FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Lo ensayó muchas veces y lo intentó dos o tres más. Al final, antes de que pasaran demasiados días tras la luna llena, puso en marcha su plan de fuga. Tras unas horas de espera escondido en un barranco, el teniente médico Antonio Vázquez Bernabeu nadó desde la playa de Axdir hasta el peñón de Alhucemas. Fue el primero que se escabulló del cuartel general de Abd el Krim, donde podía curar pero estaba preso, hasta el islote de soberanía española. Fueron setecientos metros de mar, bajo el zumbido de las balas de los cabileños; pero los disparos alertaron a los soldados de guarnición en la isla, que pudieron recatarle con vida en un bote.
Tras el desastre de Annual, que se produjo entre julio y agosto de 1921, las tropas españolas emprendieron una campaña llamada a ser larga y sangrienta. Los barcos con tropas de refresco partían de todos los puertos españoles pero antes dejaban en tierra un lastimoso cargamento de heridos y enfermos. De modo que en un clima de exaltación patriótica pocas veces vista, España convirtió en héroe al teniente médico Vázquez Bernabeu, que el día 25, repuesto de su aventura, se presentó en Melilla, ante el general Picasso, como era su deber.
Un muchacho de Massanassa
Nació en Argelia, en 1896, pero fue por meras circunstancias familiares. Antonio se había criado y se sentía hijo de Massanassa, donde vivían sus padres. «Es un muchacho valenciano, enjuto, huesudo, hasta flaco; pero su temple moral no corresponde a lo magro de la figura», escribió Tomás Borrás, que le entrevistó en Melilla para «El Sol» de Madrid. Los corresponsales de guerra le encumbraron y le hicieron popular: le llamaron «quijotesco» por su aspecto y hablaron de su «fibra enérgica». El médico militar, licenciado en la Facultad de Valencia en 1918, salió de la Academia de Sanidad Militar en 1920 y cuando lo de Annual estaba en su primer año de servicio y en las trincheras más avanzadas, entre cañonazos, muñones y cabileños.
Cuando se fugó a nado, en septiembre, ya tenía en su haber siete menciones distinguidas ganadas durante los combates de junio y julio. Así es que ante la prensa se limitó a ajustarse los lentes y a contar sus aventuras bajo las balas. En las que lo primero era poner a cubierto y atender a los heridos, luego confirmar que nada se podía hacer por los muertos y finalmente tomar el rifle de un caído y emprenderla con los moros para salvar la vida propia en situaciones muy comprometidas.
Le hicieron prisionero. «Fui conducido a la presencia de Abd el Krim, que estaba sentado en una tienda, a la puerta, rodeado de gente y entre un montón enorme de objetos; todo lo que había robado en la posición», dijo a los periodistas. «Parecía un almacén monstruoso en el que se revolvieron los elementos de aquellos miles de hombres que yacían, cara al sol, muertos, mutilados, algunos en la postura que tenían al disparar…»
Su condición de médico le favoreció. Abd el Krim consintió que le respetaran y pudo atender a todo tipo de heridos y enfermos: a sus compañeros de armas españoles, prisioneros como él, y a los cabileños que se dejaron; porque el primero de sus esfuerzos fue pelear contra los «médicos» marroquíes que aplicaban sus tradicionales emplastos de pan mascado y hojas de maíz a heridas que se gangrenaban a ojos vista. «Abd el Krim es tan salvaje como los demás. La civilización no se le ha pegado nada», decía Vázquez cuando estaba a punto de regresar a la península. «Viste, piensa y procede como sus paisanos, con la única diferencia de que los desprecia también».
El recibimiento de un héroe
El 17 de octubre de 1921, el heroico doctor Vázquez fue recibido en palacio por el rey Alfonso XIII, que le felicitó de forma efusiva. Después viajó toda la noche en el tren correo de Madrid rumbo a su pueblo. Pero a las diez de la mañana del día 18 se tuvo que apear en la estación de Catarroja porque una multitud le aguadaba ya con banderas, vivas y bandas de música. Los vecinos de los pueblos de la línea del tren estaban de fiesta y se lo llevaron en volandas hasta Massanassa, donde le esperaban sus padres entre lágrimas. El doctor Vázquez Muñoz, padre del héroe y también médico militar, gastó sus ahorros en pastos y licores con los que obsequió a la multitud.
Hubo palabras de elogio del médico titular de Massanassa, en nombre del Colegio de Médicos de Valencia. Música, volteo de campanas, salvas, tracas, suelta de palomas y visita a la iglesia parroquial jalonaron una mañana memorable en la que el héroe fue recibido entre arcos de flores. Nuestro periódico, que dio completa su hoja de servicios distinguidos, deja ver, entre noticias de entierros de soldados caídos, que una España con cortes de luz, pan a precio inasequible y exportación de naranja en apuros, estaba necesitada de personajes que levantaran la moral de victoria después de una catástrofe militar.
Vázquez Bernabeu, sencillo y resuelto, era el tipo perfecto, el hombre seguro de su quehacer. El esforzado que creía en la capacidad de resistencia desde su papel de médico militar. En Valencia, al día siguiente, fue recibido por todas las autoridades y agasajado por el Ayuntamiento. Hubo discursos encendidos y apelaciones a la patria en un clima de crisis política y económica incontrolable. Las damas caritativas encabezaban cuestaciones de ayuda al soldado y en los teatros se programaban espectáculos henchidos de patriotismo. Como en la guerra de Cuba, como en la campaña de África del año 1909, Valencia tenía a cientos de soldados en el frente colonial, peleando contra una muerte que venía más por la falta de higiene, el paludismo y la disentería que por las balas de los rebeldes a reducir.
Vázquez Bernabeu, después de unas cortas vacaciones, volvió al servicio activo en Marruecos. El médico alto y delgado se ajustó los lentes antes de volver a sacar muchas balas de cuerpos perforados de sus compañeros.
Fuente: https://www.lasprovincias.es