FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA
Con la dosis de presunción de inocencia que haga falta -hasta ahí podíamos llegar- que no falte mi aplauso tras conocerse el resultado de la investigación ordenada por las consellerías de Justicia y Sanidad sobre las fiestas del colegio mayor Galileo Galilei. Cuando el patio sanitario está como está, cuando la epidemia sigue creciendo de forma estrepitosa, será todo lo doloroso que se quiera, pero es reconfortante ver que las autoridades no están de adorno y que frivolidades irresponsables como las que hemos visto llevan camino de ser sancionadas de manera ejemplar.
Con todo, déjenme decir que queda mucho camino por recorrer, y que una administración tan adornada de recursos y cautelas garantistas como la nuestra no va a ser fácil que termine «crujiendo» a los responsables como mucha gente espera. Ya se verá de aquí a unos meses en qué queda la cosa: los que han sido puestos en el poder para actuar tanto a las duras como a las maduras, tienen siempre un corazón benévolo, curiosamente en forma de urna, que les lleva al ejercicio del perdón.
Digo esto último, lo del piadoso perdón, porque somos miles los que estamos esperando que las seis universidades en las que están matriculados los alumnos festivaleros tomen alguna medida de sanción contra ellos. Todas sin excepción están actuando con una distancia y un comedimiento que indica que la disciplina académica es un valor que se perdió en aras del buenismo y que una orden de expulsión de un matriculado es más rara hoy en día que un alumno con corbata. Ni un solo catedrático, que yo sepa, ha escrito un artículo en los periódicos para condenar la fiestuca. Con todo disgusto, no me privaré de decir que la Politécnica, principal concernida en el emplasto, ha venido actuando como si el Galileo Galilei fuera un colegio mayor de Bolonia.
Por raro que suene, sancionar es una obligación olvidada de las autoridades. Y los rectores, como los consellers, los alcaldes y los delegados del Gobierno son autoridades que en casos de extrema necesidad, como estos, han de imponer disciplina, una palabra más antigua que los boleros. Sancionar, pues, y hacer que las miles de multas de se dice que se han impuesto se activen, no duerman en un cajón, sean tramitadas y cobradas a los infractores, es imprescindible.
Si anoto esto es porque en Europa, a raíz de las medidas tomadas en Francia, se está empezando a rumiar la aplicación del «toque de queda», que podría ser dolorosamente necesario en noviembre si no se mitiga el crecimiento de la pandemia. Ojalá me equivoque; pero eso, que está en vigor en Perpiñán, será más duro.
Fuente: https://www.lasprovincias.es