JOSÉ SALVADOR MURGUI. CRONISTA OFICIAL DE CASINOS
Cuando las noticias del mes de noviembre no son buenas, y la pandemia invita a quedarte en casa, los sentimientos y la mente evocan la necesidad de salir, de lograr un reencuentro con tu yo. La sensación de bienestar que te trasmite el sol junto a la posibilidad de recibir una ducha de las vitaminas que te proporcionan sus bondadosos rayos, te invitan a buscar y localizar el momento y el lugar.
A escasos dos kilómetros de Casinos, encuentras parajes idílicos, donde la madre naturaleza muestra su fuerza. Saliendo por lo que era el Camino de Alcublas, hoy carretera en dirección al mismo lugar, pasando el Camino de la Perica, el de san José y el camino del Barranquet, después de cruzar esa obra ejecutada en los años sesenta del siglo pasado, el majestuoso canal, &nb sp;que ha conseguido transformar del secano al regadío, aquellas resecas parcelas que eran propiedad de la Casa del Campo, llegas al Barranco de los Frailes que la habitaban dependientes de la Cartuja de Portaceli.
Ese barranco, cañada de los Frailes, que muy bien puede nacer en el “Rincón de Barrales” y cruzar las “Lastras del Tío Perico”, tiene una personalidad propia, pues lo adorna una vegetación mediterránea, muy característica de nuestras tierras y campos. Los altos pinos, junto a la multitud de romero, tomillo, esparto, y esa infinidad de plantas aromáticas, espinosas, como las aliagas que empiezan ahora a florecer, hacen del paisaje una vista tan relajante como atractiva.
En medio de esa Rambla de los Frailes, se eleva majestuoso el antiguo acueducto dels Arquets, capaz de conducir el agua de lluvia desde el “Partidor”, en la partida del Salt, dentro de la Rambla de Artaj, lugar donde se distribuía el agua para alimentar la balsa de Casinos, y las dos balsas de la Casa del Campo, balsas que a lo largo de la historia regentaban aquellos frailes cartujos, con los que en diferentes ocasiones tuvieron que pleitear los vecinos de Casinos a la hora de administrar el agua, ante la necesidad humana y sequia de nuestras tierras. La Casa de Campo se eleva majestuosa sobre todo el territorio, su campana era oída desde la lejanía, avisando a los trabajadores la hora de la comida, para acudir a la casa a compartir el alimento; el domino de estas posesiones era una fuente de trabajo y riqueza.
Els Arquets, construidos con piedra tallada a la perfección, nos hablan del paso de los años, nos revelan el cauce del agua, el paso de los siglos. Por arriba la acequia, por abajo la Rambleta. Es un camino de piedra tan bien labrado, que cuando lo contemplas a nivel del suelo, parece que estés recorriendo por aquellas pedregosas calzadas romanas con nombre propio: la Vía Apia antica, o sientes las piedras bajo tus pies, cuando desciendes del Monte de Saturno en la Colina Capitolina de Roma, y te diriges a la Cárcel Mamertina. Es una fantasía, ver como se oculta el sol, bajo las piedras dels Arquets, sintiéndote acompañado de los aromas de la tierra, de toda la sinfonía de verdes colores que te regala la naturaleza, o del frescor de las piedras y la tierra, cuando se confunden con el olor de la tierra mojada.
Todo ese paraje natural, lo adornan los frondosos campos de naranjos, campos nuevos, que han sustituido los campos inmensos, repletos de tupidos algarrobos, capaces de alimentar los animales, la caballerías, que ayudaban en las labores agrícolas de antaño.
Son muchas las veces que alumnos y maestros han acudido a contemplar esta joya de piedra, por ventura, guardo una libreta escrita por mi padre Avelino Murgui, que bajo el título de “Ejercicios de gramática”, narra la “Excursión a la Casa de Campo” en la que participaron los alumnos de D. Pedro Villanueva a primeros de diciembre de 1937. Con tinta roja escribía: “… Como muy cerquita de estos pajares, existe un pequeño acueducto (puente por donde pasa el agua por encima), fuimos a verlo, y nuestras ansias de aprender quedaron satisfechas. Entre los niños que nos acompañaba había alguno que sabía recitar versos, y nos deleitaron diciendo algunas poesías de las muchas que sabían.
Francisco Ors, maravillosamente, nos recitó “Piececitos”, “Caperucita encarnada”, y “Cuento a Margarita”; Pascual Murgui Marqués, pronunció: “¡Viva México!”; Salvador Enguídanos (de Llíria) y Pascual, declamaron “Los Gigantes de Pamplona” y un niño, que era evacuado de apellido, Cárdenas, pronunció en andaluz, un verso de su tierras…”
Hoy junto a mi nonagenario padre, hemos recordado contemplando ese acueducto aquel momento de su infancia, solo tenía diez años; he imaginado aquellos niños con pantalón corto, jersey casero, bufanda de lana, gorras de pana, y zapatos rotos, oyendo las dulces palabras, que escribió Gabriela Mistral, y que el niño Francisco Ors, les dirigía con suave voz:
“Piececitos de niño, azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío!
¡Piececitos heridos, por los guijarros todos,
ultrajados de nieves, y lodos!
El hombre ciego ignora, que por donde pasáis,
una flor de luz viva, dejáis;
que allí donde ponéis, la plantita sangrante,
el nardo nace más, fragante.
Sed, puesto que marcháis, por los caminos rectos,
heroicos como sois, perfectos.
Piececitos de niño, dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros las gentes!”
Francisco Ors, a la sombra tibia de aquellas piedras, seguro que no imaginaba que después de estudiar su carrera de Farmacia, en Granada, sería un gran dramaturgo autor de “Contradanza”, que sería un guionista de RTVE, que haría una serie titulada “Las Viudas”, entre las que escribió “Viuda Valenciana”, tampoco soñaría, con recibir en 1984 el Premio Mayte de teatro, por su obra “El día de Gloria”, ni seguro pensaría que algún día se brindaría con el vino tinto “Casa Roja”…
Decía la poesía: “Sed, puesto que marcháis, por los caminos rectos, heroicos como sois, perfectos…” Heroicos aquellos hombres y mujeres de aquella escuela, y de otras, junto a sus maestros; heroicos, perfectos, por las lecciones que de ellos hemos aprendido; por el inmenso legado que nos habéis dejado que es esta fecunda y llana tierra que tiene por nombre Casinos.