DOMAR LA CÓLERA

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

No es muy difícil estar de acuerdo en lo elemental: esta calamidad, el monstruoso fenómeno natural que hemos padecido de nuevo, nos ha vuelto a desbordar a todos como en siglos pasados. El Estado ha fracasado, decimos en el colmo de la tristeza y la rabia.

Sin embargo, hay matices y acentos. Cuando se dice Estado hay quien seguramente piensa nada más que en los políticos. Que tienen una enorme responsabilidad en tanto que son administradores temporales del Estado, pero no lo son todo. Mazón y sus consellers, Sánchez y sus ministros, es posible que hayan fracasado, que se hayan visto desbordados por la crisis. Pero no son, ni mucho menos, todo aquello que configura el Estado organizado, el Estado civilizado y de Bienestar digno de ser vivido en una democracia.

Una riada es una manifestación de la parte más salvaje y primaria de la Naturaleza. Desarbolado, el individuo es reducido a lo elemental –vivir o morir– y trasladado a la Edad de Piedra:  no tienes más que tus manos. Ese es el fundamento del dolor y la rabia de estos días: se acabó la protección, apáñatelas, sálvate. Y luego, limpia tu guarida, recupera tu casa, etc. porque el Estado de Bienestar se ha cancelado de repente y aquella orgullosa civilización, la de ordenadores y móviles, se ha roto en un instante.

No, junto con la clase política, también ha fracasado –por fortuna temporalmente— lo que da sustento a la civilización moderna. El coche, tan fundamental, convertido en ataúd y chatarra infinita. Y con él, la hidrología, las carreteras, el ferrocarril, la electricidad, las alcantarillas, el transporte, el agua potable, el gas, el 30% de la telefonía fija… y una pieza clave que no estaba con los humanos en todas las anteriores catástrofes: la telefonía móvil. El 22% de la red de móviles provincial desapareció y solo fue recuperado por entero el pasado sábado, en el duodécimo día de la catástrofe. ¿Es mucho o es poco tiempo? ¿Y por qué esa es una materia sobre la que no se polemiza? No deja de ser curioso que los señalados por la ira popular, los políticos, hayan tenido que trabajar con las mismas herramientas fracasadas que los damnificados sin cobertura.

Todo esto son, sin duda, divagaciones sin destino cierto. En la ola de indignación de los valencianos hay, qué duda cabe, orgullo herido, soberbia tecnológica vulnerada por la bestialidad de la Naturaleza. Ojalá –qué paradoja– sepamos canalizar la energía de la cólera por cauces de provecho: porque, convertida en firmeza serena, en razón de Estado, debería hacer cambiar nuestro destino como ya ocurrió en el siglo pasado. Recuperar esta provincia reclama muchas inversiones, mucho esfuerzo e ingenio y una gran generosidad por parte de todos. Para cólera y furia, para desbordamientos, basta con los del agua.

Publicado en «Las Provincias». 12 noviembre 2024

Fuente: https://fppuche.wordpress.com/