ENRIQUE MIGUEL MARTÍN: LA VIDA POR LOS DEMÁS

Foto aérea de Nazaret, con graves destrozos, en viviendas e instalaciones. En la parte inferior, Enrique Miguel Martín, brigada de la GUardia Civil, junto a su esposa. / Archivo histórico ejército del aire

FRANCISCO PÉREZ PUCHE, CRONISTA OFICIAL DE VALENCIA

Cuando llama a la puerta la fiesta anual de la Guardia Civil, cuando el aniversario de la riada de Valencia se aproxima, el recuerdo hace aflorar el nombre de un héroe olvidado, Enrique Miguel Martín. Era brigada de la Guardia Civil en el cuartel de Cantarranas. Y murió durante la inundación después de salvar la vida de muchas personas en la zona de Nazaret. Durante la riada del 14 de octubre de 1957, y en los meses posteriores, cientos de guardias civiles, policías, bomberos, guardias municipales y soldados hicieron cuanto estuvo en su mano para salvar a personas en peligro, socorrer a los damnificados y quitar el barro de las calles de ciudades y pueblos. Pero en la gigantesca operación de ayuda a Valencia sólo se registró una víctima entre las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado: el brigada Enrique Miguel Martín.

Juan Castaño, un anciano considerado en Nazaret como una institución, memoria viva del barrio, me relató la tragedia de aquel guardia civil en el año 1997, cuando estaba reuniendo materiales para el libro ‘Hasta aquí llegó la riada’. «Salvó a mucha gente -recordó con amargura-. Avisó de la riada y organizó el salvamento. Y tuvo la desgracia, después, de quedarse aislado, aferrado a un poste que perdió los cimientos por la fuerza de las aguas y se venció».

No se sabe mucho más de lo que ocurrió en Nazaret en aquellas horas terribles del 14 de octubre. El cuartel de Cantarranas, y el pequeño barrio que le era próximo, estaba apenas a unos metros del cauce del Turia, en su orilla izquierda, y a corta distancia del punto donde el río desembocaba en el mar. Pero el río, casi siempre seco y pestilente, era ahora tan caudaloso como el Danubio, con 2.500 metros cúbicos por segundo. Hacia el sur, la furia de las aguas ponía en peligro la vida de la gente en Nazaret, La Punta y Pinedo; hacia el norte, las aguas cubrían el puerto por completo y se unían con las del barranco de Carraixet, inundando todo el distrito Marítimo.

El agua saltaba y amenazaba el puente de Astilleros. A pocos metros del cuartel de la Guardia Civil, en la Comandancia de Marina, se quedaron aisladas, durante la segunda ola de inundación, las primeras autoridades, que habían ido, tras la primera riada, a ver qué podían disponer. Cientos de refugiados que habían llegado en el último minuto encontraron techo en las dependencias de la Armada, a la vista de los tinglados. En los techos de los tranvías, en las verjas del puerto, la gente intentaba huir de una riada que estaba arrastrando hacia el mar todo lo que encontraba a su paso, empezando por vidas arrancadas en Vilamarxant, Pedralba y numerosos barrios de Valencia.

El periodista pudo consultar el sumario abierto por el juez Pedro Álvarez-Castellano, que en la madrugada del 14 de octubre caminó con agua hasta la rodilla hasta los juzgados para constituir la guardia permanente en ausencia de todos sus demás compañeros, aislados por la riada. En el acopio de datos e identificación de las víctimas que fueron apareciendo en los lugares más insospechados hay una anotación. «Enrique Miguel Martín, brigada de la Guardia Civil. Cadáver hallado en la base de hidros del Puerto. (S-114. Pasa a la jurisdicción militar)».

No se sabe mucho, ni de él ni de los detalles de la peripecia de servicio a los demás que le llevó a la muerte. En su momento se publicó que Enrique Miguel era hermano de un linotipista que trabajaba en el periódico Levante, pero no se publicaron muchos más detalles de su vida. El periodista Rafael Brines, joven reportero en 1957, publicó en Clima un reportaje sobre el gesto heroico del brigada y una fotografía de él, de uniforme, junto a su esposa.

Aunque en Nazaret aún hay vecinos mayores que recuerdan su hazaña sesenta y tantos años después, la documentación oficial disponible también es escasa. La orden general número 37 que el 31 de octubre dio el director general de la Guardia Civil, general Sáenz de Buruaga, informa de que había recibido del ministro de la Gobernación, después de una visita de inspección, un informe sobre el comportamiento de las fuerzas de la Guardia Civil durante la riada. De ese informe se desprendía, de forma austera, una felicitación a las fuerzas de la 134ª Comandancia de la Benemérita por su comportamiento general durante la riada, en ayuda de víctimas y damnificados. Es al final donde podemos encontrar un «recuerdo fervoroso» a la memoria del brigada «muerto en el cumplimiento de su deber, que con su ejemplar acción y sacrificando su propia vida a la de otras personas en peligro ha señalado un hito más en la noble y fecunda vida de la Guardia Civil».

Cantarranas, un barrio de alto riesgo

Cantarranas es fruto de la precariedad y el pésimo urbanismo de finales del siglo XIX. Su nombre indica que ha sido siempre un lugar inundable y lacustre a orillas de la incierta desembocadura del Turia. En aquellos arenales y charcas, donde nunca estuvo clara la propiedad municipal y la del Estado, se construyeron casas para obreros de propiedad precaria, como también se hizo en parte de Nazaret.

Allí se levantó un cuartel de la Guardia Civil, un error de bulto en tanto que estaba en una zona fácilmente inundable. Como tenía terrenos, el Gobierno también quiso ubicar allí, en el año 1906, la nueva Aduana, un proyecto al que se opusieron los vecinos, razón por la que todo se demoró hasta que se levantó el edificio actual junto a la dársena. Sin embargo, los vecinos nunca mostraron recelo por la presencia de la Guardia Civil en el humilde barrio de Cantarranas. Alguna influencia tendría la presencia del cuartel para los ‘logros’ de un barrio donde guardias y vecinos compartían charcas, mosquitos, malos olores e inundaciones del Turia. Porque antes de 1957 las hubo, y muy serias, en 1897 y 1949 y más ‘moderadas’ en 1902 y 1908.

En todo caso, en Cantarranas, donde a falta de puente se usaba una vetusta barca de sirga para cruzar el Turia, se pusieron farolas de gas en 1901, y aceras y saneamiento en 1908, año en que los vecinos lograron lo que le habían pedido al rey en su visita a Valencia de 1905: que se les diera título de propiedad sobre el suelo de sus casas, teóricamente del Estado, para dar fin a lo que era una propiedad en precario. En gratitud por la mano dura gubernativa contra los maleantes de la zona, los vecinos, en 1912, quisieron que se pusiera a la calle principal del barrio el nombre del gobernador civil, señor Puig Boronat; y este dijo que declinaba el honor en beneficio del Ejército Español, como así se hizo en el año 1913. Y ahí sigue el nombre hoy en día.

Fuente: https://www.lasprovincias.es