HENRI BOUCHÉ, CRONISTA OFICIAL DE BORRIOL
Ayer finalizaron las Fallas de Valencia, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en las que se unen ingredientes como el fuego –elemento purificador y festivo-, la sátira, el ingenio y el arte, que pretenden abrir la puerta a la renovación y destruir lo viejo inservible; una nueva ave fénix que renace de sus cenizas, más o menos.
Sus orígenes, como es harto conocido, se generaron en los antiguos gremios de carpinteros, cuya fiesta presidía el patrón San José, padre putativo de Jesús (P.P., pater putativus), siglas que, probablemente, dieron paso al popular Pepe del que se calcula que hay en España actualmente casi 300.000 nombres. Es un hipocorístico, familiar y cariñoso, que apareció en el siglo XVIII.
Pues bien, las Fallas (no solamente en Valencia, sino en otras poblaciones) son motivo de análisis y comentario desde su plantà hasta su cremà. Mi buen admirado y apreciado amigo Antonio Ariño, antropólogo, tiene una singular obra sobre ellas en la que, entre otras cosas, dice que las Fallas «solo pueden entenderse correctamente si se las considera como una creación específica de la modernidad valenciana». Y tiene toda la razón.
Sin embargo, pocas veces se acuerda uno de que las Fallas, la fiesta, se celebra bajo la advocación de su patrón, San José y poco se habla de él. Vamos a hacerlo muy brevemente.ijo de un tal Jacob tiene atributos propios como el Niño Dios que lleva en sus brazos, una vara florecida, una azucena o nardo, cayado y serrucho de carpintero, su oficio. Es, por otra parte, modelo de honestidad y humildad. Modelo de padre y esposo. Descendiente de la familia de David, patrón de la iglesia universal. Padre putativo de Jesús. Parece ser que se casó con la Virgen cuando ya había cumplido los 90 años. Un recuerdo para él en estas fiestas maravillosas que acabamos de celebrar.