FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
El «culillo» ya es un término científico. Lo ha acuñado el consejero de Salud de la Junta de Andalucía y alude a los restos, un 20 por ciento aprovechable, que quedan en un frasquito de vacuna del que ya se han extraído cinco dosis. Unas sobras que se podrían utilizar, dicen, si se usaran jeringuillas adecuadas. Nosotros, a la valenciana, diríamos el «culet», ese final que queda en una botella de vino, de aceite, un excipiente, mitad aprovechable mitad poso, que despreciamos por pereza. Siempre queda un «culet» de arroz, unas cucharadas de paella, que se aprovechan hasta el límite si el guiso ha sido excelente. O que se lleva uno a casa si la cantidad ya merece la pena.
Yo he asistido a comidas memorables en las que el anfitrión estimulaba a terminar el arroz con el aviso de que el sobrante «tindrem que tirarlo al cerdo». No era el refinamiento de Buckinham Palace, pero era una realidad pegada al terruño, heredada de las viejas generaciones, realista a más no poder. Y que de alguna manera ha venido a hacerse presente, desde lo más hondo del subconsciente rural valenciano, en esos episodios de vacunación irregular que están alumbrando, aquí y allá, en ambulatorios, residencias e incluso en los antedespachos de algunos responsables: «Señor alcalde, esto mañana ya no sirve: lo hemos de tirar». Y por no llevar la contraria, por dar ejemplo, el electo se arremanga el brazo. «Es un culillo de ná; mientras buscamos a un abuelo ya la tiene usted puesta, señor director general»; y el hombre se deja llevar, vacuna y foto, convencido de que está salvando a la población.
Como siempre hay bobos que lo pregonan, surge el escándalo: se han violado los protocolos. A lo mejor hay gente que piensa que el Jefe del Estado Mayor de la Defensa debe esperar su turno como los demás. Yo, sin embargo, hubiera matizado mucho las preferencias: creo que los conductores del AVE, los operadores de las centrales nucleares, qué se yo, los responsables de las baterías de misiles, son gente que hace un trabajo especial y que, como todos los sanitarios, merecen estar a cubierto antes.
Si lograr vacunas y jeringas para todos es difícil, organizar el cotarro lo es mucho más. ¿Cuándo debe vacunarse un presidente? Cuanto antes, mejor: la comisión de la falla necesita tener seguridad en estos momentos de angustia. Por eso creo, además, que se está pidiendo demasiado al sistema público de salud. Llevar el peso de una pandemia que no cede y añadirle ahora la carga de una vacunación responsable, es demasiado. Quizá está llegando la hora de dar entrada a la sanidad privada, como en otros países. O incluso de empezar a pensar en empresas serias: Mercadona, Consum, El Corte Inglés…
Fuente: https://www.lasprovincias.es