquerque a modo de crónica objetiva, sin entrar en interpretaciones narra los hechos que vivió y da cuenta de las personas que los vivieron. Así, decía que desde 1817, el cólera-morbo que había azotado a todo el mundo, llegaba a España en la que la Parca armada con su guadaña llegó a segar las vidas de unas 300.000 personas. Todo había empezado en Andalucía y Extremadura, llegando a Orihuela el 13 de junio 1834. El número de enfermos se fue incrementando seis días después, por lo que se decidió organizar una rogativa en la tarde del día 20 portando a la imagen de Nuestra Señora de Monserrate, asistiendo el Ayuntamiento y los gremios.

En la Catedral, por haberse ausentado sólo quedaron cinco canónigos, tres curas, un racionero, 2 medios racioneros y un salmista, celebrándose los oficios mínimos. Sin embargo, en las parroquias de las Santas Justa y Rufina y de Santiago, se suspendieron ante la ausencia de los eclesiásticos.

Desde aquella primera fecha festividad del Santo portugués de Padua, hasta el día 24 de junio se incrementaron los contagios y los fallecimientos. Cuatro días después se colocó en lo alto de la torre de la Catedral el manto de la Virgen de Monserrate, observándose que al día siguiente la situación se suavizaba. El día 5 de julio arribaba desde la Corte, el obispo Félix Herrero Valverde, donde se encontraba por orden del Gobierno, y que debido a la situación sanitaria que se estaba viviendo, pidió autorización para regresar a Orihuela y poder consolar a sus diocesanos. A su llegada fue recibido clamorosamente. Se reunió el Cabildo Eclesiástico y fueron a recogerlo al Palacio Episcopal para acompañarlo a la Catedral, donde se cantó la Salve y «Aplaca Señor tu ira…», dando también su bendición. El 11 de julio, se volvió a colgar otro manto de la Virgen de Monserrate en la torre de la Seo, y el día 17 de dicho mes por mandato del prelado se programó una nueva rogativa. Para ello, en el altar de la capilla de San Vicente se preparó un altar adornado con cortinajes y dosel, y a las cinco de la tarde los Franciscanos llevaron desde la Iglesia de Santa Ana la imagen de Nuestro Padre Jesús acompañada por labradores. A las seis de la tarde, descendió el obispo desde el Palacio Episcopal a la Catedral donde pronunció una plática referente a los hechos que se estaban viviendo, se rezó el Rosario y se inició la rogativa saliendo por la Puerta de los Perdones.

Tras la cruz alzada marchaban dos filas de hombres alumbrando, religiosos en corporación y en el centro la imagen del Nazareno arropándola los labradores. A continuación iba la cruz del Cabildo que era precedida por el pertiguero y a continuación el Cabildo Catedral, los infantillos cantando el Rosario y la imagen de la Virgen de Monserrate, cerrando el obispo, y en pos de él un gran número de mujeres.

El recorrido de la rogativa fue el siguiente: calle de la Feria y Plaza de la Fruta, entrando en la Iglesia de Santas Justa y Rufina, donde se entonó su antífona, no celebrándose la función anual de la Reconquista. Desde dicha iglesia, por la calle del Río, Puente Viejo o de Poniente y calle de San Agustín, se accedió a la Iglesia de San Sebastián. Desde allí por la Plaza de San Agustín, San Isidro, Plaza Nueva, Puente Viejo o de Levante, calle Mayor, se llegó a la Catedral accediendo a ella por la Puerta de Loreto. Las imágenes en la Seo fueron entronizadas a derecha e izquierda del altar ubicado en la capilla de San Vicente.

Así transcurrió este «Día del Pájaro» de 1834 con una rogativa, que hoy sería imposible llevarla a cabo debido a los contagios, algo que ya se prohibió en 1918, con la mal llamada «grippe española».

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