FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Por las oscuras razones que sean, la pandemia está siendo propicia para el encuentro con el pasado y Valencia se ha puesto a buscar sus viejas piedras. Armados de una cámara, los sabuesos de lo antiguo se desperdigan por solares y vertederos en busca de sillares y columnas, de arquitrabes desviados en etapas de la civilización donde solo había interés por lo nuevo. Y aparecen las preguntas: ¿Qué ocurrió con las diez columnas que adornaron en semicírculo el monumento playero a Joaquín Sorolla?
Los arqueólogos del abandono escrutan archivos y echan mano de viejas fotos. Don Paco Mora y don Javier Goerlich compraron en un derribo palaciego de Madrid una colección de fustes que pensaban ubicar en un Palacio de Exposiciones que nunca fue realidad y terminaron por darles utilidad en el monumento a Sorolla del Cabañal, inaugurado el último día del año 1933 entre señeras y música. En materia pétrea, el reaprovechamiento es una virtud. Don Carlos Soler, en 1963, reutilizó sillares del monumento al pintor que la riada de 1957 descompuso; pero las columnas pasaron al panteón del olvido en algún descampado. El monumento a Sorolla que ahora tenemos es el tercero; y don Joaquín está enmarcado por las piedras de la puerta del Banco Hispano que don Paco Mora levantó en la calle de las Barcas, lo único que pudo salvarse.
Ripios, residuos del pasado, huellas fósiles de un tiempo de dinosaurios. ¿Veis? Esto era una pared y aquí dentro dormían. Después de haber estado años mirando al mar, algunas columnas de las que hicieron compañía a don Joaquín reaparecen como acusadores de la desidia municipal de todo un siglo. Los ojeadores de ocasión, con el georadar en marcha, apartan hierbajos para intuir la presencia de capiteles y cenefas junto a latas de aceite de motor. Son restos de la Tortada pétrea de la plaza del Caudillo, lo confirma una foto en la que una niña con coletas aparece dando de comer a unas palomas, en 1946. Pero, atención a lo último, porque Paiporta resulta tener a la vista, en un paseo y en el cementerio, las migajas de caliza que la ciudad de Valencia olvidó. Escuche, Watson: si no hubo donación, si no hay factura de venta, hubo descuideros sin licencia…
Habrá que abrir una investigación. Y preparar brigadas especializadas en husmear fósiles de lo que fuimos. La Tortada, las columnas del hospital, los bancos del Turia, los puentes desdoblados… Valencia lleva a cuestas la fama de haber usado como abrevadero el sarcófago de su protomártir y desde entonces arrastra una especie de maldición: víctima del mal de la piedra, investiga fracasos y olisquea ruinas.
Fuente: https://www.lasprovincias.es