CHARLAS AL SOL

Francisco Perez Puche. Foto de Juan J. Monzó

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

El empapelamiento de Jorge Rodríguez y sus compañeros mártires tiene las virtudes de la ley de la gravedad: duele comprobar que sigue existiendo, pero transmite confianza. Por lo menos seguimos sabiendo dónde están los límites, incluso en Ontinyent, donde se le adora como alcalde, esforzado siempre en riadas, nieves y epidemias…

Y aquí estamos, viendo pasar las horas y los días, en apacible añoranza de placeres elementales, una cerveza al solecito de febrero, un arroz compartido en armonía, una charla sobre las últimas bobadas de la política. Qué fea es la Casa del Relojero que quieren hacer, ¿verdad? Pues yo no creo que sea bueno llenar de pinturas murales los puentes del parque del Turia, aunque sean los modernos. El Ayuntamiento de izquierdas no sabe ni despedir empleados, mira que lo hacen mal…

Bagatelas al sol: ponga más almendritas, por favor. No añoramos hablar de nada trágico, nadie busca ya la profundidad; solo aquel dulce placer cívico de criticar al Ayuntamiento en el ágora, un invento de griegos y romanos. Uno dirá que la idea oficial de pintar en el cauce invitará a pensar que es normal llenarlo todo de chafarrinones; y otro añadirá con exigencia que las pinturas son para los museos. De modo que un tercero se pondrá exquisito y dirá que prefiere el Sorolla de Bancaja, o algo así. Hasta que la charla de las almendras se irá por otra rama y se centrará en la EMT y el Palau: es que despiden a patadas y los tribunales se lo tumban todo, tío. No saben despedir pero tampoco colocarse, dirá el segundo: en la Diputación, Rodríguez se estaba repartiendo los empleos con los de Compromis, y mira el resultado.

Ahí es cuando el cuarto dará un sorbo largo y con el bigote manchado de espuma dirá muy solemne que lo único que saben hacer estos del Ayuntamiento son cabalgatas, una afirmación que abrirá un horizonte nuevo y jocoso, pero que dejará con la palabra en la boca al que quería decir, a cuenta de la Casa del Relojero, que no se explica cómo el Ayuntamiento no manda ya torturar arquitectos, una práctica antigua de lo más saludable. Cabalgatas dislocadas pero impunes, decisiones con bula y embudo, arquitectura ridícula fuera de contexto… Con la segunda cerveza, el argumento ha perdido peso y la opinión va ganando en imaginación. La charla se hace creativa y cortante: los arquitectos solo quieren escandalizar y los alcaldes tienen bula; a Puig le ha vuelto a salir un grano y la EMT terminará cerrando, como el Palau… Y en esas llega una muchacha y dice que acaban de poner el arroz y que pueden pasar todos ya al comedor y elegir los entrantes. ¡Benditos tiempos, bendita libertad!

Fuente: https://www.lasprovincias.es