Los primeros estudios sobre la Valencia romana se hicieron al excavarse los cimientos para la capilla de la Patrona a mediados del siglo XVII
FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Si sabemos lo que sabemos sobre nuestros orígenes, si conocemos con detalle la fundación de la ciudad y sus primeros siglos de historia, se lo debemos a la Virgen de los Desamparados y a la devoción que los valencianos le tienen. Porque los primeros datos de la Valencia romana se conocieron cuando se levantó la actual Basílica; y porque el deseo de construir un templo grandioso dedicado a la Patrona fue el que nos propició, andando el tiempo, el rico yacimiento de la Almoina, un libro abierto sobre la historia antigua de la ciudad.
En el año 1667, la Virgen de los Desamparados fue trasladada desde la Catedral a un templo nuevo, construido apenas a unos metros de distancia. La creciente devoción a la imagen de una Virgen que amparaba a los que morían en soledad, a los ajusticiados, los enfermos y los locos, unida al agradecimiento por su intercesión en la peste de 1647, recomendó construirle una gran capilla, de planta elíptica, coronada por una elegante cúpula cubierta de tejas azules. Pero desde que en 1652 comenzaron a abrirse los cimientos, la Valencia de origen romano comenzó a hablar de forma elocuente, a través de lápidas e inscripciones.
José Vicente del Olmo (1611-1696), secretario del Santo Oficio de la Inquisición, es seguro que conoció aquellos trabajos fundacionales que se desarrollaban a pocos metros de su despacho, en la calle de Navellos. Y llevado de su gran afición a las antiguas inscripciones, las fue copiando al detalle; él se ocupó de que las lápidas más destacables se colocaran a la vista en las primeras hiladas de sillares del templo nuevo. Para dar a su obra un valor científico -no en balde es considerado como uno de los primeros «novatores» de la ciencia valenciana- Del Olmo, en 1657, publicó un libro que reunía todos los hallazgos: la «Lithología o explicación de las piedras y otras antigüedades halladas en las çanjas que se abrieron para los fundamentos de la Capilla de nuestra señora de los Desamparados de Valencia».
El notario de la Inquisición dejó claro que la Valencia romana estaba debajo y en las inmediaciones de la Catedral y el nuevo templo que se construía. El tiempo ha demostrado que excavar en ese perímetro, hasta la plaza de la Reina incluso, es hacerlo en el cogollo de la ciudad fundada en 138 antes de Cristo. La excavación de la Almoina ha detectado el cardo y el decumanus, las calles principales de la ciudad.
En el siglo XX, el exhaustivo trabajo de Del Olmo todavía ha servido de guía eficaz sobre la Valencia romana. Pero durante más de dos siglos su obra no tuvo la continuidad necesaria. La ciencia arqueológica, en Valencia, apenas tuvo investigadores hasta que Nicolau Primitiu, un ilustrado fabricante de molinos de arroz, se ocupó, en los años veinte y treinta, de supervisar por su cuenta zanjas y obras en las calles, desde el trazado de alcantarillas en tiempos del marqués de Sotelo a la excavación de refugios durante la guerra civil.
Templo para la Patrona
El 28 de agosto de 1929, LAS PROVINCIAS publicó en su portada un documento importante: el plano de las nuevas alineaciones de la plaza de la Virgen, preparado por el arquitecto municipal Javier Goerlich. Ayuntamiento, Iglesia y Diputación se habían puesto de acuerdo para un trazado que permitía el crecimiento del palacio de la Generalitat a costa del jardín de la antigua Casa de la Ciudad, un aumento sensible de la plaza de la Constitución y un crecimiento notable de la manzana de la Basílica de la Virgen. Otra secuela digna de atención era que las plazas de la Almoina y del Cardenal Benlloch (la actual del Arzobispo) se unían a costa de los edificios que las separaban, que quedaban condenados al derribo. El bisturí de Goerlich, nunca piadoso con los edificios con años a la espalda, se mostraba tajante una vez más.
Con la guerra civil de por medio, la Diputación se demoró hasta 1952 en ampliar su sede. Hay unos dibujos de Albert, hechos para un gran palacio provincial, pero a la hora de la verdad todo se redujo a copiar el torreón primitivo en uno nuevo sin llegar a comerse siquiera el jardín del viejo Ayuntamiento, que tenía un refugio en el subsuelo.
Sin embargo, la Iglesia, y sobre todo la Archicofradía de Nuestra Señora de los Desamparados, puso en marcha, en 1930, un concurso de proyectos destinado a levantar un gran templo a la Patrona. Lo ganó el arquitecto castellonense Vicente Traver que, como LAS PROVINCIAS recordó, era el autor de la hermosa plaza de España de la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), famosa por los azulejos dedicados a todas las capitales.
En nuestro diario de 8 de febrero de 1931 se encuentra todos los detalles. Traver soñó en su tablero un templo grandioso que conquistó el corazón del jurado; y que se convirtió en el ideal imposible de algunos fieles. La actual Basílica pasaría a ser el atrio de acceso a un templo circular, con siete puertas a la calle y un diámetro de 35,5 metros. Sobre un tambor más alto que la actual veleta se levantaría una cúpula solemne, de aire vaticano, que elevaría la edificación por encima del Miguelete. Un campanario que tendría un competidor nada pequeño en la esquina de la plaza con la calle del Almudín.
El arzobispo Melo dio un plazo, hasta final de año, para que el arquitecto entregara el proyecto detallado y una maqueta. Pero luego, ya se sabe, vino la República y se quemaron algunas iglesias, llegó más tarde el frente popular y la guerra, la imagen de la Virgen tuvo que ser escondida en el Ayuntamiento con la colaboración de Javier Goerlich y el alcalde Cano Coloma… y cuando todo terminó el templo estaba para empezar de nuevo porque había sido usado como almacén de intendencia.
Treinta años de excavaciones
Hasta el año 1960, la Archicofradía no volvió a plantearse el futuro del templo mariano llamado a absorber la calle de la Leña y llegar hasta la de la Harina. De los muchos pequeños edificios sin interés de la zona, unos habían sido comprados por el Ayuntamiento, otros por la Archicofradía y otros seguían habitados. El de mayor interés era el de la propia Almoina, de origen medieval. Por esa época lo que quería el presidente de la Junta pro Templo Monumental, Joaquín Mestre, era hacer algo, no sé sabía bien qué, que permitiera en un futuro abordar el gran templo soñado.
Las ideas cristalizaron en un espacio abierto, con pérgolas, que permitiera celebrar bodas al aire libre, o a semicubierto, una demanda nueva de las jóvenes parejas valencianas. Sin embargo, tampoco se llevó a cabo ese modesto proyecto.
El gran solar de la Basílica terminó cayendo por su propio peso y por el devenir mismo de una Iglesia que, aun adorando a su Virgen, no necesitaba de un templo grandioso para demostrarlo. En tiempos del alcalde Miguel Ramón Izquierdo (mayo de 1978) el Ayuntamiento alcanzó la propiedad de toda la zona de ampliación mediante permuta de suelo con la Archicofradía, que renunció, después de casi medio siglo, a hacer un templo grandioso.
En los primeros años ochenta comenzaron las campañas de excavación arqueológica que han permitido conocer a fondo los orígenes de la ciudad. La sagacidad de los arqueólogos municipales quedó demostrada un año tras otro: cada vez que la corporación municipal decía tener prisa, o cada vez que había que consignar presupuestos, el departamento informaba de un hallazgo interesante del que los periódicos se ocupaban con intensidad. La Almoina, así, fue dando a conocer sus secretos. Y aunque hay publicaciones municipales que dicen que las campañas de 1976, 1983 y 1984, hechas por el departamento de Historia Antigua de la Universidad, no fueron muy trasparentes, los trabajos que emprendieron los servicios municipales de Arqueología desde 1985 fueron dando un goteo de noticias muy interesante.
Conseguir lo que ahora tenemos disponible, especialmente la Cripta y la Cárcel de San Vicente, fue un verdadero calvario, con años de obras paralizadas: se dudaba si las líneas de Goerlich se debían seguir con muchos derribos y hasta la casa del Punt de Gantxo estuvo en peligro.
En cuanto al Museo de la Almoina, con su techo de cristal, fue un fruto final afortunado, del año 2007, al que se llegó después de décadas de críticas en los periódicos y etapas de matorrales interrumpidas por esporádicas y fructíferas excavaciones.
Una reforma retrasada por las expropiaciones
La restauración y reforma de la Catedral, que impulsó el ministro valenciano Vicente Mortes con proyecto de Juan Segura de Lago, dio pie a la necesaria ampliación y transformación de la plaza de la Virgen. El derribo de las Casas de los Canónigos, feas edificaciones adosadas a la Catedral, permitió ensanchar las vistas en la calle del Miguelete, que se reservó para los peatones. En 1970 se empezó a hablar del cambio de una plaza que tenía dos «compromisos» notables: el Congreso Eucarístico Nacional de mayo de 1972 y el 50º aniversario de la Coronación de la Virgen, en 1973.
Pero no se llegó a tiempo a ninguno de los dos compromisos. El pleno municipal de 29 de abril de 1972 aprobó una reforma sustancial, hecha por el arquitecto Emilio Rieta y el ingeniero Manuel Calduch. Pero las expropiaciones lo complicaron y retrasaron todo en medio de las quejas de la prensa. Cuando los trabajos comenzaron verdaderamente, en mayo de 1975, ya era alcalde de Valencia Miguel Ramón Izquierdo, que impulsó una transformación destinada a decir adiós a la vieja estampa de la «plaza de la Tómbola». En marzo de 1976 se trabajó en la zona día y noche para que todo estuviera a punto para las procesiones de las fiestas religiosas de primavera. Un año después, en mayo de 1977, se inauguró la nueva fuente, con esculturas de Esteve Edo, que rinde homenaje al padre Turia y sus siete acequias.
Fuente: https://www.lasprovincias.es