FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Aprovechando que esta semana el tiempo ha sido noticia y las bajas temperaturas han copado los informativos y las conversaciones en la calle, repasamos algunas heladas históricas que se han producido en València.
¿Os imagináis que, a causa del frío, llegara a plantearse en los periódicos la posibilidad de que no se celebraran las fallas, o que se celebraran de otro modo, menos alegre? Pues bien, eso llegó a ocurrir en febrero de 1956. Y lo propuso, en el periódico Las Provincias, su director, Martín Domínguez, como una forma de dolor o de luto: porque, además, había que llamar la atención del Gobierno sobre los estragos que había causado la helada de toda la cosecha de naranja.
Sobre el frío precisamente se habló en las jornadas sobre la Pobreza Energética que se han celebrado hace unas semanas en recuerdo de aquella enorme ola de frío que recorrió toda Europa en febrero de 1956, causando estragos.
“Se hiela el agua en las calles y en las fuentes e incluso el aceite en los recipientes caseros. En los campos quedan perdidas casi totalmente las cosechas de naranjas. (…) Durante casi todo el mes se suceden las grandes olas de frío, aparece helada la superficie del Turia y quedan materialmente planchadas y deshechas las plantaciones de huertos y campos”, podemos leer en el Almanaque de Las Provincias sobre aquel duro invierno.
Las mínimas registradas
En Valencia, en esa ola de frío de 1956, se llegaron a registrar -7’5 bajo cero y en Manises -9’5 bajo cero. La temperatura más baja de la Comunitat se registró en Vistabella del Maestrat (-19 ºC). En Bocairent se registraron -15 º C, en Gandía -8’5 ºC y en Benicarló -8 ºC.
El resultado fue una pérdida de millón y medio de toneladas de naranjas, con el consiguiente hundimiento de la recolección, las ventas y la exportación. El Instituto Valenciano de Economía calculó que las pérdidas directas superaban los 4.500 millones de pesetas y que los daños a la economía nacional había que valorarlos en 22.500 millones unas cifras entonces calificadas como fabulosas. Y que explican, en una economía valenciana sin industria ni turismo, que estaba centrada en la agricultura, ese sentimiento de duelo que el director de Las Provincias dio, sobre todo dirigido al Gobierno. Porque el asunto es que había que llamar la atención del gobierno ante el desastre y lo que se dice un ministro vino a Valencia el de Agricultura… Y lo hizo en el mes de abril.
Tan grave fue la situación, especialmente en lo que se refiere al paro agrícola, que el arzobispo, Marcelino Olaechea, hizo un llamamiento para que se diera trabajo a los cientos, miles de obreros que se habían quedado sin recursos.
Se dice que fue uno de los inviernos más duros que se recuerdan en España y en Europa, aunque la verdad es que la memoria climática es una ciencia que se cultiva poco y no siempre tenemos elementos de comparación. Por ejemplo, no solemos recordar las películas y documentales sobre el invierno de 1941-1942, el de la batalla de Stalingrado, cuando las tropas alemanas fueron aplastadas por una ola de frío excepcional. De los 94 días estudiados, hay 45 días en que los combatientes estuvieron por debajo de 10 grados bajo cero, con el resultado de miles y miles de víctimas.
En las redes sociales hay completos estudios sobre esta batalla y el clima. Como los hay, muy completos, con mapas del tiempo diarios, sobre la batalla de Teruel, en la guerra civil española. La terrible helada que cayó sobre los combatientes, en diciembre de 1937, diezmó a las dos frentes. Y se ha calculado que los muertos solo por el por frío fueron 18.000 entre las tropas nacionales y hasta 22.000 en las republicanas.
Nieve en València y el Túria congelado
Esos estudios que se van haciendo aceptan, más allá del cambio climático del que ahora hablamos a diario, que en la historia de la tierra hay etapas de subida de las temperaturas medias y etapas de enfriamiento. Es así como se habla de un “óptimo climático medieval”, que iría desde el siglo IX al XIV, y de un invierno climático, llamado “la pequeña edad del hielo”, que se sitúa entre el siglo XV y el XIX, con oscilaciones en las temperaturas medias de entre uno y dos grados. Hacia el año 1650, los teóricos ubican uno de los puntos mínimos del periodo frio; el llamado “mínimo de Maunder” que se asienta sobre los años 1645 y 1715.
Durante el siglo XVII, los expertos han estudiado también la frecuencia de alteraciones climáticas, con grandes heladas y nevadas, así como lluvias torrenciales, en alternancia con períodos de dura sequía, que fueron origen de abundantes rogativas en demanda de lluvias. Armando Alberola es un experto valenciano que estudió todos los dietarios y crónicas del siglo a la luz del clima. Y nos indica en su trabajo que Valencia padeció 31 riadas en los siglos XVI y XVII y que entre 1600 y 1629 nevó veintitrés veces en la ciudad. También señala que en 1669 hubo una “nevada de dos palmos” y que el invierno de 1623 fue especialmente duro. También está recogido el dato de que en enero de 1624 se heló el rio Turia.
Cosechas arrasadas
Todos estos hechos, reflejados en dietarios y crónicas, hay que relacionarlos directamente con otro fenómeno presente en el siglo XVII, como es el de las malas cosechas, causantes de escasez, necesidad de importaciones e incluso hambrunas. Las epidemias más graves, como la de la peste de 1647, de la que nos hablaba el compañero Guardeño la semana pasada, se produjo en ese trágico contexto. En esa “pequeña edad del hielo” menudearon, pues, las heladas, las inundaciones y un tiempo mucho más extremado.
De todos modos, volviendo a las heladas que han arrasado la naranja, hemos de referirnos a las de febrero de 1962 y la Navidad de 1985, en las que las cosechas de cítricos quedaron tan arruinadas como en 1956. O podemos recordar la Nevá Grossa, como es conocida en Alcoi una nevada de dos metros que les dejó un par de semanas incomunicados en los primeros días de 1927. También podemos recordar la helada de enero de 1878, cuando el termómetro del Jardín Botánico de Valencia llegó a los 8 grados bajo cero, que es una temperatura más rigurosa, en la ciudad, que la registrada en 1956.
Lo que ocurre a veces es que los actuales estudiosos del clima no dan fiabilidad a las mediciones antiguas y se refieren a etapas muy cercanas, aunque la verdad es que, en los periódicos, desde el lejano “Diario de Valencia”, de 1790, se publican las temperaturas máximas y mínimas, que siempre se han registrado con instrumentos fiables y por una institución tan poco dudosa como la Universidad.
Ya en el siglo XX, especialmente significativa fue la de 1917, concretamente el 30 de diciembre, empezó a nevar en Valencia… y encima se fue la luz. La poca que se fabricaba, la cortaron, porque a causa de la Primera Guerra Mundial, no había carbón disponible. ¿Nos suena eso a algo cercano? ¿Nos suena en relación con la Guerra de Ucrania y la subida de precios de los combustibles? Pues ahí tenemos el paralelismo. El gobernador estuvo varias semanas peleando para que llegara a Valencia un barco con carbón y no se consiguió hasta febrero de 1918.
Fuente: https://cadenaser.com