EL PLA DE LES ALCUSSES, LA VIA AUGUSTA Y EL CAMINO DE SANTIAGO

JOSE APARICIO PEREZ, CRONISTA OFICIAL DE ANNA

Moixent tiene un paraje o partida singular, se conoce con el nombre de Pla de les Alcusses. Se encuentra a unos seis kms al suroeste de la población y contiguo a la Vall dels Alforins, que preside la población de Fontanars.

Ubérrimas tierras de “pan llevar”, secularmente cuidadas, cultivadas desde la Prehistoria y, especialmente, desde época ibérica, han convertido al Pla y a la Vall en una zona mágica.

Cereales, almendros, vides, olivos, los ancestrales cultivos mediterráneos. Exquisitos vinos, en creciente perfección, alimento de los humanos, alma de los poetas, néctar de los dioses del Olimpo grecorromano, sangre de Cristo en la consagración. Cereales, el pan nuestro de cada día. Con pan y vino se anda el camino. El aceite, virgen extra, de retorcidos y añosos olivos, reposado en tinajas de barro, límpido, translúcido, alimento esencial. Y junto con todo esto, frutas de todo tipo, nueces, hortalizas de secano, de inigualable sabor. Recuerdo los tomates del tío Alfonso, el carnicero de Moixent, ¡qué delicia!

Casonas solariegas, solemnes; construcciones rústicas, de magistral arquitectura popular, albergando bodegas subterráneas para la perfección de los caldos rojos, oscuros, de sólido cuerpo, o antiguas almazaras; eras, para separar el grano de la paja; pajares, para guardar el forraje; antiguos corrales para el ganado lanar y cabrío, pastando en los rastrojos o a la dula por los extensos pinares.

En el centro de Les Alcusses, en una loma, la Casa Rabosa, con una pequeña ermita que congregaba a toda la población dispersa y a la residente en Moixent para celebrar la fiesta anual, popular, espontánea, concurrida; música, juventud y sentimientos desbordados al amparo de la cálida noche veraniega.

Todo eso y mucho más son Les Alcusses y Els Alforins. Un inmenso bien patrimonial que tenemos el deber de cuidar y proteger, intentando, incluso, recuperar las antiguas tradiciones.

Por si todo lo descrito fuera poco, entre ambos parajes el imponente y majestuoso cerro de La Bastida de les Alcusses, que guarda celoso el secreto de la total desaparición de su población en el siglo IV antes de Cristo. Abandonándola misteriosamente sin volver a ocuparla nunca más. Allí se lo dejaron todo, armas, herramientas, joyas, toneles cerámicos para el vino, tinajas y ánforas para el vino y el aceite, adornos, elementos de juego y un extenso etcétera.

Declarado monumento histórico-artístico nacional en 1931. Todo lo excavado, entre 1929 y 1931 por la Diputación Provincial de Valencia, proporcionó la ingente cantidad de material arqueológico que le dio la fama y el renombre universal al yacimiento arqueológico. En 1975, treinta y dos años teníamos, lo encontramos sepultado de nuevo por una exuberante vegetación arbustiva, entre el pinar que cubría el cerro. Con la ayuda de​ Don Domingo Fletcher Valls, director del Museo de Prehistoria, y de Don Ignacio Carrau Leonarte, presidente de la Diputación Provincial, y, seguidamente, del Icona, el INEM, la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, la Consellería de Cultura y el Ayuntamiento de Moixent, conseguimos recuperarlo; construimos el albergue y la cisterna, eliminamos los pinos que destruían los muros de las antiguas casas ibéricas, lo vallamos completamente (quilómetro y medio de vallado), rozamos la vegetación de su interior, reconstruimos de manera light la mayor parte de los recintos murados de las viejas casas desmoronadas. Hoy es un museo al aire libre con miles de visitas, una permanente lección de Historia.

Cruzando el Pla, de Levante a Poniente, la Vía Augusta trazada por el César siguiendo los viejos caminos ibéricos y vuelta a trazar recientemente, y contemplamos, dos mil años atrás, a las legiones camino de la Bética, reserva del aceite que abastecía la capital del Imperio; a artistas y a poetas, senadores, futuros emperadores, comerciantes, y a una ingente multitud en incesante ir y venir. Espacio mágico también. Sin embargo, un peligro peor que el del inexorable paso del tiempo sobrevoló sobre este inmenso patrimonio al intentar instalar allí un vertedero, felizmente impedido por la presión popular.

El trazado publicado del Camino de Santiago siguiendo la Vía Augusta, antes Vía Heraclea-Hercúlea o Camino de Aníbal, en dirección sureste, es un tanto errático, por cuanto cita lugares y, especialmente, yacimientos arqueológicos que obligarían a desviarse del itinerario establecido para la Vía Augusta. Para el territorio que nos ocupa  sale de Saetabis-Xàtiva-Játiva por el Camino de la Bola  de la ciudad romana en dirección Vallada a través del Camí Vell de Vallada, margen izquierda del Riu Cáñoles,.Atravesada esta población continúa por el mismo camino en dirección a Mogente, entrando en la población por el Este naturalmente hacia un viejo puente sobre el Barranc del Bosquet y, desde allí, bordeando el Rio Cáñoles se dirige al Pla de Les Alcusses que atraviesa en dirección a Fuente La Higuera. Aunque todos los caminos son “mágicos”, un halo indefinido los envuelve, restos minúsculos, microscópicos, de las ilusiones,, alegrías, tristezas y amarguras que a través de los siglos o milenios dejaron los miles o millones de personas que transitaron por ellos, en ambos son más abundantes tanto por los lugares de partida como los de llegada, especialmente el de Santiago, visitando la tumba del Apóstol.

Al recorrer ambos, con ojos y entendimiento bien abiertos , nos daremos cuenta de lo que se puede llamar Las Culturas Perdidas y la necesidad de su recuperación.Veamos:

La cultura, en su sentido antropológico y social, no es un bien fijo e inamovible, una conquista humana permanente, sino un bien cambiante al enriquecerse y ampliarse con el paso del tiempo, mediante los progresos constantes tecnológicos, científicos, sociales, religiosos y morales.

El ser humano, hecho a imagen y semejanza del Dios del Universo, es su agente, su centro y su receptor.

La Cultura, entendida como el “saber vivir humano”, según feliz definición de nuestro recordado maestro D. Julián San Valero, es una obra social, colectiva, de todos, porque todos son sus agentes, sus protagonistas, sus “productores”.

A veces, aún siendo obra colectiva, elige un camino equivocado, errático o anómalo, los resultados lo ponen en evidencia y la rectificación se impone, obligando a buscar nuevo trazado recuperando lo malogrado.

Durante los últimos sesenta años hemos asistido a una grave pérdida cultural, paulatina pero constante, quizás irreversible en estos momentos. Su diagnóstico puede ayudar a buscar una solución, si la tiene. Veamos.

Desde que se “inventaron” las ciudades, hace más de tres mil años. hemos asistido a un movimiento pendular, como de vaivén, campo-ciudad en unas ocasiones, ciudad-campo en otras, buscando, siempre, mejores condiciones de vida.

En los años a que hacemos referencia el movimiento ha sido de huida del campo, del bosque, de los montes, hacia la ciudad.

Comenzó poco después de la Guerra Civil. Mientras la vida en las ciudades se hacía fácil y confortable, se endurecía en el campo.

Difícil o imposible escolarización; difícil o imposible atención sanitaria; difíciles o inexistentes vías de comunicación, reducidas, en ocasiones, a sendas o caminos de herradura; dificultades, por lo tanto, de aprovisionamiento; medios de desplazamiento limitados a las caballerías; por supuesto sin energía eléctrica y, por lo tanto,  sin electrodomésticos. Posibilidades económicas limitadísimas al depender de agricultura y ganadería fundamentalmente y en precario.

Situación que se agravó más, desgraciadamente y en las zonas de montaña, con la llegada del ICONA, de inflexibilidad y rigidez manifiesta. La ganadería se hizo imposible y, con ello, la pérdida de más de un 50% de los ya de por sí escasos recursos.

Resultado inmediato, el éxodo paulatino pero total de las gentes de nuestras zonas montañosas hacia las ciudades. Dueños y señores de su territorio, reyes de sus barrancos, bosques, cañadas y fuentes, de sus solanas y de sus umbrías, de sus horizontes lejanos limpios y soleados, de sus rutilantes noches estrelladas, convertidos, ahora, en porteros de altas fincas en lóbregas calles, de peones en tajos pestilentes, de barrenderos de polvos miserables, de recogedores de hediondos desechos.

Pero se perdió algo más, se perdió parte del saber vivir humano, se perdieron formas culturales, se perdió la cultura desarrollada para vivir en estos territorios.

Dónde cultivar, qué cultivar y cómo cultivar; dónde pastar y cuándo; los cuidados del ganado; sus fiestas y sus relaciones sociales, existentes; sus costumbres domésticas y las colectivas; su gastronomía; cómo construir, qué y con qué; la caza, cuándo y cómo; la recolección de productos naturales setas u hongos, miel, espárragos, caracoles; el esparto, su tratamiento y la confección de cordelería (guitas), recipientes, cestería, serones; las plantas medicinales, su aplicación para heridas, dolencias; la conservación de los alimentos, salazones, fritos, ahumados. Y un etcétera muy amplio. Todo un mundo cultural, patrimonial que se ha perdido. ¿Se puede todavía recuperar o perdidos los nexos sociales es de manifiesta imposibilidad?. Hay que intentarlo y los promotores de esta magnífica publicación están en ello, ayudémosles.