MADRID Y MORELLA

Francisco Perez Puche. Foto de Juan J. Monzó

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

¡Qué día para el labrador, el ver los campos regados! ¡Qué fastidio para el conquistador madrileño, al ver las calles casi desiertas y las muchachas encerradas!». No sé si el lector ha llegado a percatarse; pero el caso es que ha nevado mucho, pero que mucho, en Madrid y en Morella. También es probable que haya caído nieve en otros sitios; no sé, quizá Calahorra o Casas Bajas. Pero lo de Madrid y Morella ha sido algo extraordinario: unas cantidades de nieve nunca vistas, insólitas hasta más no poder.

Sepultado bajo la información sobre la ventisca; abrumado tras ver pasar por la pantalla quitanieves inagotables, empleé la tarde del domingo consultando hemerotecas. Las frases con las que abro este rincón son de ‘La Ilustración Española y Americana’ de enero de 1899, donde un agudo colega, obligado a enfrentarse al folio, escribió: «Solo le echaron maldiciones los barrenderos de la villa, que hubieron de restablecer el tránsito de carruajes y peatones a fuerza de escobazos».

Qué maravilla encontrar periodistas que escribían «tránsito» en vez de «tráfico». Y qué asombro encontrar que la nevada de Morella de 1911 fue «de medio metro» y que en la de 1916 murió de frío un leñador. La nieve de 1926 llegó a ser de un metro; pero Alcoi y Albaida no se quedaron atrás en aquel temporal insigne. De jovencito, Morella estaba asociada a un puerto, el de Torre Miró, que siempre estaba el pobre «con cadenas».

La prensa de Madrid hablaba siempre de la «primera nevada del año», porque luego venían varias más. La de 1797 duró dos días enteros, como ahora, y dejó aislada la ciudad una semana. Quizá es que estaba cambiando ya el clima. Después, entre 1864 y 1933 he anotado otras 22 nevadas que tuvieron importancia como para ser reseñadas y fotografiadas. Cada tres o cuatro años hay una «copiosa»; cada década, una que merece ser «copiosísima». ‘Blanco y Negro’ dedicó cinco grabados a la de 1894. En la de 1907 se fotografió un carro con dos mulas que apenas podía avanzar por delante de la puerta de Alcalá, como ahora mismo. En febrero de 1925, el ‘Heraldo’ escribió del aburrimiento de escribir sobre la nieve sin saber ya que decirle.

La nevada de 1876 sepultó Madrid; pero el plumilla de turno pensó que además de comentar la figura del cardenal Cisneros que habían hecho los revoltosos alumnos de Bellas Artes, quizá debería dedicar unos párrafos a otros jóvenes, soldados «que sostienen una ruda y larga campaña», encargados de llevar vituallas al Ejército del Norte… «a través de un camino borrado por la nieve y bajo el fuego del enemigo». España estaba viviendo la tercera guerra carlista, una guerra civil olvidada.

Fuente: https://www.lasprovincias.es