Reproducción de “Grabado religioso popular en la provincia de Alicante”.
ANTONIO LUIS GALIANO CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Está de moda hablar de algunos tipos de pieles. Sin ir más lejos, cuando nos referimos al mapa de España se le dice cotidianamente como ‘la piel de toro’, que para satisfacer el deseo de algunos se intenta desmembrar. Ocurre con ello algo parecido a lo que sucede en la novela ‘La piel de Zapa’ de Honoré de Balzac. En ella, el joven protagonista tras recibir un trozo de cuero mágico, al ir desgajándole fragmentos va recibiendo como respuesta los deseos que pretendía lograr. Pero, sin darse cuenta que conforme el cuero iba menguando, se consumía su valiosa energía vital. Esto es lo que podría ocurrir, si algunos fueran separando trozos de aquella añeja piel de toro hispánica, pues, indudablemente, perdería su justa y enérgica unidad lograda hace muchos siglos.
También encontramos otras pieles, éstas de cordero, con las que se disfrazan algunos lobos como aquél de la fábula de Esopo, en la que la moraleja encaja de manera aplastante en la actualidad: «según hagamos el engaño, así recibiremos el daño». Y si de pieles se trata, que no de pellejos, que no son otra cosa que aquellas separadas del cuerpo, deberíamos recordar la novela llevada al cine con el título ‘El perfume’, en la que hizo una interpretación magistral Dustin Hoffman, y en la que el personaje de Jean Baptiste Grenoville, perfumista, intenta mediante el asesinato de doce mujeres, a través de la fragancia de su piel y mediante procedimientos químicos, lograr una armonía perfecta en un perfume. Dicho personaje, con anterioridad al citado oficio de perfumista había sido aprendiz en una fábrica de curtidos, trabajo éste casi desaparecido del mundo artesanal y que por medio del cual, con una serie de procesos manuales la piel quedaba transformada en un cuerpo no putrescible para ser después manipulada por otros artesanos con objeto de fabricar arneses, calzados, bolsas y odres, entre otros objetos de uso diario.
as pieles en este caso eran o son de toro, macho cabrío, vaca o buey, y que tras ser remojadas con agua y restregadas a fin de eliminar los restos de carne, se ablandan los pelos con orina o bien dejadas a secar durante tiempo para que se pudran. Una vez eliminado el pelo, la piel se reblandecía machacándola con estiércol o bien mojándola utilizando una solución a base de sesos de animales, siendo muy apreciadas las heces caninas o la palomina o excrementos de palomas. Hasta aquí el proceso del curtido que veía así cumplida una primera fase, a la que seguía la tarea de los zurradores, antes de pasarla a otros artesanos. Con el zurrado se las teñía y se dejaban lustrosas.
Este oficio de zurradores, en los albores del siglo XVII en Orihuela, era denominado como ‘assaonadors’, y el 1 de junio de 1605, varios oficiales residentes en la ciudad, llamados Françes Pinuela, Ginés Pinuela, Martí Farrandes y María Ferrándes, solicitaron al Consejo por tener facultad para hacerlo, que les autorizase la fundación del citado oficio. Así mismo, demandaban anuencia para formar los capítulos con los que regirse y poder fabricar un pendón para asistir a las procesiones y otros actos públicos de la ciudad. Por otro lado, así, podrían constituir su cofradía, que interpretamos como gremial, poniéndola bajo la advocación de San Bartolomé Apóstol. El Consejo, una vez autorizado todo ello, mandó hacer público dichos estatutos por medio del trompeta y corredor público Miguel Oller, el cual cumplió su cometido el día 6 de junio de 1605.
En los citados capítulos se ordenaba que en dicho oficio debía efectuarse examen para reconocer las cualidades de los oficiales que desearan incorporarse, debiendo abonar a la caja y cofradía, dos libras diez sueldos, si era oriundo de Orihuela, y si era forastero cinco. Por otro lado, si era francés debía pagar diez libras. Asimismo, aquellos oficiales que procedieran de otra localidad, no podrían ejercer su trabajo si antes no eran examinados. Por otro lado, hasta que estuviera terminado el pendón de la cofradía, los oficiales tenían la obligación de entregar todos los sábados, un real y si venía a trabajar desde otros lugares a casa de un maestro, daría de entrada un real y cada sábado seis dineros hasta concluirse el citado pendón. Por último, era incompatible ejercer otro trabajo a la vez, y el pendón debía de estar terminado para la festividad del Corpus Christi del año siguiente. En dicho año de 1605 fueron nombrados como examinadores Françes y Ginés Pinuela, y como clavario, Martí Ferrándes.
De esta forma, un oficio artesanal como era el de ‘assaonador’ oriolano nos demostraba de qué forma se regulaba su trabajo y se incorporaba al ambiente festivo en la sociedad foral. Otro asunto es lo de aquellos que hoy, tiñen y dan lustre a su piel, después de haberla ablandado con sus inmundicias, para luego fraccionar la piel o enmascararse con ella, ocultando sus verdaderas intenciones.
Fuente: http://www.laverdad.es