FRANCISCO PÉREZ PUCHE rescata del olvido la historia del palacio Vallier, el elegante edificio que fue la sede del Centro de Estudios Norteamericanos.
FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
En la plaza de Manises, entre la Generalitat y la Bailia, la sede de la Diputación encontramos otro edificio majestuoso, el palacio Vallier. Se trata de un elegante edificio del siglo XIX, que hoy alberga un hotel de cinco estrellas, pero que con anterioridad, en los años sesenta, fue la sede del Centro de Estudios Norteamericanos, popularmente conocido como la Casa Americana.
Libros, periódicos y revistas, y una decoración que recordaba mucho a las bibliotecas universitarias de los Estados Unidos, hicieron de estos locales un punto de atracción de muchos jóvenes valencianos que querían estar a la última de un país donde residía lo que entonces se añoraba: un mundo moderno, y libre.
Aliados de EEUU
Todo empezó en 1950, cuando se inicia la Guerra de Corea, cae el Telón de Acero y España, que había estado aislada diplomáticamente a causa del régimen de Franco, resulta que puede convertirse en un buen aliado en la batalla anticomunista que Estados Unidos pone en marcha. Las cosas cambian de la noche a la mañana y el presidente Truman envía a España un embajador clave, Stanton Griffis, que es un inteligente hombre de negocios, antiguo administrador del Madison Square Garden y, en ese momento, además de embajador, presidente de la productora de cine Paramount y representante de la industria de Hollywood.
Un hombre de cine frente a la embajada
Un hombre del negocio del cine, y al mismo tiempo embajador, que negoció duramente contra las barreras del franquismo al cine norteamericano y llegó a amenazar con un boicot de las productoras a España. Y que al día siguiente de conseguir el acuerdo que buscaba, presentó su dimisión alegando motivos de salud porque ya tenía lo que quería. En realidad, estuvo en España apenas diez meses como embajador. Pero los aprovechó muy bien. Para empezar, en las fallas de 1951 se vino a Valencia, invitado por la comisión de la plaza del Mercado, y participó en todos los festejos, desfilando del brazo de la fallera mayor y disfrutando de todo. Era un hombre cordial, envolvente, amigo de las fiestas. Y fue el que, en pocos meses, puso en pie, en toda España, nada menos que seis Casas Americanas, lujosamente dotadas por el Gobierno de los Estados Unidos. La de Valencia fue inaugurada el 10 de enero de 1952, en coincidencia con la llegada al puerto del primer gran portaviones americano, el Franklin D. Roosevelt.
La Sexta Flota y sus barcos
El 9 de enero de 1952, los puertos de Málaga, Almería, Cartagena, Alicante, Valencia, Tarragona, Barcelona y Palma, recibieron un desembarco de treinta buques de guerra de todo tipo, con más de diez mil marinos a bordo. A Valencia le correspondió el portaviones principal, y otros cinco buques, con un contingente de más de cuatro mil marineros que se dejan ver por la ciudad y empiezan a gastar y consumir. Ese año, 1952, se inicia una etapa, que durará al menos quince años, en la que Valencia, más incluso que Barcelona, fue centro de las operaciones destinadas al descanso de los marinos. Valencia, en los años cincuenta y sesenta, fue el centro de distribución de la Ayuda Americana –la famosa leche en polvo y el queso que se daba a los escolares– y además un centro de aprovisionamiento de alimentos para los marinos que incluyó el cultivo de hortalizas por encargo.
Marinos en busca de los barrios sórdidos
Los marinos buscaban lo que buscaban en los puertos. Prostíbulos, bares, cabarets y de vez en cuando, broncas. Pero también hay que decir que para ellos se organizaron corridas de toros, competiciones deportivas, visitas culturales y hasta bautizos en la Catedral, como los que varias veces hicieron buenos cristianos a muchachos protestantes o agnósticos.
En esta larga relación de valencianos y americanos hubo de todo, desde bailes elegantes en el salón de cristal del Ayuntamiento a sórdidas peleas de barra de bar. Pero predominaron las buenas relaciones, que por otra parte llegaron a muchos pueblos de la provincia: en Guadassuar y Algemesí, por ejemplo, todavía se recuerdan excursiones, partidos de fútbol y mil fiestas más.
Un ambiente similar al de Bienvenido míster Marshall
El ojo de Berlanga se anticipaba a los acontecimientos y en 1952 ya rodó su famosa película. Si se recuerda la anécdota, el segundo embajador, McVeagh, protestó al ver los carteles de estreno en la fachada de los cines de la Gran Vía de Madrid. La película se estrenó en la primavera de 1953 y el gran acuerdo con Estados Unidos, el que puso en marcha las bases norteamericanas de Morón, Rota, Zaragoza y Torrejón, y el que permitió una gran ayuda a la España que no se había beneficiado del Plan Marshall, es de septiembre de 1953. Cuando las bases estuvieron disponibles, cuando España fue un gran aliado convertido en portaviones a mitad de camino entre Estados Unidos y la Unión Soviética, es cuando fue admitida en la ONU, en diciembre de 1955. Para entonces, los bombarderos B.52 ya iban y venían, día y noche, con armas nucleares en la bodega.
Funcionó bien, mientras hubo dinero
La Casa Americana funcionó de manera admirable mientras el presupuesto del gobierno americano fue amplio y generoso. En ellas se enseñaba inglés, desde luego. Pero sobre todo, había exposiciones, conferencias y una amplia difusión cultural sobre la vida americana. Muchos artistas valencianos jóvenes encontraron allí su primera oportunidad. Y se celebraron grandes fiestas, con motivo de Acción de Gracias, el día de la Independencia o las noches electorales americanas. El primer local de la Casa Americana en Valencia estuvo en Marqués de Sotelo, entre 1951 y 1957, después pasó a toda una planta en un edificio en la avenida del Oeste y a partir de 1963 se instaló aquí, en el palacio de los Vallier.
En un principio, cuando todo dependía de la embajada o del consulado, quienes dirigían la Casa Americana eran funcionarios americanos. El peso de la propaganda, la presencia gubernamental, era importante. Pero en octubre de 1956 se produjo un cambio sustancial. La Casa Americana se convirtió en Centro de Estudios Norteamericanos y se configuró como una entidad cultural en la que la mayor parte de los directivos eran valencianos.
Es un momento interesante porque, al calor de la libertad de acción y expresión que se practicaba en la institución, en la junta fundacional podemos encontrar a intelectuales como Joan Fuster, unido a personas como Vicent Ventura o Aguilera Cerni que con el tiempo brillarán en la política de izquierdas. También estaba el catedrático Julián Sanvalero, economistas, profesores, académicos, periodistas, hombres y mujeres de relevancia intelectual que se distinguían por guardar una prudente distancia del Movimiento Nacional franquista. El marqués del Turia, destituido de la alcaldía por el franquismo fue, por ejemplo, uno de los presidentes.
El declive
El gobierno americano quiso disminuir la intensidad de su presencia inicial, muy política, y dio paso a entidades con presencia local. Pero paulatinamente fue disminuyendo también la dotación económica. Las restricciones presupuestarias que se imponen tras la muerte de Kennedy y el recrudecimiento de la guerra de Vietnam, fueron muy duras. Se recortaron las ayudas, que se limitaron a las bibliotecas y poco más. En 1968, estas ayudas también se terminaron y empezó, en efecto, un claro declive de la institución. En la actualidad, permanece la marca, Casa Americana, que distingue a una escuela de inglés.
Fuente: https://cadenaser.com