JOAN R.GIMENO
Cullera es una ciudad de leyendas, en la que se cuentan los iconos que la identifican como parte de su historia. Referente indiscutible es el castillo, pero, sin duda, existen otros muchos, como la Cueva del pirata Dragut o la Penyeta del Moro, que, junto con el faro del cabo cullerense, constituyen un icono del frente marítimo valenciano, además de todo un emblema de la capital turística de la Ribera Baixa, hasta el punto de dar nombre propio a una veterana asociación fotográfica local dedicada a recuperar la memoria gráfica de la ciudad.
Como tal símbolo identitario, la Penyeta ha estimulado la imaginación de publicistas y escritores locales. Como, por ejemplo, Lamberto Olivert Espinós, hijo mayor del reconocido poeta Lamberto Olivert Arlandis, autor de un hermoso cuento publicado en el número de 26 de abril de 1924 de la revista Sucrona, que narra la desdichada historia del joven musulmán Magud, quien, habiendo embarcado hacia el destierro forzoso tras la conquista de Jaime I, trastornado al creer ver entre las olas la fantasmagórica presencia de su amada Bibiana, de religión cristiana, se lanzó al mar braceando hasta recalar su cuerpo, ya exánime, en la peña emergente de las aguas de la bahía cullerense, que por esto pasaría a ser conocida con el apelativo ‘el Moro’.
Cierto es, en cualquier caso, que con este mismo nombre, el ‘Moro’, aparece por primera vez grafiada la roca en el conocido plano de la rada de Cullera del Marqués de la Romana, de 1764. Pero, a partir de ahí, se suscitaban dos preguntas que muy a menudo se han hecho vecinos y visitantes de Cullera, pescadores y aficionados a la pesca deportiva, y que hasta hoy permanecían sin respuesta: ¿Por qué y cuándo adquirió la roca su actual fisonomía? ¿Cuándo se levantó sobre ella la columna de hierro que la cubre?
Respuestas de los expertos
Gracias a las averiguaciones realizadas por el investigador cullerense Juan Ripoll y el CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE CULLERA, MANUEL LANUSSE, ahora ya es posible dar a estos interrogantes una contestación convincente y rigurosa, una explicación ajustada a la realidad histórica objetiva, poniendo así punto y final a especulaciones varias y a hipótesis rocambolescas.
«En el contexto de la instauración del moderno Estado liberal, que situó en el primer plano de la acción gubernamental el impulso y desarrollo de las obras públicas, con un protagonismo sobresaliente del recién creado cuerpo de ingenieros», explican Lanusse y Ripoll. «Se aprobó, primero, el Plan General para el alumbrado marítimo de las costas y puertos de España e islas adyacentes, en 1847, que preveía la construcción en Cullera de un faro de tercer orden, y en 1858, el Plan General para el Balizamiento de las costas y puertos de España e islas adyacentes».
Según los citados investigadores, «este último plan, inspirado por el ejemplo de las naciones europeas más avanzadas y de los Estados Unidos, como reconoce explícitamente su memoria justificativa, definió el balizamiento y alumbrado de las costas como un ramo importantísimo del servicio público, y se marcó como propósito fundamental facilitar toda clase de comodidades al comercio y cuantas seguridades sean posibles a la navegación».
Fuente: https://www.levante-emv.com