FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Estamos en la plaza de San Francisco. Aquí, a nuestra
espalda, todavía está en pie el viejo convento de San Francisco, que está
siendo usado como cuartel. Hemos dado marcha atrás del reloj de la historia y
nos hemos venido, por el túnel del tiempo, al 23 de junio del año 1876. Para
asistir como invitados especiales a la inauguración de la primera línea de
tranvías de la ciudad de Valencia. Como no podría ser de otra manera, esta línia
nace para llevar a los valencianos al puerto y a la playa del Cabanyal.
Tanta gente que es difícil ver el tranvía
Aquí, en la plaza, pero sobre todo en la calle de la Sangre,
donde está la puerta principal del Ayuntamiento, hay un gentío que lo llena todo,
hasta la calle de San Vicente. Hasta el punto de que es difícil saber por dónde
va a pasar el nuevo tranvía cuando pueda ponerse en marcha.
El ambiente es de fiesta. Suena la música de banda y la
gente mira con admiración a las damas y caballeros, todos elegantemente
vestidos. Ellas llevan trajes de seda largos y sombreros de ala muy ancha para
protegerse del sol. Muchas de las señoras llevan sombrillas abiertas. Ellos
visten levita y chistera, porque estamos en un acto oficial y de gran gala.
Pasan militares con medallas, entorchados y fajines. Pasan los miembros del
consejo de administración de la compañía promotora de la empresa. Está el señor
alcalde. Y todos los concejales. Y el deán de la Catedral, que ha bendecido al
nuevo tranvía desde un altarcito que se ha levantado cerca de la calle de la
Sangre. Está, en fin, Valencia entera, porque este es un día para la historia
de la ciudad.
Suenan las cornetas
Está sonando una corneta y esa es la señal. Porque los
conductores de los nuevos tranvías, además de saber controlar un tiro de tres
mulas, que en algunos puntos se reforzarán con otras tres, tiene que hacer
sonar ese instrumento para que todo el mundo sepa que viene el tranvía y que es
muy prudente apartarse. De todos modos, en los puntos de peligro, en las
estrechas calles y en los cruces, el tranvía tiene la prioridad.
Baño por prescripción médica
La víspera de San Juan, desde el siglo XVIII y yo creo que
mucho antes, era día clave para el inicio de la temporada de baños. Miles de
valencianos tomaban su carruaje, o alquilaban una tartana, para irse a pasar el
día al borde del mar. Los médicos recomendaban tandas de ocho baños, bien de
ola o bien de asiento. Y ese gentío que cada año buscaba bañarse en el Grao o
en el Cabanyal es la causa de que las líneas de transporte, en Valencia, se
hayan diseñado siempre pensando en el mar: en los baños de la playa y sin duda
alguna en el puerto.
El primer ferrocarril, el del marqués de Campo, empezó a
funcionar en 1852 entre Valencia y el Grao: playa para el ocio y puerto para el
negocio. El binomio de siempre. Y este primer tranvía de caballos hizo lo
mismo: unir Valencia con Villanueva del Grao, entonces población independiente,
razón por la que su alcalde tomó asiento junto al de Valencia capital.
Una empresa catalana
Tras el vehículo inaugural, otros cinco se pusieron en
marcha escoltados por la algarabía general. En uno de ellos viajaba una banda
de música. Los caballos “eran animales de muy buenas condiciones, é iban
adornados con escarapelas de los colores nacionales”, escribió la prensa.
Los tranvías eran de la mejor calidad, con maderas nobles y cristales de
colores.
La empresa promotora era la Sociedad Catalana de Crédito que
había solicitado del Ayuntamiento la concesión para la explotación de la línea
y que logro la licencia municipal el 27 de septiembre de 1875. En la ciudad
hubo, en algunos casos, extrañeza: ¿Una empresa de Barcelona ara los tranvías
de Valencia? Hubo que plegarse a la realidad: ningún empresario valenciano
había hecho frente al negocio y la verdad es que hacía falta una capacidad
financiera alta para la inversión. Así las cosas, en diciembre quedó
constituida la Sociedad del Tranvía de Valencia al Grao y Cabañal y el 18 de
enero de 1876 empezaron a colocarse las vías del recorrido que estuvieron
listas en apenas veinte semanas.
El tranvía, desde la calle de la Sangre, donde estaba el
Ayuntamiento, giraba al convento de San Gregorio, que es el actual teatro
Olympia. Plaza de Cajeros, Bajada de San Francisco, San Vicente, San Martín y a
la pequeñísima entonces plaza de la Reina. Para tomar Campaneros, Miguelete,
plaza de la Virgen, hasta el palacio de la Generalidad, que entonces era la
Audiencia. Y de ahí a la orilla del rio el puente del Real, donde había que
sortear la difícil rampa, y luego bajar hacia el camino de la Soledad, paralelo
a la Alameda, y el camino del Grao…
Todos se admiraban de la calidad de los nuevos vehículos.
“Son magníficos, perfectamente construidos y muy bien dispuestos para el
servicio que han de hacer. Los hay de dos clases: los que tienen imperial han
sido construidos en Inglaterra, y los que carecen de él, en Bélgica. Unos y
otros son muy desahogados y ofrecen completa comodidad. Caben ocho asientos en
cada uno de los dos bancos. La perfección del trabajo de la madera, los bellos
cristales de colores de la cubierta, y todos los detalles, perfectamente
estudiados, les dan el carácter de carruajes de lujo, en los cuales no puede
desdeñarse de ir la dama más aristocrática. Todos ellos llevan el escudo de las
barras, y cada uno su número de orden”.
El imperial, hay que señalarlo, era el piso superior del
carruaje, al que se llegaba por escalerillas que arrancaban desde las dos
amplias plataformas, anterior y posterior, del tranvía. El viajero que subía al
techo del carruaje viajaba sentado al aire libre, expuesto al sol o a la
lluvia. Aquella zona era la reservada para la segunda clase, con billete al
precio de 15 céntimos por un trayecto entre Valencia y el Grao. En primera
clase, a cubierto, en la planta principal del tranvía, el precio del billete
era de un real.
Algarabía a la llegada
Al llegar a la calle mayor del Grao, como es de imaginar, la
algarabía se multiplicó a la vista de los tranvías. Música, aplausos, saludos.
El Grao y el Cabanyal estaba unidos con Valencia y eso hacía más fácil los
baños de mar en los balnearios instalados dentro de la dársena, como La Perla,
o en “les barraquetes” de la propia playa.
En la calle Mayor del Grao acababa el recorrido. Aplaudió la
gente, hubo gran fiesta, saludos y vítores, recibimientos y parabienes,
mientras se cambiaban los tiros de los caballos con gran facilidad, pasándolos
de un extremo a otro a otro de los vagones. Después, el cortejo de tranvías,
hizo el camino inverso. Pero se detuvo en los jardines del Real. Allí se
celebró uno de los banquetes más famosos de la historia de la ciudad; el
banquete de los diecisiete discursos, “que sirvió a satisfacción de los
más exigentes la fonda de la plaza de Vilarrasa”. Porque todos quisieron
brindar, mostrar su satisfacción, dar la enhorabuena a los promotores y desear
feliz éxito a nuevo servicio de tranvías a la playa.
“Lo ameno del sitio, resguardado de los rayos del sol
por un extenso toldo, la elegancia con que estaba servida la mesa, y más que
todo, la complacencia de los comensales, por asistir a un acto que consideraban
como una mejora importante para Valencia, hicieron que fuese muy agradable esta
comida, en la cual reinó la mas cortés expansión”, escribió el diario Las
Provincias al día siguiente.
El banquete de los 17 discursos
El primero en hablar fue el señor Borrell; don Antonio
Borrell, director de la Catalana de Crédito, tomó la palabra como presidente
del banquete para explicar los propósitos de la sociedad al establecer en
Valencia el tranvía, “obra que espera estreche los lazos de unión entre
Cataluña y la hermosa Valencia, de cuyas felices condiciones de riqueza y
cultura hizo lisonjeros encomios”. El general Despujols, por ejemplo,
brindó por el Rey y por la paz: “Como hombre de guerra, el bizarro general
dijo que comprendía mejor que nadie los males de la guerra y los bienes de la
paz, y felicitaba por lo mismo a la empresa que trae á Valencia un nuevo
elemento del progreso que la paz produce”.
Se brindó mucho. En realidad por casi todo. “Por la
industriosa Cataluña, que hizo en España el primer ferrocarril y ahora sigue su
obra de adelanto y prosperidad”. Por la paz, por el progreso, por la
Catalana de Crédito, por los tranvías, por el baño de mar…
“A las tres y media terminaba el banquete, y los
comensales regresaban á la ciudad en los mismos carruajes del tranvía, llevando
muy buena impresión de esta fiesta”, dice la reseña de Las Provincias.
Desde los Viveros, y cruzado el puente, el nuevo tranvía fue a la Glorieta y,
por la calle de las Barcas (la calle de la Paz no existía todavía), cerró el
circuito. Que al día siguiente, fiesta de San Juan, empezó a utilizar la gente,
grandes masas de gente, que respondió a la llamada de la corneta y al impulso
inevitable de la temporada de baños.
Fuente: https://cadenaser.com