DOS MODELOS

Francisco Perez Puche. Foto de Juan J. Monzó

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

El 21 de febrero pasado, nuestro admirado Paco Moreno informaba en estas páginas que «El Cabanyal tendrá normas estéticas». Sí, el Plan Urbanístico que se estaba preparando para el barrio marinero incluía, por primera vez en la historia de la ciudad, una serie de reglas estrictas, concebidas para definir «con total claridad cómo deben plantearse vecinos y arquitectos el diseño de las fachadas y cubiertas como principales elementos».

Un año después de esta buena noticia no sabría decirles si la procelosa burocracia de Ayuntamiento y Generalitat han logrado poner en vigor la normativa. Pero algún día llegará: la vicealcaldesa Sandra Gómez hará que fachadas y medianeras, rejas y huecos, persianas, antenas, ventanas, miradores, puertas, balcones, barandas, garajes y todos los demás elementos que componen las casas tendrán que atenerse a las características tradicionales del barrio. Con una finalidad clara: que el Grao y el Cabanyal, en el futuro, sigan teniendo el estilo que tuvieron en sus años mejores; justamente, el que gusta a los valencianos y el que el Ayuntamiento ordena respetar a todos, arquitectos incluidos.

Visto lo visto sobre la suerte que tienen los vecinos del Marítimo por la protección de sus peculiares estilos de arquitectura, no se entiende que nadie reclame del Ayuntamiento una norma idéntica para Ciutat Vella con el fin de limitar algunas tropelías de la arquitectura ya consolidadas o en proyecto. Y para muestra, ahí está el botón de la inefable Casa del Relojero, un adefesio sin paliativos cuyas obras se acaban de adjudicar… bajo el patrocinio del propio departamento dirigido por Sandra Gómez.

¿Cómo puede sostener una ciudad dos patrones distintos de estilo constructivo, uno conservacionista e imitativo para el Marítimo y otro de brutal ruptura visual a los pies del Miguelete? Sería bueno que la vicealcaldesa lo explicara. Sobre todo a la luz de unas declaraciones suyas, de la semana pasada, en las que «apostaba» -qué manía, la de apostar, todos las notas de prensa hacen que nuestros políticos «apuesten» a diario- por una Ley de Arquitectura que «tenga en cuenta las características propias y la ventajas de nuestro clima y nuestro paisaje». Es decir por una «arquitectura integrada en la Ciudad 15»: la que hace que el vecino tenga todo lo esencial paseando quince minutos en vez de «modelos excluyentes y dispersos».

¿Queremos conservar los valores clásicos de la ciudad y permitimos que anide una arquitectura que hiere la mirada? ¿Prohibimos disparates de estética arquitectónica en el Cabanyal y los propiciamos en Ciutat Vella? Si alguna vez buscábamos torpes contradicciones en la política, aquí tenemos un buen puñado.

Fuente: https://www.lasprovincias.es