FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
Con el final de la Guerra Civil y la dictadura de Franco se estableció la censura, cuya definición sería el dictamen y juicio que se hace o se da acerca de una obra o un escrito, fue una tarea concebida para establecer la verdad y propagar la doctrina del Movimiento.
Era preciso divulgar la cultura promulgada por el «nuevo régimen» al pueblo, por medio de la difusión de las buenas costumbres y la transmisión de la cultura tradicional española. El punto de partida debía ser la eliminación de toda voz disidente. Para el Estado Católico la censura «más que una acción que eliminara la libertad era una función preventiva».
Por aquellos años, el Ayuntamiento de Torrevieja estableció una vigilancia en la costa un tanto especial, encargándose de vigilar el decoro en las vestimentas y la compostura, estableciendo un tupido velo de censura: un guardia municipal paseaba tranquilamente por las playas y rocas garantizando las «buenas costumbres». Se le conocía por el nombre de «La Moral». Al aviso «¡que viene La Moral!», la gente autorrevisaba su indumentaria playera y su conducta ante su novia para cerciorarse de estar dentro de lo «legal» y «correcto», evitando una posible multa, casi simbólica, en la que no se recuerda que incurriera nadie.
Una infinidad de leyes, decretos y normas de funcionamiento dotó de instrumentos eficaces a un cuerpo de censores que desde las delegaciones provinciales, comarcales y locales ejercía un severo control sobre cualquiera de los medios de comunicación social. La censura se ciñó a un esquema inquisitorio y la pauta que seguía si atacaba al dogma, a la moral, a la iglesia o a sus ministros, al régimen y a sus instituciones, a las personas que colaboraban o habían colaborado con el régimen franquista.
Todo lo que tiene que ver con el ejercicio del periodismo, el cine, la manera de vestir y hasta las más simples opiniones fueron en Torrevieja el objeto de atención de la Guardia Civil y de las autoridades municipales.
La actividad censoria de mayor envergadura e intensidad fue la relacionada con las publicaciones periódicas, como en el caso del semanario «Vista Alegre», en el que actuaba de censor Antonio Sánchez Sala, a la vez oficial primero del Ayuntamiento, secretario de la Comisión Oficial de Festejos, representante de la Masa Coral Schubertiana y, años después, delegado local de Información y Turismo, teniendo asignada la tarea de controlar y velar por el cumplimiento de las normas establecidas por aquel régimen autoritario.
El mundo del cine también fue objeto de una importante censura. Los empresarios de la salas en cada localidad, Francisco Mora Cid y Alfonso Guixot Guixot -representado en la localidad por Venancio Sansano Torregrosa-, tenían la obligación de presentar la hoja de censura de la correspondiente proyección cinematográfica al delegado local antes de que se pasara el film con el fin de obtener el visado o autorización en firme. Prescrita estaba la proyección obligatoria en todas las salas del «Noticiario Cinematográfico Español», más conocido como NO-DO (acrónimo de Noticiarios y Documentales), un noticiero propagandístico semanal del régimen franquista que se proyectó en todos los cines antes de la película, entre los años 1942 y 1981.
La censura teatral en Torrevieja ejercía un control sobre los textos dramáticos, suprimiendo frases, escenas completas, e incluso obras en su totalidad. Pero también afectó a la puesta en escena, y no solo en los aspectos más anecdóticos -como el largo de las faldas o la profundidad de los escotes-, sino que impuso condiciones que afectaron a la interpretación, vestuario, escenografía, música y otros signos escénicos. Todo ello con el objetivo de imponer al espectador una determinada lectura de aquellas obras; una lectura que los censores pretendían despojada de connotaciones políticas y de referencias a la situación española, y adecuada, en lo posible, a la timorata moral del nacional-catolicismo.
Existían criterios de moral sexual, entendida como prohibición de la libertad de expresión que implicara un atentado al pudor y a las buenas costumbres y abstención de referencias al aborto, homosexualidad y divorcio; opiniones políticas; el uso del lenguaje considerado indecoroso, provocativo e impropio de los buenos modales. La religión, como institución y jerarquía, era depositaria de todos los valores divinos y humanos e inspiradora de la conducta.
Aun así, no por ello dejaron de colarse en el teatro de Torrevieja revistas musicales con monumentales mujeres vestidas con ligera ropa a la que un público enardecido les solicitaban que «enseñaran la estopa», frase literal de la época.
Otro aspecto revisado por la censura era la homosexualidad, relacionada con una sexualidad no reproductiva y pecaminosa, que en un principio se relacionó con aires de modernidad e izquierdismo; en resumen, rojos, ateos y «decadentes». La palabra «maricón» se convirtió en el insulto por excelencia. El ambiente resultante no hacía necesaria una persecución activa, la autocensura y el control social eran suficientes.
Aquellos homosexuales más liberales o de izquierdas fueron considerados por el régimen como ejemplo de la «izquierda como vivero de degenerados sexuales» y tuvieron que dirigirse al exilio o acabaron en la cárcel: Juan Gil Albert, exiliado en México, regresó en la década de los cuarenta; y Vicente Aleixandre se decidió por el exilio interior.
Desde la derecha se mantuvo el silencio del armario, a pesar de que su homosexualidad era conocida, fueron aceptados por el régimen y pudieron seguir publicando, mientras mantuviesen su homosexualidad oculta. En general se buscó seguridad en la invisibilidad y el silencio, y no solo en los pueblos y el campo, sino también en los grandes centros urbanos; se generalizó el miedo. Destacados homosexuales, genios de la cultura torrevejense fueron: Ricardo Lafuente Aguado, Tomás Valcárcel Deza, José María López Dols, José Hódar Talavera y otros muchos que conforman parte del elenco de la erudición en Torrevieja.
La censura fue el poder que ejerció el Estado franquista para prohibir, la difusión a un estadio público, de una noticia, de un libro, de una película o de algún documento, a través y con el cual se pudiera atentar contra la estabilidad del Estado, su subsistencia e incluso directamente contra su existencia.
El objetivo primordial que se perseguía a través de la censura siempre era limitar, controlar la libertad de expresión, especialmente, en aquellos casos en los cuales se postulase una opinión contraria al orden establecido.
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