ANTONIO L. GALIANO PÉREZ CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Hace poco más de veintisiete lustros, concretamente en 1884, quedaban unidas por ferrocarril las ciudades de Murcia y Alicante a través de Orihuela, después de que el 18 de enero de dicho año llegase a esta última “ese dragón de fuego que en sus alas lleva los gérmenes de la civilización y del progreso y que guarda en sus entrañas el porvenir, la gloria, la riqueza de los pueblos”, tal como hacía referencia el periódico ‘La Voz de Orihuela’.
Crónica de Rafael Viravens
El domingo 11 de mayo de aquel año, quedaría marcado por los actos que en Orihuela y Alicante se celebraron con motivo de tal efeméride, en el opúsculo que se publicó en esta última ciudad en la imprenta de Antonio Seva, con el título ‘Memoria de los festejos celebrados con motivo de la inauguración del ferro-carril de Alicante a Murcia’.
El autor fue Rafael Viravens y Pastor que era Cronista y Archivero del Excmo. Ayuntamiento alicantino. De él podemos recordar, a través de Mª Luisa Cabanes Catalá, que nació en Alicante en 1834 y fue nombrado primero como Archivero en enero de 1875 y un mes después como Cronista, siendo autor de la ‘Crónica de la Muy Ilustre y Siempre Fiel Ciudad de Alicante’, publicada en 1876. Tras cesar voluntariamente de sus cargos se dedicó a la política.
Falleció, en 1908, siendo su cuerpo inhumado en una pequeña capilla privada que poseía en su domicilio de la calle Labradores de dicha ciudad, cuyos restos fueron trasladados el 11 de mayo de 1931 al cementerio alicantino.
Llegada de las expediciones
Regresando a la ‘Memoria de los festejos’, Rafael Viravens va informando con todo lujo de detalles, paso a paso, desde la salida en tren a las 7 horas 11 minutos de la expedición de Alicante de dos comitivas, una del Ayuntamiento al frente de la que iba el alcalde José Soler Sánchez y la otra de la Diputación Provincial, con su presidente Rafael Terol Maluenda al frente.
Los expedicionarios arribaban a Orihuela a las 9:30 h, siendo recibidos por el alcalde Matías Rebagliato y Sorzano y por el Obispo de la Diócesis, Victoriano Guisasola y Rodríguez, el cual había sido elegido como Senador del Reino por el Arzobispado de Valencia, el 8 de mayo de 1884.
Una vez que fueron recibidos los expedicionarios alicantinos, llegaba a Orihuela por tren, procedente de Murcia a cuya ciudad había llegado el día anterior, el presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, que era descendiente de un oriolano y que el 10 de marzo de dicho año había sido distinguido por el Excmo. Ayuntamiento de Orihuela con el título de Hijo Adoptivo de la Ciudad.
Almuerzo y celebración
Desde la estación las autoridades se desplazaron hasta el Palacio Episcopal, donde el presidente Cánovas cumplimentó a todos los representantes de las instituciones asistentes, para a continuación dirigirse al Colegio Santo Domingo. En el claustro de la Universidad se obsequió con un almuerzo para 350 comensales, ofrecido por la Compañía de Ferrocarriles Andaluces, servido por el fondista alicantino Pedro Bosssío, que tenía su establecimiento en la calle del Duque de Zaragoza; con un menú, en el que, al margen de una paella alicantina, se degustaron platos de cocina francesa como ‘dindonneux trouffés y patés foies gras en belle vue’.
Dicho almuerzo concluyó con los discursos y brindis con ‘champagne’, y tras ello se dirigieron a la estación de ferrocarril para trasladarse a la capital de la provincia, siendo despedidos con el repique de todas las campanas de la ciudad.
Descarrilamiento
Hasta aquí, los actos celebrados en Orihuela, que veía la culminación de las obras que habían durado catorce meses y que se habían iniciado el 4 de marzo de 1883 bajo la dirección del Marqués de Loring.
Una vez emprendida la marcha, en el trayecto se fue dejando atrás las estaciones de Callosa de Segura y Albatera, en la que se tomó el ramal que debía llevarlos hasta Torrevieja. Sin embargo, una vez abandonada Formentera, a las 3 de la tarde, en la curva conocida como de ‘los Montesinos’, el tren descarriló.
Narración del suceso
Viravens, no dio importancia a este accidente, indicando simplemente que ocurrió “sin producir consecuencias desagradables”. Al contrario, la prensa alicantina de distinta afiliación política, concretamente ‘El Graduador’ del día 15 narraba con más detalles el siniestro y como sucedió: “cuando un movimiento brusco y violentísimo nos hizo caer de bruces, y desde luego, y no sin sobresalto, presumimos que algún accidente lamentable venía a entorpecer el, hasta entonces, tranquilo viaje”.
El citado periódico político y de intereses materiales, daba como causa posible la poca consistencia del terraplén, debido a alguna irregularidad en el trazado de la línea, dando lugar a que las ruedas se salieran de los raíles tras romper dos traviesas y quedar enterradas.
El reportero alicantino narraba “fue de ver tanto frac, tanto sombrero de copa alta y uniforme, y bandas y cruces, corriendo de aquí para allá, buscando un modo y manera de hallar término a la desgraciada expedición”. Así mismo, recogía las impresiones de alguno de los viajeros accidentados: “Cómo no descarrilar, decía uno, si llevamos entre nosotros al monstruo mayor de las edades presentes y futuras”, probablemente refiriéndose al presidente del Consejo de Ministros. Otro, apuntaba, “es que el tren se ha desplomado, al peso de tal grandeza”.
Sin daños personales
Lo cierto es que no hubo que lamentar daños personales y tuvo que ir a recogerlos una locomotora desde Torrevieja para acercarlos hasta villa de la sal. Desde allí, se regresó a la línea ferroviaria Alicante-Murcia, y pasando por Crevillente, Elche y Santa Pola se arribó a la ciudad alicantina, en la que el Obispo Guisasola bendijo el ferrocarril.
El susto había pasado y durante muchos años se recordó aquel 11 de mayo de 1884 en que descarriló el tren.