INCENDIOS, ALCALDES, AZAR…

Francisco Perez Puche. Foto de Juan J. Monzó

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

El alcalde de Valencia Vicente Alfaro no tuvo suerte. En realidad, si bien se mira, lo suyo fue cuestión de azar, asunto del destino. Pero cuando uno está en la alcaldía, le arde la Universidad de la calle de la Nau y los bomberos tienen un material tan pobre y escaso que no pueden hacer frente al siniestro, da lo mismo quién sea el alcalde e incluso es indiferente que Alfaro fuera el segundo de la República del 14 de abril. La cólera de la tribu tiene que buscar un responsable.

Los estudiantes, en este caso los más de derechas y monárquicos, montaron un cirio. Primero dieron el callo salvando libros y materiales de la Facultad de Ciencias, que fue la más afectada por las llamas; pero luego, pasado el siniestro, cuando vieron el viejo reloj universitario parado y medio edificio en ruinas, se pusieron a protestar en la calle contra la dejadez municipal y ya de noche hicieron «pitas aéreas» o sea lo que hoy llamamos una «cacerolada», pero con silbatos y jarana nocturna.

El incendio en el ‘alma mater’ valenciana fue a los tres días de nombrarse rector a Juan Bautista Peset, el 13 de mayo de 1932. Y el 4 de junio la corporación municipal aceptó la renuncia de Alfaro a la alcaldía sin que nadie quisiera pasar a la posteridad defendiéndole. Una vez más, la historia de la ciudad mostró su rostro más ingrato e hizo pagar a un alcalde las imprevisiones, los fallos de mantenimiento, las escasas inversiones de los bomberos en renovación de material y, a fin de cuentas, esa cadena de hechos inevitables que es la vida, trenzada siempre con ribetes de azar.

Muchos años después, en julio de 1996, uno de aquellos estudiantes de derechas que protestaron en las calles, Emilio Attard, padre amante de la Constitución de 1978 y en 1932 fogoso manifestante, confesó en estas mismas páginas que «lo cierto es que el bueno de Alfaro pagó su experiencia extintora» con manifestaciones «porque de todo se hacía política, y le tocaba al alcalde pagar su osadía republicana».

Isolda Alfaro, hija del alcalde que dimitió, escribió en sus memorias que «siempre he oído decir a mi padre que solamente se quemaron cuatro pájaros disecados». Habría que añadir que también se perdió el esqueleto de una enorme ballena, que nadie se tomó la molestia de restaurar. Pero sí, en efecto, todo es relativo en este mundo, y mucho más en la vida política municipal, cuando es pasto de las llamas: sea un buitre disecado, un cachalote muerto en la playa o un autobús veterano.

Y ahí andamos los humanos, siempre ansiosos y enojados, dándole gran importancia a las cosas, sometidos a los designios de un diablo loco que tira los dados por jugar…

Fuente: https://www.lasprovincias.es