EN LOS MALOS AÑOS, UVAS DE LA SUERTE

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

Uvas, uvas para despedir el año y para desearse mejor fortuna en el siguiente. Doce uvas mágicas, simbólicas, que encierran algo de superstición y que la Iglesia vio con recelo porque las notaba paganas. Uvas que nadie sabe con precisión de dónde vinieron, aunque en general se dice que fue una costumbre importada de Francia… donde nadie las toma, al menos ahora. Uvas que fueron aristocráticas, pero que el pueblo de Madrid robó a los elegantes para atragantarse en la puerta del Sol debajo del reloj de Gobernación, en medio de una colosal jarana.

¿Cuándo empezó el asunto de las doce uvas? Hay teorías que sostienen que el Gobierno fomentó su consumo a raíz de un año de excedentes de cosecha que tenía agobiados a los productores de Almería. Dicen que fue en 1909, aunque los verdaderos apuros de los exportadores –de Almería, de Murcia y desde luego del Valle del Vinalopó– vinieron a partir de 1914, cuando la Guerra Europea hizo muy peligrosa la navegación hacia Inglaterra. Porque los puertos ingleses eran, desde mediados del siglo XIX, los destinatarios de una exportación de una fruta, tardía y muy resistente, las uvas de Ohanes, que el botánico Rojas Clemente ya valoró en 1807.

Los ingleses, en invierno, además de las pasas de Denia, consumían uvas frescas del sur que resistían bien el viaje gracias a los barriles que, por millones, se fabricaron en España. Pero no hay constancia de que se comieran doce uvas a las doce de la noche del 31 de diciembre. Sin embargo, en los primeros días de enero de 1894 aparece la primera mención a la costumbre de tomar uvas, en Madrid, con el cambio de año. Lo hizo «El Imparcial» («Las uvas bienhechoras» (01.01.1894) que dijo que «la costumbre ha sido importada de Francia, pero ha adquirido entre nosotros carta de naturaleza». El diario añadió que hasta entonces solo unos pocos lo hacían; pero «hoy se generaliza esa práctica salvadora» que, «proporciona la felicidad durante el año nuevo».

Al periódico «El Siglo Futuro», riguroso conservador, no le gustó que se hablara de uvas como si fuera un sortilegio de magia. Y cargó contra los que las comían a la moda y luego llamaban fanáticos y supersticiosos a quienes empleaban el cambio de año en hacer contrición de sus pecados. La humanidad, escribió el diario católico, «siempre necesita creer en algo. Lo que hay que cuando no cree en Dios, cree en el diablo».

Ese debate, que no es más que el de la fe y la razón, la frivolidad y la seriedad, la juventud y la vejez, lo vamos a ver, con mayor o menor intensidad, en las décadas siguientes, hasta nuestros días, alrededor de las fechas navideñas y, en concreto, en esta del cambio de año donde queda atrás mucho y malo y se espera mucho y bueno. Pero la controversia no pudo evitar que la costumbre de tomar doce uvas en Nochevieja se fuera extendiendo, sobre todo entre la aristocracia madrileña que desde luego ligaba los granos al brindis con champán.

En Madrid, el reloj oficial era el de Gobernación, en la Puerta del Sol, el de la famosa bola dorada. Y es allí, precisamente, donde el pueblo llano, tomando a guasa la etiqueta de los poderosos, hizo acopio de una botella de sidra, o de Anís del Mono, la juntó a doce granos de uva –y si no de pasas, castañas o lo que fuere– y se fue a hacer ruido y pasarlo bien mientras la burguesía encopetada se atragantaba con los granos.

A la 1’55 de la madrugada del 1 de enero de 1902, nuestro corresponsal en Madrid, Gimeno Vizarra, nos mandó un último telegrama antes de irse a dormir: «En el momento de sonar las doce de la noche, un gentío inmenso saluda la entrada de Año Nuevo en la Puerta del Sol. El griterío es infernal. Las gentes apuran botas de vino y botellas, comen uvas y otras cosas más solidas. Las manifestaciones de regocijo llaman la atención por lo ruidosas. Ahora comienza el desfile en la Puerta del Sol».

Fue la primera mención de las uvas de Nochevieja que podemos encontrar en nuestras páginas. Después, año tras año, vendrían más detalles: la crónica madrileña del paso de 1904 a 1905 nos informó de que la costumbre se había hecho ya muy popular y que estaba extendiéndose a los teatros, salones y restaurantes, aunque con una diferencia fundamental con la licenciosa Francia: allí se toman las uvas, se brinda y se besa a las damas; aquí se había acotado la parte final. Hasta que en 1916, Romanones, que cenaba en el Palacio de Gobernación con el gabinete, se asomó al balcón y brindó con la plebe. Populismo puro, ya ven.

«El Fénix» trae a Valencia la Navidad de Dickens

En la Navidad de 1847, la revista valenciana «El Fénix», «periódico universal, literario y pintoresco», regaló a sus lectores una primicia de valor universal, al empezar a publicar por entregas «Cuento de Navidad (A Christmas Carol)», de Charles Dickens. No dice la publicación cómo había obtenido el derecho de edición, si es que lo tenía; pero informa que el traductor fue L.M.R., iniciales que se corresponden con Luis Miquel y Roca, director literario de la publicación y notable periodista de su tiempo. Hasta el número 139, de mayo de 1848, se estuvo publicando la popular obra de un Dickens preocupado por la pobreza y la desigualdad social de su tiempo.

La adaptación del cuento vino edulcorada en algunos pasajes y tuvo también recortes. Pero es altamente destacable que el relato navideño del avaro señor Scrooge y Marley, el muerto tan muerto «como el clavo de una puerta», se había editado en Londres en 1843, solo cuatro años antes de su llegada a las páginas de la revista valenciana. En todo caso es interesante comprobar cómo el espíritu de la Navidad que hoy llamamos tradicional –tan odiado por el protagonista del relato– está ya presente en una publicación temprana, veinte anterior a nuestro propio periódico.

El obispo Benlloch cena en casa de los Gómez

La primera noticia de una fiestas de «las uvas» en una casa burguesa valenciana la tenemos el 2 de enero de 1906 en LAS PROVINCIAS, pero es a cuenta de una celebración que no existió. Una nota de Sociedad dice: «A consecuencia del fallecimiento del Sr. Miquel, ocurrido el domingo, fue suspendida la fiesta de «uvas» que debía haberse verificado para celebrar la entrada del año, en el palacio de los señores marqueses de Benicarló«… que no es otro que la actual sede de las Cortes Valencianas en la plaza de San Lorenzo.

En años sucesivos, «Lohengrin», nuestro cronista social, reflejará cenas de uvas en «casas bien» valencianas. Su reseña de 1910 dice que se tomaron «a toque de las dulces campanadas del reloj de la Catedral, buscando en ellas (en las uvas) además del rico sabor de tan exquisito fruto, la felicidad que dicen proporciona en el nuevo año a los que cumplen esa dulce ceremonia». La crónica de 1913 tiene interés especial porque resume la fiesta que los señores de Guzmán dieron, en Nochevieja de 1912, para la puesta de largo de sus hijas Teresa y Anita y, ya metidos en gastos, para recibir el año. La prueba de que la Iglesia valentina era mucho más abierta de lo que los blasquistas y sorianistas reprochaban es que a los festejos de los Guzmán asistió el obispo de Seo de Urgell, nuestro estimado monseñor Benlloch, que luego llegó a ser cardenal. Estuvo toda la jornada con sus amigos, se comió las uvas cuando llegó la hora, y poco después de las doce se fue a su Misa de Gallo, despedido a los sones de la Marcha Real.

De los salones nobles a los hoteles

En la Nochevieja de 1917, el Ayuntamiento apagó el alumbrado público de gas a traición a las doce y media. No había carbón en la fábrica de gas, una secuela de la Guerra Europea. Pero los valencianos no dejaron de salir a la calle a disfrutar, en la medida de lo posible, como hacían los señores a la luz de quinqués y candelabros. Con todo, a partir de esos años vamos a ver un trasvase interesante: los viejos salones aristocráticos se vaciarán para dar el relevo a los hoteles, donde se concentrará una nueva burguesía, sin títulos nobiliarios pero sin duda con «posibles».

En 1919, Casa Roig (Paz,32) anunció que obsequiaría con uvas a todo el que estuviera consumiendo en su restaurante llegadas las doce de la noche. En la Nochevieja de 1920 encontramos el primer anuncio de un «Reveillon» de uvas en el suntuoso hotel Reina Victoria. Al año siguiente se le unirá el Hotel Ripalda, en el Pasaje. Pero 1923 será el año el de la eclosión: es la primera Nochevieja bajo la Dictadura y la fiesta se expande, por la razón que sea: los socios de la Agricultura, tan cercanos a Primo de Rivera, hacen una cena memorable en el Palace Hotel; Marcial Cebrián regala uvas al que le compre vinos, el Hotel Inglés se suma a las cenas de sociedad y el café del Teatro Principal ofrece «menús de uvas»: ocho pesetas con champán francés; seis con otro de menor calidad, y solo 4 con sidra de la casa. Todas las clases sociales tienen su Nochevieja y pueden viajar juntas en el mismo tren.

Fuente: https://www.lasprovincias.es