HENRI BOUCHÉ, CRONISTA OFICIAL DE BORRIOL
La muerte del 2023 acaba de llegar: un año más de historia y un año menos de existencia humana. Nuevos acontecimientos nos esperan y otros pasarán al olvido, sin duda. La nostalgia del pasado más que de este es del futuro. ¿Qué nos espera? Sorpresa. Y la culpa es del calendario que nos lo recuerda cada año.
Desde tiempos remotos existió este instrumento como por ejemplo el de los sumerios, azteca, budista, chino, musulmán, si bien el que marcó un hito histórico fue el juliano en el año 46 en el Imperio romano, dedicado en su primer mes al dios bifronte Janus, el de las dos caras, una que mira al pasado y otra al futuro. El nuevo año comenzaba entonces el 1 de marzo. En otras culturas se celebraba en el equinoccio de otoño o bien en el solsticio de invierno. No obstante, Gregorio XIII en 1582 implantó casi a nivel mundial el que utilizamos actualmente, el gregoriano.
Esta semana hemos celebrado el fin del Año Viejo y el inicio del Año Nuevo, lleno, como siempre, de incógnitas. Esperamos, especialmente, la paz en un mundo en el que están aflorando las guerras, algunas encarnizadas, deseando que la cosa no vaya a más, sino a la extinción. La esperanza es lo que nos mantiene en esta espera. La República de Kiribati, en la Isla de Trinidad, en el Océano Pacífico, ha sido la primera en recibir la noticia del cambio.
Sin embargo, frente a esta problemática, la gente ha gozado de los eventos festivos y de las costumbres (léase “supersticiones”) que, tradicionalmente, les acompañan: vestidos negros o blancos, verde, cada cual en sus específicas propiedades, ropa interior roja, etc. O comer un buen plato de lentejas, como hacían los romanos, para propiciar la suerte y la prosperidad. Y las uvas. Sea como fuere, ¡feliz Año Nuevo!