MIGUEL APARICI NAVARRO, CRONISTA OFICIAL DE CORTES DE PALLÁS
Sí. Estos días, yo me iría al Maestrazgo… Es una cuestión de latitud, de rumbo Norte y hacia un estar más fresco. Y de altitud, de subirse hacia esas abruptas montañas que se gobiernan desde La Plana. Es, también, un tema de paisaje. Ni costa abrumada, ni piedemonte simple, ni valle abierto, ni canal desplegada, ni altiplanicie vinícola. No, ahora; que tiempo habrá para estos magníficos destinos, en otro momento.
También se trata de otras razones: verdor, espectáculo geológico, paz, calidad de aire y aguas…, historia, arte, cultura, el mundo más rural y la gastronomía olvidada.
Desde Penyagolosa para atrás, todo vale. Bien que mezclemos girones de L’Alcalatén, niveles de Maestrazgo Bajo y Alto y hasta recondimientos de Els Ports. Sobran ahora, en la zona, casas rurales. Hasta, si me apuran, rincones donde acampar o pernoctar bajo el dosel de las estrellas. Calor hace de sobra. Y siempre hay, por los alrededores, alguna poza o chorrador; aunque mejor las piscinas, que todo pueblo ya tiene, de aguas frías.
Con los móviles y el 112 alerta, no debiera preocuparnos salir sin programarnos por nuestra propia tierra. Aunque nunca sobra la prudencia.
Hallaremos oficinas en casi todas partes ya, donde nos atenderán con verdaderas ganas y nos llenarán la bolsa de folletos y recomendaciones sobre la marcha. «Vea esto…, no se pierda aquello…, aquí puede…, allá tiene…».
Museos locales, encantadores e ilustrativos, incluso los más pequeños. Sin faltar nunca la monumental iglesia, la mayoría de fines del medievo o renacentistas; con grandes columnatas y bóvedas estrelladas e interesantes retablos y cuadros, las más de las veces. Palacios señoriales bastantes y, si no, escudos timbrados o ventanas adinteladas y aleros de vigamen.
¡Ah!. ¿Que no estoy dando pistas claras?. Vale, unos ejemplos… Borriol arriba, mismo; para foto junto al Meridiano de Greenwich, que se puede ‘tocar’ el metálico ’00 00 00′ (no es necesario, antes de la afamada Semana Santa, sudar hasta su picudo castillo). El arco romano de Cabanes (en plano). Aunque sólo sea por lo poco romano que nos queda.
Espectacular San Mateo, asiento de Maestre. Palaciego enracimado. E interesante iglesia, aunque fuera sólo por su torreón octogonal. Luego, la mirada de horizonte desde el altozano de su santuario de la Virgen de los Ángeles.
Adentro y arriba, por Coll de Ares. Peñasco de paso, al que convendría volver en invierno nevado, para angustiarse con los precipicios. O, por el otro lado, a Benassal, que nada mal nos vendría llevarnos unas garrafas de sus veraneadas aguas. ¿Con una escapada a la enriscada Culla, antes?. Bueno, pero ya hay que decidir entre el Maestrazgo turístico turolense o el castellonense originario.
Seguir por Villafranca (¡Ay, su retablo!, bien vale una misa) y cruzar por la Rambla de las Truchas hasta Iglesuela del Cid, para comer bueno en ‘Casa Amada’ y empezar con el verdadero empacho histórico-monumental; desde su torre templaria hasta la plaza porticada de la vecina Cantavieja (y con museo carlista) o el callejero modélico de la premiada Mirambel.
O avenirnos a Els Ports, regalados con la tarta de pisos de Morella, peña guirnaldada de murallas. Mirando -antes- el paisaje de masías torreonadas y laderas toriles encerradas en muros de piedra seca, desde el frío puerto de la Iglesuela. Donde un samaritano ha levantado un coqueto mirador para discapacitados (bendita sea la idea); con aparcamiento acomodado, bancos de respaldo (no mesas de picnic) y tableros turísticos en lenguaje de puntos para los ciegos.
Y llegarnos hasta la conquista que no podía ser «nada más que propia de un rey», recinto morellano; de calles escalonadas y hasta porticadas, inconmensurable colegiata de doble bocina gótica y dorado retablo barroco (cuyos fondos también tocó Erik El Belga), de convento cuartelero de San Francisco (y con pinturas protogóticas en su Aula, anexa al pétreo claustro) y largo serpentín del castillo, rezumante de historia bélica.
Aunque, ya aquí, volver por la Tinença. Un mundo aparte. Etnográfico. Recalando en el monasterio ‘clauso’ de Benifassá. De acotada visita, pero de vista aérea si se remonta el camino, camino de Fredes.
Finalmente, por el estrecho, fresco y acuoso paraje del Molino del Abad… volver hacia Levante; para mirar, de nuevo, hacia el mar.
Fuente: https://www.lasprovincias.es